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«DONDE NO HABITE EL OLVIDO»

María Clauss pone rostro y voz a los represaliados en la Guerra del 36

Huelva. Mujeres y hombres que siendo niños sufrieron en carne propia la devastación provocada por la sublevación de los fascistas. La fotografía como vía para la reconstrucción de la memoria histórica. María Clauss da su lugar, a través de sus hijos e hijas, a miles de personas invisibilizadas.

Fotografías: Jon Urbe | FOKU y María Clauss

Antonio Villanueva Pozuelo. 86 años. Estuvo varios meses viviendo en la prisión de Huelva junto a su madre, Andrea Pozuelo, después de que su padre fuera fusilado. A ella la encarcelaron por el delito de estraperlo. Él sueña con vivir lo suficiente para sacar a su padre de la fosa común del cementerio y se conforma con que le den un solo hueso de su progenitor para poder enterrarlo dignamente.

Dominga Aparicio Márquez. 84 años. En la Iglesia de la Zarza, convertida en cárcel, tuvieron encerrado a su padre Domingo Aparicio la noche antes de su fusilamiento el 22 de agosto de 1936. Lo mataron frente a la puerta, sin juicio previo. Obligaron a la gente que iba de paso a detenerse y presenciar el fusilamiento. No se dejó que le vendaran los ojos, ni volteó el rostro. «Los hombres se matan cara a cara», dijo Domingo Aparicio.

Juan García Rivera. 87 años. Perdió a su abuelo, a su padre y a su hermano entre el 15 y 19 de agosto de 1936. Su padre fue fusilado en un campo a las afueras de Villalba del Alcor, y se cree que está enterrado en una fosa común en la Palma del Condado, cerca de la estación de ferrocarril.

Juana Ramayo Pachecho. 93 años. Su hermana Catalina era adolescente cuando la fusilaron el mismo día en que las tropas sublevadas entraron en Nerva, el 26 de agosto de 1936. La detuvieron porque supuestamente había ido a ver una manifestación. Juana, a sus 95 años, sigue teniendo miedo. Nunca ha dejado a sus hijos ir a una manifestación.

Juana Ramayo Pacheco.

Francisca González Madeiro. 87 años. En el plazo de diez días, en agosto de 1936, perdió a su padre y a su madre. Se los llevaron de su casa sin dar explicaciones y nunca más volvieron. Ella tenía dos años y se quedó sola junto a su hermana. Continúa viviendo en la casa familiar.

Los hermanos Juan y Manuel Rodríguez Castilla. En el cementerio de Hinojos, junto a la actual capilla del Cristo del Perdón, se encuentra la fosa donde está enterrado su padre. A su madre le pidieron firmar un documento que reportaba a su marido como desaparecido o muerto en la guerra, pero ella no lo hizo y por ello no pudo recibir una pensión de orfandad para sus hijos.

Todos ellos son protagonistas de la muestra “Donde no habite el olvido”, de María Clauss. El centro cultural Okendo, en el barrio donostiarra de Gros, acoge hasta el 15 de junio parte del proyecto de la fotógrafa onubense. Nueve imágenes en color y una en blanco y negro. Son diez fotografías las que componen la serie galardonada -«fue dolorosísimo elegir», reconoce- en el 26º Premio Internacional de Fotografía Humanitaria Luis Valtueña, promovido por Médicos del Mundo. Junto a la ganadora, fueron seleccionados como finalistas Nazik Armenakyan, Santi Palacios y Federico Ríos, más la mención especial para Sáshenka Gutiérrez, cuyos trabajos fotográficos también se pueden ver en la capital guipuzcoana. Médicos Mundi valoró 733 candidaturas procedentes de 94 países.

Clauss es la primera mujer en obtener este prestigioso galardón de fotografía. «El día que recibí el premio, y aunque es echarme tierra sobre mi propio tejado, dije que me honra y hasta me da vergüenza ser yo la primera mujer. Creo que hay fotógrafas infinitamente mejores que yo. Las fotógrafas de provincias no estamos en el top 10 de las fotógrafas documentalistas españolas, pero este premio nos permite estar e incluso ganar, además. Ha sido un regalazo. Así se lo dije a un compañero fotógrafo que en el momento en que decidí volver a mi tierra me dijo: ‘no te vayas a Huelva, quédate en Madrid’», cuenta con una sonrisa de satisfacción.

