OCT. 27 2024 LAS ÚLTIMAS CUSTODIADORAS DE LOS ÁLBUMES FAMILIARES Interview Ainhoa Resano Melado Fotógrafa «Las mujeres del siglo XX han vivido mucho, pero han hablado públicamente muy poco» Hablamos con la fotógrafa Ainhoa Resano Melado, creadora del proyecto «ELLAS», donde recopila relatos de mujeres de los Barrios Altos de Bilbo, en realidad los considerados más bajos, a través de sus álbumes de fotos. Sí, son esas señoras que te observan desde la ría. (Archivo ELLAS) Itziar Ziga Son las guardianas de la ría; cualquiera que haya visitado Bilbo en los últimos tiempos las conoce. Ocho señoras, y no tan señoras, proyectadas como gigantas desde el muelle de Martzana. Son vecinas de los Barrios Altos (Bilbao la Vieja, San Francisco, Cortes y Zabala), o lo fueron, porque sus retratos tienen ya décadas. Cualquier intento de retirarlas provocará un levantamiento popular. Han llegado hasta allí por el proyecto «ELLAS», por el precioso empecinamiento de la fotógrafa Ainhoa Resano Melado quien, tras prodigios y naufragios compartidos con sus vecinas, se preguntó: ¿qué ocurre cuando las mujeres abren sus álbumes para contarlos? Esta vez no era ella la que tomaba las fotos, pero todo lo que ha sucedido con esta fabulosa maraña de habitantas del barrio más estigmatizado y trepidante de Bilbo, viene de su mirada cómplice, inmersiva, subversiva, gamberra y extasiante. Ainhoa y yo somos amigas desde el instituto, por eso sé cómo arranca esta historia de fotografía y brujería.(Archivo ELLAS) Todo comenzó como un cuento navideño feminista. Tú volvías a Iruñea el 5 de enero de 2005... Decidí en el último momento volver a casa de la ama. Abrí la puerta de mi piso hacia la una del mediodía. Enfrente mía vivían dos hermanas, hasta ese momento tampoco había tenido mucha relación con ellas, eran unas señoras muy independientes. Pero ese día veo a una que me pide ayuda, y se desploma. Era Carmen. Le eché un poco de agua, vi que respiraba. La cogí en brazos y la llevé a una habitación, que era como entrar en mi misma habitación pero en otra casa hace cien años. La metí en la cama y entonces empecé a escuchar, ‘¡socorro, socorro!’. Era Puri, que se había caído en la bañera, pero a ella no la podía sacar yo sola. Bajé a la calle a buscar a alguien que me ayudara y encontré a un chaval, la sacamos de la bañera y la metí con su hermana en la misma cama. Nos quedamos las tres, Puri me miró y me dijo: ‘pues vaya situación para conocernos, vecina’. Me contaron que eran dos hermanas solteras, tenían ya ochenta y pico años. Carmen era la que cocinaba, y se puso enferma. El último día del que se acordaban era antes de Nochevieja. Fui a mi casa a buscar algo, y les calenté un ColaCao con unas ensaimadas. Las estoy viendo a las dos en la cama, con toda la barbilla blanca de azúcar y sin dientes. Entonces Puri me dijo: ‘Abre el cajoncito de la mesilla, hay unas tijeras, pues ya que estás no me cortarás las uñas de los pies’. De repente me di cuenta de que no había nadie más. Estaban ellas y estaba yo. Mientras le cortaba las uñas a Puri, Carmen estaba súper apurada: ‘¡Pero cómo le pides esto a la vecina!’. Y, cuando acabé, dijo, ‘bueno, ya que estás’... y sacó también el pie para que le cortara las uñas. Estuve varios días cuidándolas pero no mejoraban, entonces llamé a urgencias y vinieron a buscarlas. Cuando estábamos abajo, ellas dos en camisón, Puri, me tiró un manojo de llaves, y me dijo: ‘Pues ya amigas del alma, ¿no?’. Nunca las dejaron volver a casa, estaban arrancadas de su hogar. Y hacían algo que a ellas les daba mucha tranquilidad, que era llamar por teléfono a su casa, y entonces, cuando sonaba el teléfono, sabían que ese lugar seguía existiendo. Y Puri me decía: ‘Pero tú y tus amigos, tenéis un plan para sacarnos de aquí, ¿verdad?’. Y pasasteis de la amistad al desahucio. Carmen murió y entonces Puri y yo comenzamos una relación que duró quince años. Había sido una de las primeras telefonistas de Bilbao. Al final hicieron un desahucio de todo nuestro edificio, ellas tenían un alquiler antiguo, desde generaciones, pero las echaron igual. La abogada del propietario me preguntó dónde estaban, porque necesitaba que firmaran un papel de renuncia. Le dije que no pensaba decírselo, y ella quería saber cuál era mi papel con ellas. Yo estaba muy subidita en esa época, y le contesté: ‘¡Pues que se mueran sin conocer a una hija de puta como tú!’