JUL. 21 2024 PSICOLOGÍA Cambiar como los pájaros (Getty) Igor Fernández Quizá uno de los aprendizajes más relevantes para la vida social de un niño sea la capacidad para postergar la expresión de sus primeros impulsos. Esa inhibición permite dejar espacio a la colaboración, a la diversidad de opiniones y a la posibilidad de escucha, imprescindible para construir algo. Pero también ese mismo impulso será el que dé la energía para hacerlo. La tensión entre la colaboración y los límites individuales permite a la colectividad ir avanzando en unos sentidos y no en otros, explorando, como una bandada de pájaros que cambia de líder, el territorio de todos a partir de deseos y límites individuales. Idealmente, esta alquimia de relaciones va creando una red única de potencialidades y restricciones. Esta representación social de lo que pasa en la naturaleza suele ser inconsciente, intuitiva, y apoyarse en la historia que cada persona lleva, de su grupo familiar, a otros grupos posteriores. En función del lugar que cada cual ha aprendido a tener en su familia y, sobre todo, de esa combinación de iniciativa e inhibición, después, en los grupos de amigos, laborales, comunitarios, pondrá en marcha, sin darse cuenta, una proporción similar de elementos. Por ejemplo, si he aprendido que en mi casa siempre se me ha escuchado o se ha cedido a mis propuestas, lógicamente esperaré algo similar de otros grupos, y buscaré individuos que me permitan seguir manteniendo ese papel. Si, por otro lado, he tenido que ingeniármelas para no decir lo que realmente pienso, o transformar unas emociones en otras con el fin de que otras personas no se sientan desafiadas, se asusten y actúen agresivamente; en lo social, estaré atento a cualquier tensión, y estaré dispuesto a diluirla cambiando de opinión, o cediendo -y quizá aumentando mi rencor-. Como las bandadas de pájaros, o el cardumen de sardinas, estos movimientos no son explícitados a no ser que surja el conflicto entre dos individuos, no se hablan con los desconocidos con los que interactuamos -a veces, tampoco con los allegados-. Pero cualquier persona puede cambiar el clima de un encuentro a través de ese tira y afloja, en un sentido y en otro. Es cierto que los movimientos, como hablar más alto o mirar con furia, tienen un mayor impacto en un primer momento, pero el grupo está siempre atento a la reacción posterior, y se pregunta sin saberlo «¿responderá a la provocación?», «¿se extenderá el conflicto?», o «¿seremos capaces de contenerlo?». La persona que recibe la primera acción tiene también responsabilidad con respecto al resto del grupo, ya que su reacción dará alas a las respuestas a las preguntas anteriores al resto del grupo, que las recibirá como un nuevo estímulo sin historia, solo una sensación en el ambiente; máxime, si no estuvimos en el foco y las circunstancias del conflicto inicial. Como instigadores, víctimas o transmisores, nuestros movimientos darán forma a la ‘bandada’, para bien o para mal.