Igor Fernández
Psicólogo
PSICOLOGÍA

Lo que se pueda

(Getty)

Cuesta poner en duda a nuestros propios pensamientos cuando buscamos la supuesta verdad que se esconde tras unos hechos, como si el propio hecho de poner nuestra atención en ello nos volviera objetivos. Pero este análisis nunca es fiel a la realidad por sí mismo, al hacerse desde un ecosistema individual, condicionado por toda suerte de idiosincrasias, hecho desde nuestra subjetividad del momento. Y añadimos esta subjetividad a todo lo que observamos.

Cuando, en lugar de hablar de la realidad exterior, lo hacemos de nosotros mismos no pasa algo diferente -por ejemplo, analizando lo que pudimos haber hecho mejor en tal o cual situación-; también entonces somos muy capaces de olvidarnos de las circunstancias concretas en las que estábamos, y diseñar un menú de opciones posibles, teóricas para aquella situación, que puede llegar a ser abrumador. Incluso despertando una voz interna poco compasiva con lo que finalmente se hizo, de la que es difícil librarse, ya que parece que solo atendería a algo imposible: haber hecho entonces lo que hoy plantea.

Y es que, en nuestra cultura, aprender y mejorar han estado muy cerca de un tipo de crítica que provoca culpa, como si esta pudiera ser un motor, pero que ha producido más parálisis y desinterés que una motivación intrínseca. Una crítica que sigue estando muy presente en las mentes de la mayoría de nosotros, de nosotras, que se ha convertido en autoridad interna.

Pensar es imprescindible para aprender de los errores, pero, como decíamos arriba, incluyendo en ese pensamiento no solo la voz crítica, sino otras, como una “voz contextualizadora” o una “voz comprensiva” e, incluso, una “voz creativa”. Como si se tratara de un comité de expertos o expertas que no solo tiene en cuenta el manual, sino también las circunstancias de la realidad circundante e interna, o que mantenga en mente que siempre tratamos de hacer lo mejor con lo que tenemos para conseguir lo que queremos. Incluso añadir una “voz realista”, que nos recuerde que en la vida no se puede tener siempre lo que se imagina, que tenemos límites, y que el deseo siempre es mayor que las fuerzas o el miedo a lo que realmente sucede al final.

No por casualidad, por dejadez, por pereza o estupidez -o toda la suerte de críticas que somos capaces de hacernos- hicimos lo que hicimos. Lo más probable es que ahora mismo haríamos lo que consideramos mejor o posible con lo que teníamos tanto dentro como fuera, en lugar de con lo que tenemos ahora, después de haber aprendido de aquella situación. Crecer es una mezcla de reconocimiento de lo que se tiene y de desafío a eso mismo, pero siempre preservando el deseo, cuidando con mimo a esa parte nuestra que siempre está, a esa parte que quiere algo nuevo, pero no sabe cómo conseguirlo… aún.