Gracias al premio de Médicos del Mundo, el proyecto continúa realizando su camino. «El premio ha sido un regalo. Y venir a San Sebastián también. Las fotografías se han visto hasta en Nueva York, me parece impresionante», señala.

Antonio Villanueva Pozuelo en la cárcel de Huelva, donde estuvo apresado cuando era niño junto a su madre, Andrea Pozuelo.

PROYECTO DE ENVERGADURA

Las imágenes -realizadas en 2021 y 2022- son una pequeña parte del ambicioso proyecto llevado a cabo por María Clauss. “Donde no habite el olvido”, respaldado por el Comisionado de la Memoria Democrática de la Diputación de Huelva, fue ganando dimensión poco a poco.

La autora recorre a través de sus fotografías los espacios de represión en la provincia de Huelva, recuperando los objetos aparecidos en las fosas y haciendo visibles a las personas represaliadas a través de sus hijos e hijas. Propone un viaje a un pasado no tan lejano, a la vez que invisibilizado. Lo que genera sufrimiento en cientos de familias cuyo daño está latente, sin ser reparado aún. La fotografía como instrumento para poner el foco a los invisibles, como herramienta para recuperar la memoria y que no exista el olvido.

En el germen del proyecto radica el interés de Clauss por mirar atrás en el tiempo. «Yo no vengo de familia de represaliados, he tenido la suerte de que no me haya tocado. Me encanta trabajar temas del pasado. Empecé a sentir la necesidad de abordar el tema de la memoria histórica. En este caso tenía la posibilidad de trabajarlo también en el presente», recuerda.

La fotoperiodista cree firmemente en que, cuando una se embarca en un proyecto así, es para aprender. «Yo era una gran desconocedora del tema. Me di cuenta de ello cuando empecé a informarme», se sincera. Para Clauss ha sido clave la colaboración de los investigadores locales en su proyecto. La lista es larga: Francisco Espinosa Maestre, Concha Morón Hernández, Guillermo Molina, Manuel Reyes Santana, Omar Romero de la Osa y Rafael Moreno, entre otros muchos. «Contacté con ellos para que me dieran información y, sobre todo, para que fueran mis aliados, porque yo no tenía capacidad de hacer la investigación por mi cuenta. Solo tenía nueve meses -el plazo fijado por la Diputación- para llevar a cabo el proyecto. En un trabajo anterior, ‘Mi abuelo el espía’, me di cuenta de que se trabaja de una manera muy cómoda con los investigadores; te permite tener esos pivotes que hacen que aumente tu conocimiento, es muy interesante», indica.

Carta de Daniel Navarro escrita a sus hijos, que habían perdido a su madre.

EN PRIMERA PERSONA

El primer paso fue ir a ver las catas arqueológicas que estaban en marcha. Fue testigo de la exhumación que estaba en curso en Nerva. Se calcula que en el pueblo minero podrían encontrarse los restos de hasta 800 personas. El arqueólogo Andrés Fernández ha sido su gran aliado en el camino realizado. En Huelva existen más de 120 fosas, reflejo del impacto que tuvo el alzamiento en el territorio.

De pronto lo vio claro. «Decidí cuál era mi meta final: los hijos e hijas de represaliados. ‘Son pocos, se van a morir ya y necesito que sean ellos quienes cuenten a viva voz su experiencia vital. No hay marcha atrás, es ahora o nunca’, pensé. Ese fue mi reto. Fue muy complicado. Algunos no querían participar, otros, muy generosos, me decían que sí. Había otros que habían fallecido o se encontraban mal de salud. Fueron apareciendo nietos, sobrinos... pero preferí no incluirlos, al final me desvirtuaba lo que para mí era el proyecto. Yo soy muy emocional y necesitaba ese vínculo directo», aclara.

