NOV. 24 2024 BELLEZA EN LA VIDA COTIDIANA Anne Rearick, la niña salvaje que se enamoró de Euskal Herria Incansable viajera, con la cámara fotográfica al hombro, la estadounidense Anne Rearick retrata gentes y lugares en blanco y negro. En 1990 visitó Donibane Garazi y ha vuelto a Ipar Euskal Herria durante 35 años, siempre máquina en ristre. El libro y exposición «Gure Bazterrak», primero en Biarritz y ahora en Donostia, resumen su amor por la naturaleza y los habitantes de este país. Fotografías: Anne Rearick Iñaki Zaratiegi Se graduó en Bellas Artes en el año 1990, es miembro de la Agence VU desde 1993 y lleva toda la vida recorriendo mundo con su inseparable cámara. La fotógrafa y profesora norteamericana Anne Rearick, nacida en 1960 en Caldwell (Idaho) y residente en Gloucester (Massachusetts), acumula cientos de realidades humanas retratadas en los lugares más diversos. Y entre esa colección de particulares rincones del globo terráqueo tienen un lugar especial las gentes de la Euskal Herria continental a las que ha captado, año a año, desque que, recién graduada, recayó en Donibane Garazi. Rearick ha colaborado con grandes medios informativos norteamericanos o franceses (“The New Yorker”, “Vanity Fair”, “Te Washington Post”, “Le Monde”, “Liberation”), su esfuerzo creativo ha recibido diversos galardones (Guggenheim Fellowship Prize, Dorothea Lange-Paul Taylor, Roger-Pic) y su obra forma parte de grandes colecciones públicas, como la de la Biblioteca Nacional francesa, el Centro Nacional del Audiovisual de Luxemburgo o el Museo de Arte Moderno de San Francisco. Lydie, fotografiada en Aspe, en el pirenaico Valle De Ossau. (Anne Rearick) Situada artísticamente en la tradición de la fotografía documental estadounidense, su biografía destaca la singularidad de trabajar con temas de larga duración, que le ayudan a profundizar en las relaciones con las personas y lugares que retrata. Sea en los vastos paisajes de su propio país, Sudáfrica, Kazajistán, la vida rural de Escocia, Italia o de los Estados francés y español, incluida su continuada escapada a tierras vascas. Con un modo de entender la fotografía que ha sido definida como muy humanista, enfocada más al encuentro con los demás que al propio ego artístico. Acumula obras antológicas como “Township” (2016), “Sète # 17” (2017), “Anne Rearick's Eye: Miresicoletea” (2017), “True West” (2019), “You Will Look to the Mountains” (2023) o “Gure Bazterrak” (2024). Así describe la propia creadora su ligazón con Ipar Euskal Herria: «El día que llegué [a Donibane Garazi], una señora mayor, Madame Hatoig, me invitó a entrar en su casa mientras llovía a cántaros. Me regaló zapatillas, té caliente y magdalenas, mostrando una generosidad y hospitalidad inusuales. A partir de entonces me sentí como en casa en el País Vasco. Está en el corazón de mi labor como fotógrafa, y sus cambios han contribuido a mi propia evolución, a mi tarea como documentalista, buscando capturar los lugares y su espíritu. Pastores, propietarios de cafés, estudiantes, trabajadores postales o agricultores me dejan entrar y fotografiar sus vidas privadas, en su cocina, su granero o durante sus paseos nocturnos. Al ritmo de las estaciones, viví como estos vascos, para contar en imágenes historias familiares y relaciones humanas, todo lo que configura este magnífico país». Su antología “Gure Bazterrak” se ha estrenado esta temporada en La Médiathèque de Biarritz y ahora está hasta el 17 de enero en Okendo Kultur Etxea de Donostia.El músico Jean Christian Irigoien «Galxetaburu», en Anhauze. (Anne Rearick)La señora Madame Hatoig en el panteón familar de Behorlegi. (Anne Rearick)Imagen de la fotógrafa