. Y claro, me cayó a mí el juicio de todo el desahucio. Me llevé de su piso, antes de que lo tirarán todo a la basura, lo que me pareció más valioso, como un minutado del Bilbao rojo escrito por su abuelo de novecientas páginas, y sus álbumes de fotos. Así me contaba su vida Puri. Yo lo tenía hablado con ella, cuando muriera me quedaría con el minutado del abuelo y con sus fotos. Cuando murió, aparecieron familiares que no la habían visitado en esos quince años, para heredar. No querían que yo fuera al entierro, pero fui.Ainhoa Resano, fotógrafa y autora del proyecto en uno de los locales del barrio. ¡El de Puri fue el primer álbum del proyecto «ELLAS»! Así es, y aunque Puri vivía al otro lado del puente de San Antón, a mí me gustaba pensar que, como telefonista, habló con todas, y que de alguna manera las conectó. Cuando me desahuciaron de la calle Somera, crucé el puente y me vine a este lado, a un barrio sobre el que sobrevuelan todos los estigmas. En el bar bajo mi nueva casa conocí a Savina, era la camarera y también antropóloga, especializada en memoria y género. Una noche le mostré una foto de mis ratos con Puri y conectamos: ella tenía también inquietud por hablar con las mujeres mayores del barrio. Le dimos vueltas juntas hasta preguntarnos, ¿qué pasaría si les pedimos a las mujeres que nos abran sus álbumes?, ¿qué pasará cuando las mujeres hablen de su historia? Porque las historias de otras conectan con las nuestras, y los silencios... ¿De qué silencios familiares venías tú? Claro, a mí esto también me venía de la historia de mi bisabuela, que era de Lakabe, de la casa Gorria. Su muerte se había quedado en el silencio, mi abuela nunca habló de la muerte de su madre. Yo no tenía a nadie a quien preguntarle por esta historia y no existían fotografías. Cuando conocí a Puri, sentí que podía hacerle todas las preguntas sobre su vida que no pude hacerle a mi abuela. Yo tenía la intuición de que los silencios que sostienen esa generación no son tantos y que, si una hablaba, era como si hablaran todas. Ahí empezamos a construir los pilares entre ese diálogo entre la fotografía y la antropología, y nos tiramos a la calle. Empezamos a contactar con mujeres... «ELLAS», las guardianas de la ría, instalación fotográfica y sonora en el Muelle Martzana. ¿Cómo fuisteis llegando a ellas hasta completar semejante antología de mujeres increíbles de los Barrios Altos de Bilbo? La verdad es que todo ha sido una historia de magias, por cómo ha ido llegando. Nunca pensé que quería buscar a una mujer o a otra, no tengo carácter de historiadora ni de buscar perfiles diferentes. Primero fuimos a por Kontxa, una vecina que vivía enfrente del bar. Fue la primera en irse del barrio a Londres, allí vivió la ideología punk. Fue súper bonito, porque pasas de tomarte un vino con ella a escuchar su vida viendo sus fotos. A los días le preguntamos cómo se había sentido, y nos dijo que le había gustado repasar su vida. Entonces dijimos, vale pues sí, y empezamos a preguntar por las calles y los bares. Todo el barrio sabía lo que estábamos haciendo. ‘La niña de las fotos’ me llaman los txikiteros, que han sido grandes colaboradores del proyecto. Fue como un estallido, parecía que habías apretado un botón y empezaron a llegar un montón de historias. Ellas te abrían sus casas y sus álbumes, porque todas tenían álbumes físicos, son las últimas custodiadoras de los álbumes familiares. Ahora tenemos nuestras fotos en carpetas de ordenador, y no sabemos qué va a ser de esa memoria y, de hecho, se pierden muchísimo más. Y comprendí que son artefactos políticos, aunque los atesoremos como historias de nuestra vida personal. ¿Quién fue la segunda? Después apareció el álbum de Isabel. Una amiga alquiló una casa en la calle Cortes y ahí estaba, ¡el álbum de una facha en la calle de las