Se decantó por los testimonios orales en primera persona. El eslabón de la historia entre progenitores y descendientes. Realizó entrevistas a 16 personas, todas ellas hijos e hijas. Solamente en uno de los casos es la hermana quien habla. «Saben poquísimo, algo que te sorprende. Saben más los nietos y sobrinos que sus propios hijos. Muchos tienen sus recuerdos de lo que sucedió, otros eran bebés... lo poquito que se cuenta en la familia». El proyecto de Clauss ha servido para que los descendientes de los represaliados por el franquismo consigan tener documentación histórica. «De las personas que he incluido en la serie premiada, solamente uno, Antonio [Villanueva Pozuelo], tiene algo de documentación. Existe, pero no la tenían, no sabían dónde tenían que ir a pedirla. Hay que tener en cuenta que ninguno de los antepasados de las personas entrevistadas tuvo juicio sumarísimo. Cuando empiezo a buscar documentación, los investigadores me ayudan a que esas familias tengan documentos. Me parece el mayor regalo que les hicieron. Conocí a una señora a la que le daba miedo ir al cementerio de Río Tinto, nunca le hice fotos, y el investigador le dio pruebas escritas de todo lo que le había ocurrido a su padre. Fue super bonito. Se me ponen los pelos de punta -se emociona-. Me parece bestial, valoro tanto la labor de los investigadores, que de esa manera tan generosa lo daban todo...», continúa.

Las personas y sus testimonios guiaron a Clauss a los escenarios de la represión. «Las fotografías que hice al principio no me transmitían lo que yo necesitaba. Me di cuenta de que tenía que hacerlas en los lugares de represión», cuenta.

Imagen de un proyectil en la pared.

TESTIGOS MUDOS DE LA ATROCIDAD

El callejón del cementerio de Higuera de la Sierra. Allí fusilaron a 16 mujeres, todas ellas del municipio de Zufre, el 4 de noviembre de 1937. La tapia del cementerio de Huelva. Más de 1.000 personas fueron fusiladas tras el golpe militar en la capital. Son los dos espacios incluidos en la exposición que visita Donostia, y a los que se añaden el cementerio de La Soledad, la antigua prisión provincial de Huelva, Nerva, Río Tinto, Higuera de La Sierra, San Juan del Puerto... en el proyecto general. Testigos mudos de la atrocidad.

«Los lugares tienen memoria de lo que sucedió. A mí me imponen. La tapia del cementerio o la cárcel de Huelva, o el callejón al que llevaron a las mujeres de Zufre y donde las mataron... todos esos lugares para mí también eran importantes. Yo había decidido que mi línea documental eran esos sitios de represión. Fotografié a cada uno de los entrevistados en su lugar de represión. Antonio (Villanueva Pozuelo) estuvo en la cárcel de Huelva con su madre. En el caso de Dominga (Aparicio Márquez), a su padre lo tuvieron en la iglesia de la Zarzala la noche antes de fusilarlo, estuvimos en el descampado donde está enterrado su padre. Francisca (González Madeiro) es la única a la que he fotografiado en su casa, porque a su padre y a su madre los cogieron presos allí. En el caso de Juana (Ramayo Pachecho) no se podía mover de su casa y neutralicé el espacio dejando un fondo negro», explica.

En dos casos, Clauss se sirve de proyecciones. Uno es el del poeta Miguel Hernández. «‘¿Cómo hago para que los muertos estén presentes en los lugares de represión?’, me pregunté. Me planteé llevarme a la cárcel de Huelva -me dieron permiso para entrar- un grupo electrógeno para hacer proyecciones. Era la manera de hacerlos presente y de recuperarlos», cuenta. Pasado y presente unidos.

El visitante también puede ver la proyección de una foto de Balbina Sánchez en la Prisión Provincial de Huelva (2021). Era maestra de primaria de Villanueva de los Castillejos. Fue la única mujer de los 21 maestros fusilados en la provincia. Catalina Gómez, antigua alumna suya, todavía conserva fotografías y cartas que le envió a la cárcel.

La fotoperiodista recalca su obsesión por tener todo el proceso documentado. «No se trataba de limitarme a hacer una fotografía de Miguel Hernández, por ejemplo. Previamente contacté con el investigador que más sabe sobre él. Quería tener el máximo de documentación, que todo estuviese documentado. No sé para qué, pero lo necesitaba -sonríe-. La cantidad de archivos que guardo es bestial», dice.