Anne Rearick. AQUEL TUGURIO ROCKERO Anne comenzó como fotógrafa autodidacta y el amor por las imágenes le llegó de la mano del arte. «En la universidad estudié Literatura e Historia del Arte. Existe una conexión muy fuerte entre la literatura y las imágenes que evoca la buena escritura y la fotografía. Cuando llegué por primera vez al País Vasco, coincidió que me quedé fascinada por algunos de los pintores del Renacimiento como Giotto y Rafael y, por supuesto, Da Vinci. Me atrajo especialmente la forma en que incorporaron el paisaje en sus retratos». Pero esa fascinación por lo artístico y fantástico tenía una corriente paralela de interés por lo social y humano, porque su primera labor, que duró dos años, nació en un tugurio rockero y consistió en fotografiar la vida cotidiana de una madre soltera y su hija. «Ese primer proyecto, entre los años 1987 y 1988, surgió después de comprar mi primera cámara. Estaba trabajando en un club de rock and roll con una camarera que era madre soltera. Un día trajo a su hija de cuatro años al local y me sentí atraída por ella. A partir de ese día fotografié la vida de Karmella Blue y su madre Suzy durante unos dos años. Después de terminar aquella primera obra, me di cuenta de que en muchos sentidos era autobiográfico. Mi madre era madre soltera y con muchos problemas. Mi hermana y yo nos mantuvimos bastante juntas la mayor parte del tiempo, al igual que Karmella, y también crecimos demasiado rápidamente». LA NATURALEZA COMO NUTRICIÓN Rearick se gana el salario principal en encargos como fotógrafa de bodas, pero solo como sustento de su pasión por los viajes foteros por medio mundo. Sobre su vocación fotográfica afirma que siempre ha creído «en el poder de la imagen. Desde mi primera fotografía de mi abuela radiante, parada frente a un arbusto de lilas en flor, hasta el retrato de un amigo acordeonista vasco inmerso en su música o la alegría absoluta escrita en los rostros de una pareja de recién casados caminando hacia el altar, las fotografías preservan historias y crean recuerdos imborrables de nuestros momentos más importantes». ¿Y de dónde le viene ese amor por la vieja vida rural? «Nunca me ha gustado fotografiar en zonas urbanas. Solo lo hago cuando fotografío bodas. El dinero que gano elaborando esos encargos me ayuda a viajar y a hacer mi fotografía real. Me fascinan los lugares rurales. Me siento nutrida por las montañas, los ríos y el paisaje natural. Soy una niña salvaje adulta. Nací en Idaho y viví rodeada de colinas y montañas en el alto desierto. Los olores de ríos, bosques y montañas me traen los mejores recuerdos de mi infancia. En el campo, en las zonas rurales, el tiempo se ralentiza y estoy más presente. Puedo prestar más atención a lo que sucede a mi alrededor». Puede sonar contradictorio en un mundo de teléfonos móviles que busca ansiosamente paisajes coloristas campestres, boscosos, nevados, “sunsets”… pero Anne fotografía en color ambientes urbanos tan trillados como las celebraciones matrimoniales y prefiere, sin embargo, el blanco y negro para reflejar precisamente la cambiante realidad cromática del ambiente natural campestre. «¡Es que soy una horrible fotógrafa en color! No es mi estética, yo veo en blanco y negro. Las impresiones en blanco y negro pueden hacer que una imagen sea más atemporal y sutil. No hay nada más bonito que un estampado plateado en blanco y negro».Escenas agrícolas y campestres en parajes de Nafarroa Beherea. (Anne Rearick)La «niña de la cicatriz», en Anhauze. (Anne Rearick)El niño Robin aseando su vaca para un concurso, en la localidad de Bastida. (Anne Rearick) CONTRA EL ESTEREOTIPO La relación in situ de Rearick con