putas! No pudimos dialogar con ella porque había muerto. Generalmente en aquella época eran los hombres los que hacían las fotos, y generalmente eran las mujeres las que se encargaban de ponerlas en el álbum y de contar ese álbum a otros miembros de la familia. El encuadre era el de los hombres, ellos conducían el coche y las fotos estaban hechas desde la mirada del tío. Pero este proyecto ha dinamitado mis propios clichés todo el rato. Isabel, la facha, tenía su propia cámara y salían muchas fotografías hechas por ella. Y me ha hecho mucha gracia que el humor aparezca en este proyecto con el álbum de una facha, porque tiene fotos muy divertidas. También he ido teniendo pequeños deseos. Yo sabía que, por la franja de edad, tenía que aparecer una niña de la guerra. Cuando entré en casa de Flor, fue lo primero que dijo: yo soy una niña de la guerra. Nos contó toda su historia del exilio con siete años, y te cantaba en francés, como decía ella con acento parisino. Utilizando la calle como soporte, instalación de fotografías en lonjas en desuso del barrio. ¿Cómo hablan estos álbumes de las mujeres del siglo XX? Las primeras fotografías que aparecen en el proyecto son de 1900, 1920 y llegan hasta los 80. Aparecen todas las casillas de la buena mujer: el bautizo, la comunión, la boda. Y, cuando te lo relatan, lo van desordenando. Las fotografías son como disparadores que te obligan a renegociar con el pasado. Al final, la memoria es algo muy maleable. Descubres esa oposición entre la fotografía y el relato, como por ejemplo la pose, al mirar todos los álbumes reconoces una pose y un momento social de la mujer, la construcción pública del género en el álbum privado de cada una. Al final es un constructo social y habla de la vida de todas, de esas generaciones de mujeres. Han vivido mucho y han hablado públicamente muy poco, su relato no está en la Historia como principal. Solían decirme al principio, ‘yo no tengo historias que contar’: joder que no. Recuerdo a Sagrario arrastrando por el pasillo bolsas de Ikea llenas de álbumes. Además, hablamos de un barrio muy intenso... Está Miki, esta tipa que veo en el bar y siempre me preguntaba cuál sería su vida. Fue de las primeras camareras de la calle Cortes. Iba vestida como un hombre y entonces era la única que podía estar en los clubs de alterne como camarera porque no era una competencia. Se enamoró de una puta, María Isabel, y se casaron cuando se legalizó el matrimonio gay. Sobre este barrio tan importante de Bilbao recaen muchos estigmas: historias de la prostitución, de la migración, de las gitanas, de la izquierda abertzale... Por ejemplo, con las memorias migradas. Como me dijo Michelle cuando le pregunté si tenía álbum: ‘yo llegué en patera’. Ha sido muy bonito cómo cada una, al hablar en primera persona, va desmontando esos estigmas, también mis propios prejuicios. Por ejemplo con las monjas, un convento de clausura que está arriba de la calle Cortes. Yo les preguntaba cuál creían que era su estigma, y ellas me dijeron: ‘¡ahí están las monjitas, sin hacer nada!’. Bajé del convento con dos maletas llenas de álbumes. Ellas son las únicas que tienen jardín de todo el barrio, allí hacen las hogueras de San Juan. Esas fotos de las hogueras, sin hombres, ¡parece un akelarre! O en fiestas de Bilbao, que ponen una txozna dentro del convento, cómo te lo ibas a imaginar. En «ELLAS» comparten protagonismo las monjas y misteriosas mujeres desnudas… Llegaron a mí unas fotos que se encontraron en la basura en los 80, yo les llamo las deshechadas, porque son ciento y pico mujeres que aparecen desnudas o con las tetas fuera. Este archivo a mí me rompió la cabeza porque fue como si trajeran el cuerpo y la desnudez al proyecto, como evidentemente no aparecían en ningún álbum familiar. Anduve investigando por el barrio, pero no llegué a saber más. Pero todas están mezcladas. Sagrario es una una mujer gitana del barrio y empezó su relato contando que su abuelo fue anarquista. También contó que las prostitutas del barrio cuidaron de ella una época que su madre estuvo en la cárcel de Basauri por la Ley