Negro, gay y activista literario
James Baldwin se definió a sí mismo como «negro, feo y pobre», pero acabó siendo una voz influyente con una veintena de obras en diversos géneros. Tras oficiar de joven como predicador, fue un hondo crítico de la religión, precursor del «black power» y del movimiento de liberación gay, y un lúcido defensor de la igualdad racial, sexual y el cambio social. El mundo editorial celebra el centenario de su nacimiento con tres libros.
La historia de los negros en América es la historia de América, y no es una historia bonita». Fue una de las muchas afirmaciones con las que James Arthur Baldwin (Nueva York, 1924-Saint-Paul de Vence, 1987) resumió su dolorosa y rebelde negritud. El 2 de agosto se cumplen 100 años del nacimiento del novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y activista por los derechos civiles y la efeméride sirve para reverdecer su obra.
Tres editoriales independientes se coordinan para publicar un libro cada una. Sexto Piso saca “El cuarto de Giovanni” (1956), primer título de su Biblioteca James Baldwin, que reunirá sus principales novelas. Trota Libros lo traduce al catalán como “L’habitació d’en Giovanni”. Y Capitán Swing publica “La próxima vez el fuego” (1963), obra breve de no ficción que muestra la ideología de su autor en cuestiones de familia, fe, raza, sexualidad o nación.
El creador neoyorquino acumuló unos veinte títulos. En novela, además de los dos citados, “Ve y dilo en la montaña”, “Blues de la calle Beale”, “Otro país” y varias más. En el campo ensayístico destacan, entre otras, “Notas de un hijo nativo”, “Nadie sabe mi nombre” o “Al encuentro del hombre negro”. Y también dramaturgia, cuentos, poemas o colaboraciones.
Su temática giró en torno a su temprana relación-deserción con la religión cristiana, la miseria y dependencia racistas de su comunidad, la naturaleza de Estados Unidos o la homosexualidad. Obras como “El cuarto de Giovanni” u “Otro país” se adelantaron al movimiento de liberación gay. Su labor, publicada internacionalmente, es reconocida como particular explicación de la conflictiva sociedad norteamericana.
BASTARDO DE OCCIDENTE
Nacido en Harlem, fue el mayor de los nueve hijos de Emma Berdis Jones, entonces joven madre soltera muy pobre, que le ocultó la identidad de su padre biológico. David Baldwin, predicador en domingo y albañil durante la semana, ejerció de padre adoptivo y el pequeño sufrió su continuo desprecio recordando que le llamaba «ojos de rana» y «el niño más feo que jamás haya visto».
Se auto consideró “bastardo de Occidente” por su nacimiento, color y sexualidad no normativa, Jimmy Baldwin confesó que cuando nació fue «depositado en un gueto» donde la sociedad «pretendía que murieras». Recordó la pobreza urbana y el acoso policial como «la época más terrible» de su vida y a esas cargas añadió la vergüenza de su homosexualidad y el desprecio que sufrió por su físico.
Pero poseía un instinto por la lectura y la escritura, que su mentor Countee Cullen (influyente poeta negro) intuyó desde la escuela, donde el chaval colaboró en el grupo literario y su revista, estrenando a los 13 años su primera redacción “Harlem. Then and Now”. Estudió después en otro centro del barrio de Bronx, donde volvió a colaborar en su revista escolar y publicó poemas, cuentos y obras de teatro. Años después confesó que las dos bibliotecas públicas de Harlem, en las que descubrió a Balzac o Dostoievski, le salvaron la vida.
Tuvo que seguir la senda paterna y ejercer de predicador en la Iglesia Pentecostal de Harlem de los 14 a los 16 años. Aunque entre sermones y trances místicos se escapaba al Greenwich Village y entabló, por ejemplo, una relación de por vida con el pintor Beauford Delaney, en quien encontró «la primera prueba viviente, para mí, de que un hombre negro podía ser artista».
LA RIVE GAUCHE
A los 19 años, y tras la muerte de su padre adoptivo, se trasladó a Manhattan y trabajó en labores mal pagadas para ayudar a su extensa familia. Pero sacaba tiempo para volver por la noche a Greenwich Village, tocar la guitarra en sus cafés y conocer nuevas gentes creativas. El también negro y novelista Richard Wright, influyente intelectual por los derechos raciales, le ayudó a obtener una ayuda financiera para viajar a París y dedicarse a la escritura.
