MAR. 03 2024 PANORAMIKA El rastro de la memoria Las fotografías de Josetxu Silgo protagonizan la exposición “Y al fin volar” en la Sala Amárica de Gasteiz. (Sala Amárica) Iker Fidalgo La memoria es un poso. Se comporta como un rastro que se acumula y que da fuerza a nuestras raíces. Nuestro paso por el mundo se convierte en un sedimento que se amontona capa a capa. Va formando diferentes niveles que nos hablan sobre lo que hemos sido, pero también sobre todo aquello que sucedió antes de nuestra existencia. La memoria es uno de los valores más valiosos de una sociedad, pues gracias a ella podemos ser conscientes de nuestro pasado, acción indispensable para seguir construyendo en el futuro. Todo aquello que transmitimos a las nuevas generaciones, sobre nuestra identidad o sobre nuestra manera de estar en el mundo, es un continuo trasvase de lo que fuimos. Es por eso por lo que el poder tiende siempre a controlar los relatos. Hacer desaparecer lo pequeño y crear un discurso único es una manera de evitar cualquier intento de abandonar el camino marcado. En muchas ocasiones el arte consigue ayudarnos a salvarnos de estos peligros. Hablar desde lo personal y desde lo particular nos empuja a romper con aquellos cánones que ocultan los recuerdos más íntimos y, sobre todo, el poder que los hace universales. Porque, a fin de cuentas, cada vida es única pero en todas ellas aparecen lugares comunes donde encontrarnos a salvo de la crudeza de la realidad. A mediados de febrero se inauguró en la Sala Amárica del centro de Gasteiz una exposición titulada “Y al fin volar”. El espacio de la capital alavesa desarrolla habitualmente un programa centrado en la práctica fotográfica y en las diferentes versiones que esta disciplina abarca. El proyecto que reseñamos está firmado por Josetxu Silgo (Gasteiz, 1966) y nos propone un viaje a un archivo fotográfico propio que presenta en formato expositivo tras la publicación de un fotolibro con el mismo título. La relación del autor con su pasado y con un escenario que marcó su vida es el hilo conductor de la muestra. Pero, además, supone un acto de valentía, pues Silgo se enfrenta aquí a su propia evolución como fotógrafo interesado en la captación de una serie de atmósferas que años después se convierten en una mirada sobre su propio camino vital. Para ello, dispone cuatro líneas temáticas que en el fondo están relacionadas entre sí. Isla, Mar, Familia y Mujer se erigen como cuatro subtítulos que nos permiten ir cambiando la intensidad de nuestra atención con cada una de las piezas. Las fotografías, reveladas en blanco y negro, ponen el foco en lugares, juegos de luces, rostros y pieles que parecen dejarse mecer por la rutina y el paso del tiempo. Somos capaces de entrever la sensibilidad y el vínculo con esas realidades de quien aprieta el botón de la cámara, pues en todas ellas se intuye cierto nivel de intimidad y quietud. La única fotografía actual es aquella que presenta al propio autor justo después de tirar al mismo mar las cenizas de su madre, como un círculo que se cierra a modo de homenaje a un pasado que le hizo tal y como es ahora.