de Vagos y Maleantes, y que fueron las presas de ETA quienes le enseñaron a su madre a firmar en la cárcel. Las historias de todas ellas se van cruzando. Es muy bonito también cuando cuentan la historia de cómo se cuidaban entre ellas, y de cómo se cuidaban las niñas. Sara se quedó con criaturas de dos prostitutas que no podían cuidarlas, y están en las fotos familiares. ¿Cómo fue avanzando semejante proyecto mastodóntico de memoria? Escaneé todas las fotografías y grabé los testimonios, lo que iban contando. Llevaba dos años sin ningún apoyo económico. Un trabajo que se ha hecho poco a poco, desde el deseo, desde una necesidad. Un trabajo autogestionado que se ha ido construyendo de una manera muy orgánica, muy colaborativa. Cada vez estaba más implicada, cada vez con más fotografías. ¡Parecía una psicópata, con las fotos desplegadas en las paredes! Llegaba un momento en que les decía: ‘¿y qué queréis?’. Y me miraban todas (risas). Pedimos una beca a BilbaoArte para tener un espacio, no nos la dieron. Casualidad, había un fotógrafo del barrio que tenía una amiga que había comprado un local en Cortes. Loredana se enamoró del proyecto, nunca nos hemos conocido, siempre hemos hablado vía mail. Y nos lo dejó. Se llama Artículos de Higiene, el primer local de higiene femenina que se abrió en Bilbao, hace 150 años. Allí se vendían condones por unidad. Y también los primeros vibradores, que parecía que iban a hacerte una ablación. Está entre cinco puticlubs, y ahí abrimos el proyecto al barrio. El propio lugar traía sus memorias. Ahí nos encontramos el carteo del dueño del local con una amante suya, Ángela. Este vuelve a ser otro de los contenedores que no tiene testimonio. Yo a Ángela la llamo la economista de Artículos de Higiene, porque todas las cartas eran para pedirle pasta a él. Hay una nota que yo siempre mantengo en el proyecto que dice: ‘Necesito 25.000 o 30.000 pesetas, Juani te explicará’. A mí me hace mucha gracia esta historia que, en vez de haber lloros de la amante, la otra, son todo cartas para extorsionarle a él. Ainhoa en el entierro de Puri, su vecina, la primera mujer en contarle su álbum, y la historia detonante del proyecto. Artículos de Higiene en la calle Cortes para la memoria de las mujeres del barrio, parece providencial… Es todo una locura. En 2018 abrimos el local para lo que yo llamo un gran atlas de memoria, que son fotos de todas mezcladas con frases. E hicimos un periódico para que quedara en algún sitio. Porque es lo que pasa con la memoria: te cuentan una historia, pero, si no se pone en circulación, se vuelve a quedar estanca. El día que abrimos, había una cola impresionante en la calle. Estaba gente del barrio, de toda la vida, había artistas, había galeristas, estaban las putas… Íbamos a abrirlo una semana, y tuvimos que abrirlo dos. Empezaron a pasar cosas increíbles. Apareció una mujer a traer una foto de su madre, que había sido puta, y la metió dentro del atlas. Y un montón de niñas gitanas que venían a traer la foto de su abuela, que había sido una bailaora de flamenco. O cuando Nicole se pasó a ver el atlas y dijo: ‘Yo quiero que mi culo esté aquí entre todas ellas y que ponga, tiene 54 años’. Y entonces le saqué una foto del culo y la puse debajo de una ventana del local, que da un patio interior mugriento, lleno de mierda de paloma. Parecía como el cuadro mítico de Dalí, “Mujer mirando al mar”, y ponía “Toda la puta vida mirando al mar”. Nicole vino el día de la inauguración con otras compañeras trabajadoras sexuales para que admiraran su culo. Y también vino Merche, la que juega al póker, la que dejó de llorar con 37 años. Estaba súper orgullosa. La habían llamado amores de juventud. ‘Como tengo el mismo fijo, me han localizado’, decía. Y, lejos de ser un final, fue un principio. ¿Cuándo paras esto? ¿Quién eres tú para parar ese chorrón de memoria que parece que quiere salir? Y ahora, ¿qué hago con todo esto? ¿Cómo llegaron estas señoras a convertirse en gigantas en las persianas del barrio? Llega el 2020, la maldita pandemia. El barrio ya era un cementerio de lonjas, y decidí poner las fotos