MAY. 19 2024 PSICOLOGÍA La época del destape Igor Fernández Quienes tengan ya unos añitos recordarán la época en la que lo sexual por fin se podía compartir, se veía en las películas y las ficciones, principalmente desde un prisma masculino, pero abriendo las barreras férreas de una moral restrictiva al respecto para ambos sexos. Décadas más tarde, estamos en una nueva época de destape, de otro tipo de privacidad, la emocional. Si algo bueno tuvo la pandemia fue la toma de conciencia social del impacto de las experiencias en la salud mental. No era posible ocultar más el desbordamiento y lo comunicamos. Como siempre, las nuevas generaciones de ese momento fueron quienes empezaron a alzar la voz, a pedir auxilio -más que solo ayuda-, destapando sus procesos internos, sus intimidades, sus dificultades, y a hacerlo en los contextos posibles, los de las redes sociales. Por alguna razón, hablar de lo difícil al mundo entero era más fácil que hacerlo en petit comité, quizá porque lo particular se diluye en lo colectivo… Empezamos a oír hablar sobre todo de ansiedad, de síntomas físicos intensos y descontrolados, sin poder asociarles escenas que se pudieran cambiar con recursos o acciones concretas, en un «siento algo muy intenso que no sé de dónde viene ni cuándo acabará». En ese sentido, el ‘destape’ sacaba la angustia fuera pero con un riesgo: la ausencia de respuesta apaciguadora. Para calmar la ansiedad, entre otras muchas cosas necesitamos una relación segura, confiada de quien tomar prestada la calma y la estructura suficientes para volver a coger las riendas, que nos ayude a darle algún sentido a los síntomas, en nuestra experiencia particular, de forma que lo que nos preocupa y desborda tenga un principio y un fin, que tenga límites. Sin embargo, el ‘destape’ emocional sin relación, muestra un doble filo. Si simplemente compartimos lo que nos pasa, nos podemos encontrar con el eco de la misma experiencia en el otro, que también está desbordado, o desbordada, creando una identificación necesaria para reducir la soledad, pero creando también un ambiente de obsesión al respecto, de bucle permanente en torno a la ventilación de ideas intensas emocionalmente -impacta en los demás decir que tengo una ansiedad desbocada-, que se vuelve adictivo gracias al alivio por el alivio, pero sin evolución, sin cambio. Quizá como sociedad hemos dado un paso importante, abriendo las puertas a lo restringido o reprimido, pero habría que plantearse hasta qué punto trasladar la responsabilidad de los propios límites a otras personas, en una apertura sin filtro y, sobre todo, sin que esas otras personas sepan o quieran saber cómo responder, nos pone más en peligro, nos deja más perdidos. Quizá nos falta dar el paso de la corresponsabilidad, en la que hoy yo soy fuerte para ti, esperando que mañana lo puedas ser tú por mí, y eso nos nutra a ambos de tal manera que deje de ser necesario recurrir al otro todo el tiempo, que pueda llevar tu ayuda conmigo la próxima vez.