Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Colores

(Getty)

Según la teoría del color en pintura, para rebajar la intensidad de un color cualquiera, para disminuirlo, no se añade blanco, o negro, sino su opuesto y complementario. Por ejemplo, si estuviéramos pintando un bodegón con membrillos y quisiéramos rebajar la intensidad del amarillo, añadiríamos violeta, no blanco ni negro. Al hacer esto, curiosamente, no solo el amarillo se acerca a representar mejor el color del membrillo, sino que, narrativamente, el color también adquiere presencia, dramatismo, tridimensionalidad. De pronto, ese amarillo contrastado se conecta con la experiencia subjetiva mejor que el amarillo chillón, por irreal.

Las personas tendemos a categorizar con mucha facilidad, las cosas caen de un lado o de otro, son buenas o malas, convenientes o inconvenientes, etc. Y las categorías que imaginamos, con las que nos movemos, tienden a extrañarse mutuamente. Es mucho más sencillo, por automático, encajar lo que sea que percibamos, pensemos o sintamos en términos discretos. Por ejemplo, se nos ofrece casi como el resultado de una operación matemática en la mente que lo que nos han dicho en una conversación significa que esa persona es un apoyo o un obstáculo, y dicho resultado lo consideramos nuestra verdad, el ‘color básico’ de quien es esa persona. Y, al igual que el color, como lo vemos con nuestros ojitos, ese objeto inmediatamente ‘es’ lo que vemos.

Y hacemos también con nosotros mismos, con nosotras mismas. En particular si hemos vivido en entornos exigentes, o con temor al juicio de los otros -más allá del cliché, estas son realidades muy pesantes-, es habitual que, antes de expresarnos, intentemos detectar internamente lo que ‘no funciona’ en lo que pensamos, sentimos o hacemos, y extraerlo, por una creencia sobre lo que los demás vayan a extraer y, por tanto, para que nuestra decisión o posición sea definitiva, plena, convencida, unánime, sin fisuras, y cosas por el estilo. A veces exigimos y nos exigimos claridad, pero una masticable, que la complejidad de lo humano que se nos presenta se nos simplifique, se nos dé y nos demos una imagen sin dobleces, y por ende, quizá no nos demos cuenta, pero también artificial; pedimos un ‘amarillo’ chillón básico, que serviría tanto para pintar un membrillo como un pollito o un buzón.

Aspirando a encontrar el ‘amarillo básico’ en las cosas, a resumir lo complejo en algo simplista y sin complicaciones, corremos el riesgo de creernos nuestra propia ilusión, perder perspectiva y pasar por alto los puntos ciegos. Aplicado a nosotros, a nosotras, cerrarnos a la tridimensionalidad que nos dan nuestros opuestos, intentar no mirar a nuestras contradicciones, perdemos las oportunidades de crecer, de expandirnos, porque, al mismo tiempo que nos asustan, estas contradicciones encierran en sí una potencialidad de crecimiento, aportan valor como lo haría el rojo con el verde.