la población euskaldun se inició en el año 1990 cuando visitó Donibane Garazi. Desde entonces ha vuelto durante treinta y cinco años, siempre cámara en ristre. Ese interés por lo de aquí tenía quizás que ver con haber nacido en Idaho, una región clave para la diáspora vasca en América. «Creo que el interés sí pudo nacer inicialmente de mi pequeño conocimiento que tenía sobre los vascos en Idaho, pero me enamoré de modo real con la cultura, el idioma, el paisaje y la gente cuando viví en Garazi el primer año, entre 1990 y 1991. La apertura y generosidad de las personas que conocí allí fue algo que nunca antes había experimentado. Me sentí como una niña mimada, la gente fue muy amable y paciente conmigo». Aquella experiencia le cambió su visión previa sobre el mundo vasco y le sorprendió y sedujo la vida rural, principalmente en la Nafarroa Beherea: las gentes, los paisajes, las costumbres sociales… «Tuve claro desde el principio que no quería reforzar estereotipos sobre el País Vasco, ni hacer fotografías que alguien pudiera ver en una postal (todas las bonitas casas blancas con ribetes rojos). En todo mi trabajo trato de ir más allá de la ‘historia única’ y expresar capas más profundas de comprensión a través de mi reportaje. Si las imágenes solo refuerzan los estereotipos y lo que otros ven en los medios, como la pobreza y la violencia en Sudáfrica, por ejemplo, entonces mi trabajo no tiene sentido. Quiero que mis fotografías conmuevan a la gente, enseñen o muestren que todos compartimos los mismos valores, que todos estamos conectados. Y que hay belleza a nuestro alrededor, belleza en la vida cotidiana». UNA FORMA DE ESTAR EN EL MUNDO Recorriendo la amplia selección de retratos de la fotógrafa estadounidense, queda claro que su cámara huye de paisajes turísticos y de postal. Enfoca a muchas niñas y niños, a gentes como Chaparteguy, de Anhauze, y su perro; el acordeonista Jean Christian Irigoien, también de Anhauze; Madame Franscena, en el cementerio de Banka o Madame Hatoig en el de Behorlegi; la pareja Richard y Virginie o Catherine, de Garazi; los comensales Guillaume y Domingo, de Mendibe; los parajes naturales de Barkoxe, Piñune y tantos otros motivos, siempre en exigente blanco y negro. No busca la visión rápida y tópica del reportero turista, sino la profundidad vital y natural de los lugares y quienes los habitan. Su obra “Gure Bazterrak-Basque Heartland” se presenta, en consecuencia, como impregnada en «honestidad y pureza, no romanticismo ingenuo, sino una mirada abierta, tierna y generosa, característica de su visión humanista de la fotografía». Esa «autenticidad» estaría alejada de una visión más folclórica y superficial hacia el «exotismo» rural. Huyendo de lo espectacular y los efectos y retratando a la gente y sus lugares con naturalidad, respeto y cariño. «Para mí, como fotógrafa, es muy importante preguntarme continuamente quién se beneficiará de las fotografías. No fotografío para tener una gran carrera o reputación, fotografío porque hacer fotos es una forma de estar en el mundo; una forma de aferrarme a las personas y los lugares que amo». (Anne Rearick)(Anne Rearick)La niña Carine, en la sala de estar de su domicilio, en Atharratze. (Anne Rearick) Una vista de los parajes de Behorlegi desde la casa de la señora Hatoig. (Anne Rearick)Richard y Virginie en Donibane Garazi. (Anne Rearick) NABOKOV, ATXAGA, ARTZE Y LABOA En su libro “Anne Rearick's Eye: Miresicoletea”, editado en el año 2017 por los festivales de Sète, localidad mediterránea francesa, había una colaboración del literato Bernardo Atxaga. Y su antología de fotos vascas fue editada internacionalmente bajo el título “Gure