FEB. 04 2024 CINE «Ferrari» Adam Driver encarna a Enzo Ferrari en la película «Ferrari» que, aunque gustará a los aficionados de la Fórmula 1, no es una historia de carreras. Mariona Borrull Un coche original de la casa Ferrari nos parece hoy un lujoso escaparate sobre ruedas, con el que ronronear a gusto sobre una fortuna personal. Riqueza sin fecha, sin peros. No obstante, hubo un tiempo en el que la empresa estuvo manchada en aceite y litigios, y parecía que toda vuelta era la última. Corría el año 1957. La única forma de mantener Ferrari a flote era ganar la Mille Miglia, una carrera por entre enrevesadas autovías rurales italianas que se había saldado ya una cincuentena de muertes, entre pilotos y público. Enzo Ferrari, a la cabeza del equipo, tenía tantas razones para no correr como pesos sobre el acelerador. Pero la “Ferrari” de Michael Mann no va de coches. De hecho, aunque los carros que aparecen en la cinta son réplicas exactas de los originales (hasta el ruido del motor diseñado a medida para ello) y garantizamos que quienes améis el mundo de la Fórmula 1 disfrutaréis como criaturas, la película es apenas una historia de carreras. En 1957, razonaba el cineasta, colisionan muchos de los conflictos que marcan las noches de un hombre íntegro, aunque sombrío: pierde a su primer hijo, su matrimonio se desmorona, el destino de su gran proyecto huye de sus manos. La vida de Enzo Ferrari es pura ópera. Imponente, un Adam Driver que se nos antoja la única opción internacional posible para el rol del cabeza de familia, después de interpretar a Maurizio Gucci para Ridley Scott (“La casa Gucci”). Como esposa de él encontramos a una Penélope Cruz robaescenas, que borda los excesos de la mujer destemplada pero de gravedad impepinable. Una heroína trágica de pies en tierra. Y si Penélope no es el mejor papel de la cinta, es porque se equipara a la humanidad frágil y valiente de Shailene Woodley, que da vida a la amante de Enzo y padre de su hijo bastardo. Verdaderamente, uno de los mejores personajes de su carrera. Domina (con finura de un piloto) la alquimia de la acción y el drama el guionista de la fantástica película de atracos “The Italian Job”, Troy Kennedy-Martin, que desde entonces solo había escrito “Tierra de sangre” de Tom Hooper. Y dirige Michael Mann (“Le Mans 66”). Un Mann clásico como nunca, muy lejos del pulso de “Heat”, pero más cerca de lo que imaginaríamos a la masculinidad épica y cercana de “Braveheart”. Enzo Ferrari es un hombre tranquilo, que dirían. Adam Driver explicaba que, al volante, «es difícil no ponerse filosófico. Atender a las piezas, esperar al momento y a la velocidad perfecta, confiar en tus reflejos y en tu intuición... Es muy bello y te vuelve consciente de cuántas cosas pueden salir mal». Resulta en una preciosa contradicción que el ruido de un motor pueda atenuar las dudas y neuras que nos intranquilizan en casa, pero supongo que allí radica la magia de la ópera: flamante y, sin embargo, íntima.