En 1948, con 24 años, Baldwin se instaló en la capital gala, “con 40 dólares en el bolsillo”. «Me marché de América porque quería ser un escritor, no un escritor negro… no sabía lo que me iba a ocurrir en Francia, pero sí sabía cuál era mi destino en Nueva York: iría a la cárcel, mataría a alguien o me asesinarían», confesó años después.
Comprobó el racismo particular del ambiente bohemio a la orilla izquierda del Sena y solidificó sus principios por la igualdad mientras colaboraba con diferentes publicaciones. Tuvo una relación abierta con el pintor suizo Lucien Happersberger y vivió temporalmente en el país alpino, donde terminó su primera novela semiautobiográfica “Ve y dilo en la montaña” (1953), basada en su infancia bajo el autoritarismo paterno.
Al presentar a su editor el manuscrito de su segunda narración larga, “El cuarto de Giovanni”, le aconsejó que lo quemara. Pero otro editor, Alfred Knopf, se atrevió a publicar aquella historia de un trágico triángulo amoroso que escandalizó a la sociedad “culta” norteamericana dejando asomar su racismo y homofobia frente a un negro escribiendo sobre homosexuales blancos.
CRISTIANISMO
A los 17 años Baldwin renegó de la religión, parece que a la vez que su padrastro. La crisis le abrió un mundo de reflexiones que irían apareciendo en su creación literaria y en especial en “La próxima vez el fuego”. En origen, era un texto largo para la publicación “The New Yorker” que se editó abreviado en 1963, año de la marcha racial sobre Washington. Contenía dos ensayos: “Tembló mi celda” y “A los pies de la cruz”.
El primero era una carta a su sobrino de 15 años, «en el centésimo aniversario de la emancipación» (abolición de la esclavitud). El segundo, subtitulado “Carta desde una región de mi mente”, narraba su salto del cristianismo juvenil al descubrimiento de la influyente Nación del Islam, que lideraba Elijah Muhammad y relataba su encuentro con ese líder y sus seguidores, obsesionados en su odio contra los “diablos” blancos. Reclamaban una nación negra independiente en media docena de estados que los Estados Unidos les deberían como “pago retroactivo” por el trabajo esclavo.
Baldwin reconoció que la iglesia le ayudó a superar su miseria cuando solo veía tres salidas: el deporte de élite, para el que no estaba dotado, el crimen y las drogas, o la religión: «no encontraba ninguna razón de peso para no entregarme a la delincuencia, pero esa falta no hay que imputársela a mis pobres padres, temerosos de Dios, sino a la sociedad».
Pero reconocía su deshonestidad al entender el magisterio religioso como una huida personal y un reto freudiano con su padrastro. Tras un trance místico en la iglesia que le dejó “vacío y exhausto”, concluyó: «Dios es blanco. Si su amor era tan grande y amaba a todos sus hijos, ¿por qué estamos los negros tan oprimidos?».
Vislumbró que su lógica como raza era similar a la blanca: «los principios que regían los ritos y costumbres de las iglesias en las que crecí no se diferenciaban de las iglesias blancas. Eran ceguera, soledad y terror y la primera debía cultivarse de manera activa para negar los otros dos. Me encantaría creer que los principios eran fe, esperanza y caridad, pero no es el caso de la mayoría de los cristianos ni de lo que llamamos el mundo cristiano».
DESHACERSE DE DIOS
Tratar con compañeros de escuela judíos «hizo que la cuestión de la raza, que había estado evitando con desesperación, ocupara un lugar central en mi aterrada mente. Caí en la cuenta de que la Biblia la habían escrito hombres blancos. Sabía que, según muchos cristianos, yo era descendiente de Cam y estaba predestinado a la esclavitud… mi destino estaba sellado para siempre desde el principio de los tiempos… cuando uno miraba hacia la cristiandad parecía que esa era la creencia generalizada… eso daba a entender su comportamiento. Me acordé de los curas y obispos italianos bendiciendo a los chicos que se dirigían a Etiopía».