Asimismo, ha recopilado infinidad de pequeños retratos de los álbumes fotográficos familiares. «‘Estoy fotografiando los espacios, ¿y si le doy una vuelta más?’, pensé. Busqué las fotografías de los represaliados. Recuerdo ir a la cata de Río Tinto y ver llegar a tantas personas con su pequeña foto del familiar fallecido en la mano... Yo aprovechaba para recogerlas con mi cámara. Hice más de cien, quería tener muchas fotografías de las personas represaliadas. La gente venía a mí con una carta, con una foto... una señora me dio una carta de su tío. Quiere que la tenga, pero yo se la quiero devolver», explica.

Gafas encontradas en la fosa de Zalamea La Real.

ELEVARLOS DE LA TIERRA

Los habitantes de la provincia de Huelva han tenido conocimiento del camino recorrido por Clauss gracias a la exposición realizada allí. La fotógrafa tiene previsto exponerlo en Mieres -cuenca minera de Asturias-, en la que será su primera salida de la provincia. En la exposición que muestra el proyecto en su totalidad, junto a las imágenes, tienen una presencia especial los objetos hallados en las excavaciones arqueológicas. «Creé una especie de fosa. Trajimos tierra de la cata y la pusimos en la sala. Dentro, unas peanas negras con unos metacrilatos, donde puse los objetos más interesantes que había fotografiado. Cuando alguien se muere, te agarras a algo físico como si fuera lo más, pero en muchos casos no tenían ese objeto de vínculo. Los objetos hallados en las fosas representaban mucho más que un mechero o una moneda, eran esos objetos preciosos que te vinculan con tu ser querido. Aquellos objetos que estaban bajo tierra los convertimos en joyas gracias a unas peanas. Me pareció una manera de elevarlos de la tierra en la que han estado. Arriba, en el techo, coloqué fotografías antiguas para que llevaran el peso de todo lo sucedido», señala.

La muestra se completa con un audiovisual -en versión reducida en Donostia- que pone voz al sufrimiento de los represaliados en la Guerra del 36. «El audiovisual dura una hora. Hice lo que pude, nunca he hecho nada parecido, soy fotógrafa. Cuando empecé a recabar los testimonios, volvía a mi casa y, al ver las notas, me preguntaba: ‘¿me lo voy a quedar solo para mí?’. Decidí compartirlos con el público. ‘¿Te importaría que te grabe?’, les preguntaba. Tú no sabes la cantidad de veces que he ido a verlos... -sonríe-. Ya estaba a punto de hacerse la exposición cuando me llamaban mostrando su interés por participar en el proyecto, y los incluí en el vídeo. Estoy contenta, la verdad. Ha sido una experiencia super interesante. Ahora me provoca continuar por ese camino del audiovisual en mis futuros proyectos».

RETO Y REFLEXIÓN

«Fotografiar el presente es muy duro, los trabajos fotográficos de todos mis compañeros son espectaculares» -comenta refiriéndose a los compañeros presentes en la muestra-, pero dirigir la mirada al pasado me provoca un reto, a la vez que me genera reflexión. Sí, creo que a través de la fotografía se pueden sacar emociones y traértelas al presente, porque al final para mí la fotografía es emoción; si no consigo engancharte a ti mis fotografías, no tienen sentido».

Las familias de los entrevistados han sido partícipes en el proyecto. «El día que recogí el premio, se vino Antonio con toda su familia, ya que vive en Madrid. En todas las fotos que he hecho, exceptuando alguna muy puntual, la familia ha estado presente. No te digo que lo vayas a engañar, pero a un anciano lo puedes enredar a tu conveniencia. Hay que ser muy honesto y tiene que haber alguien velando por ellos. Sus hijos han estado presentes en todos nuestros encuentros porque así lo he querido», explica.