en las persianas cerradas. Tuvimos que juntarnos un montón de chavalas del barrio para componer todas esas fotografías en grande, que son fotocopias pegadas unas con otras con cola. Pusimos veinte. La primera fue Isabel, que estaba haciendo como un fake de cambiar la rueda del coche. Medía cinco metros. Yo pensaba que al día siguiente no iban a estar, que iban a aparecer con pollas dibujadas. Y han permanecido intactas tres años, hasta que el tiempo las ha ido rompiendo. Era muy potente porque estaba todo el barrio vacío, no había nadie en la calle, pero estaban ellas. Siempre ha sido un proyecto muy querido en el barrio, autogestionado, humilde. Las fotografías tienen esa fuerza del lugar común, porque las mujeres de las persianas te recuerdan a una foto de tu madre o de tu abuela. Yo creo que por eso han estado protegidas, bendecidas. Interior del libro «ELLAS», compuesto por fotografías que pueden intercambiarse acompañadas de una pieza sonora en el que se las puede escuchar. Y de las persianas, al libro «ELLAS». (Lo sentimos, está agotadísimo. Puede ser consultado en algunas bibliotecas). Siempre teníamos la idea romántica del libro, pero parecía algo muy difícil. El libro es el primer apoyo de dinero público que tiene el proyecto después de siete años. Hablé con Fede Paladino, que es un hacedor de libros, como dice él. Tenemos una manera de ver las cosas parecida: inspiradora, anárquica, libre. Estuvimos año y medio en el local Fede y yo, diseñándolo, decidiendo, construyendo. No quería que fuera un libro cerrado, quería que fuera un activador para la memoria. Para diferentes críticos fue uno de los fotolibros más importantes de ese año, y volvió a ser otra sorpresa. Fue un montaje colectivo en el barrio, porque tampoco había otra manera de hacerlo. Me pasó algo muy divertido con la edición del libro. Yo quería poner la imagen de unas bragas que me había encontrado por internet, ¡y resultaron ser las bragas de Eva Braun, la mujer de Hitler! Me dije, no, esta transgresión ya no puede ser. Así que fuimos a una mercería a comprar unas bragas. En el libro «ELLAS» las cabezas de los hombres son cubiertas con puntos rojos... Cuando ves álbumes, se van repitiendo algunas fotografías. Como esas fotos de feria en la que salen disparando. Muchas veces disparaban los hombres, y descubrimos que, si les tapabas a ellos, te ayudaba a enfocarte en ellas. Esos puntos rojos, que encontramos como no en Artículos de Higiene, los pusimos sobre las cabezas de los hombres, como un juego. Significa un cambio en el turno de palabra. Y a mí me recuerda a ese origen de la casa Gorria de Lakabe. Fotografías intervenidas «Las desechadas». La pose: el álbum familiar contiene la versión privada de la construcción pública del género. Hay más magia roja en «ELLAS», cuéntame la historia de Belén... Fue increíble. Estábamos ya a punto de cerrar el libro y apareció Belén, una mujer trans que quería contar su historia. Al vernos, me dijo: ‘Tú y yo nos conocemos’. Le contesté, ‘a mí no me suenas’. A pesar de mi trabajo sobre la memoria, soy una gran desmemoriada. Me trajo unas fotos suyas sobre fondo rojo. Yo de pronto le dije: ‘Belén, estas fotos te las hice yo hace como veinte años’. Nos quedamos las dos en shock. Y Fede decía, ‘¡de verdad lo que pasa en este local cuando voy a casa ya no sé cómo contarlo!’. Belén me dijo: ‘Este es el único retrato donde me reconozco, fue antes de pasar por el penal y, como no lo metas en el libro, te mato’. La metieron en una cárcel de hombres por robos menores. Y entonces así, de esa manera tan mágica, se cierra el libro, con este retrato de Belén que había hecho yo hace tantos años. ¿Cómo ha sido para ti que eres fotógrafa crear un libro en el que tú no has sido la que ha hecho las fotos? Pasé de contar mis propias historias a editar los álbumes de otras. Y tenía muy claro que no las quería fotografiar ahora, no tenía ningún interés en hacer el antes y el después. Fotografías del archivo «ELLAS» y momentos de encuentro en las casas de las mujeres mientras cuentan su álbum. ¿Cómo has conseguido hacer un proyecto sobre la