El cuerpo sabe
Hay personas que solo tienen en cuenta a su cuerpo como un medio para llevar a su mente del punto A al punto B, y se acuerdan del mismo cuando duele o cuando pide atenciones pulsionales. Sin embargo, incluso para ellos, el cuerpo puede ser una fuente de información fiable de nuestra historia. Una suerte de archivo sin palabras.
Cuando se corta un árbol se puede leer en sus anillos el curso de su vida. Por ejemplo, los años que tiene (un anillo por año), pero también, en función de las características como el color, el grosor o la distancia entre ellos, se puede saber cuáles fueron las condiciones climáticas a las que se enfrentó ese individuo particular, la velocidad de su crecimiento, si vivió un incendio o una sequía, si tuvo una enfermedad que superó… Y todo ello se refleja en los tejidos, en cómo ese árbol, particularmente, hizo para sobrevivir y crecer. Si se talan varios ejemplares en una zona y se estudian se puede llegar a conocer mucha información sobre lo sucedido en dicha área, sin haber estado allí.
En nosotros, en nosotras, son nuestros tejidos y sensaciones y las reacciones autónomas de los sistemas corporales las que nos cuentan aquello a lo que no estamos necesariamente prestando atención conscientemente. De hecho, nuestra capacidad de atención es muy limitada, caben pocos estímulos de cada vez, por mucho que esos estímulos después se desplieguen internamente en forma de pensamientos o análisis floridos. Lo que entra es lo que entra. Pero para el cuerpo la cosa es distinta. Toda la reacción vagal, la que activa o relaja el cuerpo es autónoma, independiente de la cognición, del pensamiento, más básica, y nos redirecciona hacia el ‘carril’ de la supervivencia si algo en nuestro entorno, incluidas las relaciones, la amenazan. Por eso los conflictos personales, los gritos, las humillaciones, amenazas o incluso la indiferencia puede ser una fuente de estrés que, sostenido en el tiempo, active las defensas del cuerpo, generalmente en forma de tensión, y eventualmente con restricciones del movimiento o hiperactivación.
Si esas situaciones se mantienen lo suficiente, como los árboles, crearemos una suerte de capas de mecanismos de supervivencia que se quedarán dentro. Ese diafragma constantemente contraído, ese cuello rígido que deriva en migrañas, esa congestión en las caderas que dificulta el movimiento probablemente cuenta una historia. ¿Qué patrones continúa siguiendo mi cuerpo a partir de aquella ruptura, por ejemplo? ¿Cómo sostengo el miedo o la desconfianza contrayendo el abdomen desde el colegio? ¿Cuál fue el efecto de la pandemia en la libertad de mi cuerpo?
Las biografías de lo difícil pueden ser olvidadas pero ‘los anillos’ nos dan forma, nos predisponen y también preparan para la siguiente sequía emocional, el siguiente incendio cercano… Que pueden darse, o no.