Muchos de los entrevistados no han podido cumplir el deseo de enterrar a sus allegados. «Algunos han fallecido y lo que más deseaban todos ellos era recuperar a sus familiares, a su padre o a su madre. Por ejemplo, Valeriana Martín Barrero, de 91 años -no está en la exposición pero sí en el proyecto- es la única que ha recuperado los huesos de su padre. Para ella fue el día más feliz de su vida, cuando pudo enterrarlo. El resto de la familia ya no estaba, pero sintió estar viviendo el día más importante de su vida. La gran mayoría nada, muchos no saben ni dónde están los restos de sus allegados».

Ha puesto su granito de arena en la reconstrucción de la memoria histórica. «Muy chiquitito», dice con humildad.

La fotógrafa María Clauss en su visita a la muestra que acoge Donostia. Abajo, cráneo encontrado en la fosa de Higuera de la Sierra.

Al preguntarle cómo le ha afectado este proyecto personal y profesionalmente, reconoce que este trabajo es «un antes y un después». «Yo antes llegaba a un sitio, hacía fotos y me iba. En proyectos centrados en temas como la prostitución o la inmigración, por ejemplo. Sabía el nombre del entrevistado -a veces ni eso-, pero no lo conocía. Tenía una charla amigable, me quedaba con una impresión de la persona y ella de mí. Se quedaba ahí la relación. Con este proyecto no, me he quedado. Sí ha cambiado mi forma de trabajar. Y ahora ya no quiero empezar un proyecto en el que no me pueda quedar. Necesito dar un paso más. No es que me cueste despegarme de los proyectos. No soy fría, pero sí tengo esa capacidad. Ahora siento miedo ante lo nuevo. Acabo de comenzar un nuevo proyecto centrado en mujeres migrantes en los asentamientos, y he estado un año en la casilla de salida, sin poder avanzar. Quiero conocer bien a las protagonistas porque forman parte del proyecto... Ahora me exijo más a mí misma y el proyecto en sí también me lo pide», confiesa a 7K.

Tras Sevilla, Huelva es la segunda provincia andaluza más castigada en la Guerra del 36. Trabajadores, campesinos, mineros, pescadores. Y, sobre todo, personas afiliadas a partidos de izquierda fueron objeto de represión. «En la zona rural fue donde más represión hubo», subraya Clauss. Un segundo puesto que también ostenta -tras Granada- en número de víctimas (ascienden a más de 10.000). El 18 de julio de 1936 Huelva y la mayor parte de la provincia se mantuvieron fieles a la República. El 29 de julio las tropas sublevadas entraron para controlar el puerto y evitar que la escuadra, fiel a la República, pudiera dominar el Atlántico y asegurar tanto la desembocadura del Guadalquivir como la comunicación con la Portugal de Salazar, favorable a los golpistas desde el primer momento. “La Guerra Civil en Huelva”, de Francisco Espinosa Maestre, es un título de referencia para quienes desean conocer la realidad que vivió Huelva tras el golpe franquista y la posterior represión. El libro sacó a la luz el pasado oculto aportando numerosos detalles de lugares y nombres de víctimas.

AMENAZA SERIA

El historiador ha solido destacar que esta provincia fue la única que planteó una amenaza seria a Gonzalo Queipo de Llano y sus hombres a menos de veinticuatro horas del inicio de la sublevación, un movimiento iniciado en la zona minera. Todo esto acabó a las puertas de Sevilla, en La Pañoleta, «tras la traición de la Guardia Civil, cuyo responsable, Haro Lumbreras, fue nombrado poco después gobernador militar». Fue responsable directo de la terrible represión ejercida sobre la provincia. Queipo de Llano declaró a mediados de 1937 el estado de guerra en la mitad de la provincia. La represión no acabó hasta 1938, cuando se dio por finalizada la operación con la eliminación de más de 600 huidos documentados hasta la fecha.

En Huelva no hubo guerra civil, sino un plan de exterminio perfectamente organizado desde la cúpula militar golpista. Las cifras son elocuentes. En una provincia que en 1936 tenía poco más de 370.000 habitantes, la represión letal alcanzó -por lo que se ha podido documentar hasta la fecha- a más de 6.000 personas. Sin olvidar el afán por ocultar los crímenes, lo que ha complicado mucho la identificación de víctimas enterradas.