Su propia comunidad le fue resultando asfixiante porque «los pastores terminan adquiriendo casas y Cadillac mientras los fieles continúan fregando suelos y dejando monedas en el platillo… no había amor. Era una máscara de odio, autodesprecio y desesperación. El poder transformador del Espíritu Santo terminaba cuando acababa el servicio y la salvación no pasaba del suelo de la iglesia».
Acabó reflexionando que «para que se fundara la Iglesia cristiana, Cristo tuvo que morir asesinado a manos de Roma, y que el auténtico arquitecto de la Iglesia cristiana no fue el hebreo desaliñado y curtido por el sol que le dio su nombre, sino San Pablo, un fanático santurrón y despiadado». Que «la religión de los blancos» era el medio más eficaz para esclavizar a los pueblos y, en particular, al afroamericano.
Y concluyendo que «si el concepto de Dios tiene alguna validez o utilidad, solo puede ser la de hacernos más grandes, libres y amorosos. Si Dios no es capaz de conseguir eso, ya es hora de que nos deshagamos de Él».
RACISMO
La consideración sobre el cristianismo ahondaba en desenmascarar los vínculos entre racismo, religión y nación usamericana. Y razonaba sobre la particularidad de su comunidad, trágicamente arrancada de sus orígenes: «el negro estadounidense es una creación única; no tiene equivalente en ningún sitio ni tampoco precedentes».
En la carta a su sobrino, le advertía: «lo único que puede destruirte es que creas a pies juntillas los insultos racistas de los blancos. Este es tu hogar, no dejes que te destierren… Lo que los blancos creen, así como lo que debes aguantar por su culpa, no demuestra tu inferioridad, sino su inhumanidad y su miedo… Naciste donde naciste y enfrentaste el futuro que enfrentaste porque eras negro y por ninguna otra razón… Naciste en una sociedad que expresó con brutal claridad, y de todas las formas posibles, que eras un ser humano sin valor».
Su aguda visión de la realidad afroamericana le convirtió en pionero de las grandes ideas de justicia del entonces aún naciente movimiento por los derechos civiles de los años sesenta. Desnudó el racismo con razonamientos como «se han visto obligados a creer, durante muchos años y por innumerables razones, que los negros son inferiores a los blancos. Lo cierto es que muchos de ellos saben que eso no es cierto, pero a la gente le cuesta mucho actuar de acuerdo con lo que sabe. Actuar supone comprometerse y comprometerse implica correr riesgos. En este caso, en la mente de la mayoría de los estadounidenses blancos, el riesgo es la pérdida de su identidad».
LUCHA
Baldwin se había adelantado en sus ideas a la explosión del black power y llamó a la rebeldía: «no hay motivo para esperar que los hombres negros sean más pacientes, contenidos y precavidos que los blancos; más bien lo contrario». Pero no siguió las tendencias radicales marxistas y armadas del Partido Panteras Negras ni las ideas separatistas de la Nación del Islam y proponía la igualdad social dentro de la diversidad sociocultural.
Regresó en 1956 a Estados Unidos, participó en el movimiento pro derechos civiles, y relató los conflictos que vivió en el sur racista. Trató de cerca a líderes como Martin Luther King, Malcolm X o el citado Muhammad, pero con muchas contradicciones.
El pacifista Luther King lo excluiría de la lista de oradores en la Marcha sobre Washington en 1963 por temor a que fuera demasiado radical. Y aunque coincidía bastante con el programa socialista de los Panteras Negras, su dirigente Elridge Cleaver lo acusó de traidor por defender el entendimiento con la gente blanca.
Baldwin siguió casi en tierra de nadie, con furia: «ser negro en este país y ser relativamente consciente es tener rabia casi todo el tiempo». Pero defendiendo el hermanamiento: «exige una enorme resistencia espiritual no odiar a quien te odia y te pisa el cuello, y un milagro aún mayor de perspicacia y bondad no enseñarle a tu hijo a odiar».