Bazterrak”. ¿Por qué esas concretas referencias a significados euskaldunes? «La miresicoletea fue una mariposa que Vladimir Nabokov descubrió en la costa vasca. Fue el poema de Atxaga ‘Muerte y vida de las palabras’, donde la cita, el que me inspiró ese título. Y ‘Gure bazterrak’, que cantó Mikel Laboa, es un poema muy importante para mí. Laboa fue un artista, activista y ser humano muy destacado. Me encanta la forma en que canta esa canción y el poema de Artze. En cierto modo, la canción refleja mi experiencia de descubrimiento en el País Vasco. Al principio no podía ver con claridad por prejuicios, pero poco a poco fui viendo con más luminosidad y ahora el País Vasco vive de verdad en mí». Parece claro que la ligazón de Anne Rearick con la vida vasca no tiene nada que ver con el reporterismo, en texto o foto, que llega, constata y se va. Ella ha labrado una profunda relación de años con estos lugares y sus habitantes. Con sus vidas diarias y con sus peculiaridades, por ejemplo, la lengua. ¿Ha llegado a entender algo de euskara? ¿Cree que su sonoridad, ritmo, estructura… añaden particularidad a los paisajes humanos y naturales que ha fotografiado? «¡Hace ya mucho tiempo desde que me sumergí durante una semana en el euskara, en Urepel! ¡Ahora sé lo suficiente como para impresionar a la gente mayor en los cafés! ¡Ja! Me encantan los idiomas y quiero aprender a hablar más euskara. Mi plan es tomar clases más intensivas en Hegoalde. El idioma es cultura. Sin lengua, una cultura muere». Los amigos Guillaume y Domingo, de comida en Mendibe. (Anne Rearick)La señora Franscena, rezando en el cementerio de Banka. (Anne Rearick)Las hermanas Xantal y Marie-Michelle Etcheverry, también en Banka. (Anne Rearick) LO RURAL COMO ESPERANZADOR Como muestra al citar a Mikel Laboa, Anne Rearick no pudo escapar al enamoramiento por lo vasco tras su descubrimiento de las músicas euskaldunes. Como ella remarca, entre las fotografías aparece su amigo, el acordeonista Jean Christian Irigoien “Galxetaburu”, en la localidad bajonavarra de Anhauze. Y en los encuentros habidos en Biarritz en torno a su exposición participó el dúo Etxetaburu, que forman el propio Jean Christian y Mixel Etxekopar. ¿El legado musical vasco entraña una personalidad creativa propia, ligada a sus gentes, su historia y los paisajes que habitan? «Jean Christian es un viejo amigo y uno de los mejores músicos que conozco. Es brillante, puede interpretar a Eric Satie, practicar sonidos de jazz o música tradicional vasca. También conocía desde hace tiempo a Mikel Laboa y me encantaba lo que realizaba con las canciones tradicionales y la improvisación, haciéndolas suyas. Músicos como Jean Christian, Mixel o Laboa han mantenido la música viva y fresca incorporando otras tradiciones musicales, arriesgándose con su música como lo hacen todos los grandes artistas y estando abiertos en su inspiración a todo tipo de influencias». Entre su rica documentación gráfica sobre la Euskal Herria ultrapuertos destaca la presencia de bastantes niños y niñas. Parece una muestra de esperanza de que la vida rural que retrata tiene futuro en un mundo decididamente urbano y tecnologizado. «Me encanta fotografiar niños. Porque son ellos mismos, muy naturales, tienen tiempo y juegan. Y yo también juego con ellos en la fotografía. ¡La vida rural y sus valores pueden ser la única esperanza de futuro para todos nosotros!». Escena en la ikastola de Lasa. (Anne Rearick)Un niño con caballos en Hastategi. (Anne Rearick) «El País Vasco está en el corazón de mi trabajo como fotógrafa y sus cambios han contribuido a mi evolución, a mi labor como documentalista, buscando capturar lugares y su espíritu»