memoria que no sea nostálgico? Por las historias bonitas, creo que hay un acto de amor en contar la historia y en escucharla. Hay vivencias, hay supervivencias, hay risa, hay mucha complicidad, hay mucha intimidad compartida. Que el pasado no duela porque ha pasado. No es que de repente haya querido quitar todo lo triste, al final, yo soy la que he estado escuchando, la que he editado, la que escojo las fotos, yo he orquestado todo eso, pero desde las tripas. Cada una me cuenta lo que le da la gana, para empezar, porque la memoria también es así, es una gran construcción, ellas son también editoras de su propio relato vital, tienen esa agencia. Aquí nadie sabe exactamente qué ha pasado. Y también hay un orgullo en la supervivencia, y un orgullo de contar la propia historia. Ellas están hablando prácticamente en el final de sus vidas, son relatos que tienen mucha fuerza. Los álbumes de fotos están llenos de pérdidas, de muertas, y a mí me encanta cómo van saliendo nombres. Y te dicen, ‘esta era mi abuela, y cómo se llamaba, María’… Toda una red de mujeres. De repente, Bego nos enseña a su madre, que se llamaba Valentina, y fue la primera mujer en sacarse el carnet de conducir en Bilbao. Esa es otra, nos has contado que las mujeres en el siglo XX eran ángeles del hogar, como nos dijo el franquismo, que no trabajaban fuera de casa. Empezaban muy jóvenes a trabajar. Hay muy poca queja en general en todo el proyecto, y no es porque hayan claudicado, yo creo que es una manera de enfrentar. Hay una frase que rula por ahí que me encanta: el punk no ha muerto, ahora es una señora. Por ejemplo Merche, la que abrió la tienda de caramelos con 14 años. Empieza a hablarte de todos los negocios que ha tenido y te preguntas cómo le ha dado la vida para tanto. Si hago una lista de todos los trabajos de los que me han ido hablando, suyos, de sus madres, de sus tías... Merche tuvo la tienda de caramelos, una whiskería, una peluquería, una pollería... Muchas en el barrio cosían ropa para las putas, eso tenía que ser una maravilla. Puri era telefonista y Carmen, su hermana, era camisera. Flor era administrativa en una oficina, Kika era barquillera, Kontxa era profesora de inglés, Victoria hacía botones en una fábrica, Amelie lavaba la ropa de los mineros, porque en este barrio había hasta minas. Este era un barrio masculinizado en aquella época, estaban los mineros, estaban también los marineros que llegaban y los obreros. Y te las imaginas a ellas entre todo eso. Me contaban que hubo una época en que solo podían estar con los labios pintados en la calle Cortes, que, si bajaban con los labios pintados a la calle San Francisco, las detenían. Antes la calle estaba muy segregada. No es que de repente las mujeres fueran empoderadas andando por la calle, pero hay una foto muy típica de aquellos años que son mujeres andando por la calle juntas. Iban las chicas con las chicas, los chicos con los chicos. Pero claro, si tú coges todas esas fotografías de mujeres andando por la calle juntas, parecen batallones de mujeres preciosas. ¿Te cuento otra historia muy guay? Dale. ¿Has visto a la monja tocando el piano? Es una de mis fotos favoritas. Total que encargan a Ruth Juan, que acababa de venir a vivir encima de mí y es dibujanta, un mural para el convento. Ella ya había tenido sus rifirrafes con el Arzobispado, porque querían que pintara al patrón de la orden. Y Ruth dijo que no, que solo pintaba el convento si podía pintar a las monjas. Pero llegó la pandemia, no podía ir a conocerlas, y me contó este lío. Y yo le digo: tengo todos sus álbumes y cuatro horas de conversación con ellas. ¡Cómo puede suceder algo tan improbable! Y le dije, te las dejo con una condición: que una de las monjas que pintes sea Sor Gloria con el teclado. Y así fue. «Yo tenía la intuición de que los silencios que sostienen esa generación no son tantos y que, si una hablaba, era como si hablaran todas» «Cada una me cuenta lo que le da la gana, para empezar, porque la memoria también es así, es una gran construcción, ellas son también editoras de su propio relato vital, tienen esa agencia»