Teorizó sobre el miedo y la frustración del supremacismo colonial y racista y la necesidad imperiosa del “hombre blanco” de resetear sus valores: «nuestra confusión nos gobierna mucho más de lo que creemos; por eso, a nivel personal, nacional e internacional, el sueño americano se ha convertido en algo mucho más parecido a una pesadilla».
SOCIALISMO
De adolescente, y bajo la influencia de su progresista profesora Orilla Winfield, militó brevemente en la Young People’s Socialist League, pero no coincidió con sus tesis y años después escribiría que «mi vida en la izquierda no tiene ningún interés en absoluto. No duró mucho. Fue útil porque aprendí que tal vez sea imposible adoctrinarme».
Aunque su concepto de reivindicación de los derechos civiles incluyó siempre lo social: «el racismo es crucial para que el sistema mantenga a negros y blancos en una división, por lo que ambos eran y son una fuente de mano de obra barata… el precio de cualquier socialismo real aquí es la erradicación de lo que llamamos el problema racial». Y rubricaba: «en un mundo capitalista, basado en la anti negritud como mecanismo de superexplotación a escala global, reivindicar y celebrar la existencia negra desde el orgullo y la no asimilación es posiblemente de los actos más revolucionariamente anticapitalistas que hay».
Tuvo en el fondo mucha influencia de los Black Panther, a cuyos líderes defendió de la represión del Estado, y en 1972 escribió: «Hay que tener mucho cuidado con lo que se entiende por socialismo. Cuando uso la palabra no pienso en Lenin, por ejemplo. No tengo ningún modelo europeo en mente. Bobby Seale habla de un socialismo tipo Yankee Doodle. Sé lo que quiere decir. Es un socialismo creado a partir de la necesidad indígena de la gente del lugar. De modo que un socialismo logrado en Estados Unidos, si lo logramos, será un socialismo muy diferente al socialismo chino o cubano. El precio de cualquier socialismo real aquí es la erradicación de lo que llamamos el problema racial». Cuando el Estado atacó de frente al movimiento de resistencia negra y sus líderes Medgar Evers, Martin Luther King o Malcolm X fueron cayendo muertos, Baldwin pasó por una crisis nerviosa y otros problemas de salud. Volvió a Europa y se asentó en 1970 en Saint-Paul de Vence, cerca de Niza, y retomó el género novelístico con “Blues de la calle Beale”.
Pasó alguna estancia en Turquía y protagonizó frecuentes encuentros o entrevistas por EEUU y Europa. Fue jurado del Premio Internacional Formentor -Mallorca- en 1962; llegó tarde a la votación, lanzó un combativo discurso y tuvo una relación con el poeta Jaime Gil de Biedma, que le dedicó un poema.
Su casa francesa sirvió de punto de reunión para figuras culturales: el mentado pintor Delaney, los actores Harry Belafonte o Sidney Poitiers y artistas negros que viajaban a los festivales de la Costa Azul: Josephine Baker, Nina Simone, Miles Davis o Ray Charles, para quien Baldwin compuso alguna pieza.
Aprendió un buen francés y entabló también amistad con estrellas de la cultura gala: Yves Montand, Simone Signoret o Marguerite Yourcenar, que tradujo su obra “The Amen Corner”. Murió en diciembre de 1987 de un rápido cáncer de estómago y tuvo una gran despedida pública en Nueva York, donde fue enterrado.
«NO SOY TU NEGRO»
Las nuevas generaciones han podido asomarse a su biografía en el documental “I Am Not Your Negro” (2016), de Raoul Peck, que recibió críticas por pasar de puntillas sobre la identidad sexual del autor que fue queer antes de lo queer y a quien hasta John y Robert F. Kennedy le apodaban Martin Luther Queen.
James Arthur Baldwin había salido del gueto y consiguió una posición social privilegiada y hasta refinada, pero no cedió en la defensa de la comunidad afroamericana y de la diversidad sexual. Profundizó en las identidades y categorías normativas y fue pionero del movimiento LGTBIQ+. Defendió que responder al odio con más odio no libera, sino que prolonga el conflicto y reafirmó la universalidad de la experiencia humana. Su lucidez analítica sigue de fondo en la permanente confrontación racial en Estados Unidos con movimientos como el reciente #BlackLivesMatter.