Los fallecidos en la zona no son consecuencia del combate, sino de la represión ejercida por las fuerzas fascistas. Huelva fue un territorio que, a pesar de caer en manos de los sublevados desde el comienzo de la guerra, conoció una represión inusitada. «No hubo combate. Normalmente entraban a un pueblo, en algunos casos había algún escarceo y en otras se alzaba la bandera blanca directamente. Incluso en Nerva. En los pueblos lo tuvieron muy fácil para entrar, no había nadie que los defendiera. Fue todo tan rápido que no les dio tiempo a pensar. No fue el caso de Valencia ni Madrid, en Huelva fue un paseo militar. La gran mayoría de los muertos son represaliados», incide Clauss.

Donde sí hubo cierta resistencia fue en la sierra, debido a la tradición sindicalista de los mineros. «Se lo pusieron más difícil a los sublevados», dice. «A los mineros de la columna que defendían la democracia y que tomaron presos en la Pañoleta les hicieron un juicio y los fusilaron para que la gente supiera lo que les podía pasar si levantaban la cabeza contra el nuevo Estado. Mataron a todos menos a uno, menor de edad. Casi todos procedían de la Cuenca Minera, la zona más sindicalista, y algunos de San Juan del Puerto. El resto, los que quedaron vivos, volvieron a casa corriendo», señala.

La prisión de Huelva y la imagen del poeta Miguel Hernández proyectada sobre la puerta de la celda en la que estuvo preso en la misma cárcel.

RENCILLAS PERSONALES

«Uno piensa que solo es ideología, pero entraban en juego las rencillas personales. Así me lo han transmitido. La alumna de Balbina me contó que un tío suyo fue de los que se montaron en camiones para hacer las matanzas. Su familia lo dejó de lado, nunca le volvieron a hablar. Jamás en la vida. Les pareció de un nivel de maldad bestial. Todos, de alguna u otra manera, estaban vinculados al dolor. Uno nunca sabe qué puede ocurrir hasta que sucede. Yo estoy hablando del pasado, pero mira ahora en Bucha (Ucrania) lo que está pasando. Y no es ni noticia, por desgracia. Ya hemos pasado a Gaza», reflexiona.

En todas las contiendas es la población civil la más damnificada. Y sobre todo las mujeres. Clauss asiente. «En muchos casos las madres fueron las grandes perjudicadas. Algunas perdieron la vida, otras se quedaron sin pareja, y se encontraron con que su sustento había desaparecido y que quedaban señaladas de por vida. Tenían que sacar adelante a su familia en ciudades y pueblos donde no había muchos recursos. Eso es muy complicado. Muchas se dedicaron al estraperlo, porque no tenían formación. En España las mujeres en aquella época no tenían nivel para poder trabajar. La madre de Dominga sí, fue la excepción, entró a servir en casa de unos señores ingleses. El resto se dedicó al estraperlo, con el consiguiente riesgo de que las metieran en la cárcel. Precisamente por eso estaba en prisión Antonio con su madre».

Francisca González Madeiro en su casa, donde vio a sus padres por última vez siendo una niña.

TRIPLE REPRESI

ón ejercida contra las mujeres Sobre la mujer existió una triple represión. Una, igual que en los hombres, por su actividad política o sindical durante la República; otra por su relación familiar con hombres significados políticamente que habían sido ejecutados o habían huido; y una tercera por el simple hecho de ser mujeres. «Los hombres huyeron y nadie pensó que la soledad expusiese a las mujeres a hechos tan graves», manifiesta Espinosa Maestre.

Clauss ha creado unos lazos estrechos con las personas a las que ha dado luz a través de su proyecto. Al preguntarle por lo más duro, no duda. «Verlos llorar como niños. Creo que hemos llorado ellos y yo en todas las entrevistas. Muchos de los entrevistados se emocionaban mucho al hablar de sus madres. Guardan un gran dolor. Tú los ves como ancianos, pero yo los veo como niños. Son huérfanos con historias terribles», recalca. ¿Y lo más gratificante? «Que hayan visto que se les da su lugar». Es lo que logran iniciativas como “Donde no habite el olvido”.