Iban Gorriti

La Roseraie, una inédita odisea vasca que el nazismo malogró

El nazismo acabó con el batir de alas de una ikurriña en el mástil del hospital La Roseraie de Bidarte en 1940. El imperio de Hitler la tiró abajo y plantó su terrorífica cruz gamada. Ocho décadas después, otra localidad costera, Zarautz, difundió recientemente la exposición fotográfica «Odisea 1937», con 24 instantáneas que hacen referencia a los 24 cantos en la «Ilíada». Si el poema citado contiene interminables 11.600 versos, en aquella ‘rosaleda’ que marchitaron los nazis fueron previamente socorridas 16.000 personas que habían visto culebrear la crucífera antifascista y republicana de Euskal Herria.

Fotografía inédita del Hospital La Roseraie, en Ibarritz –Bidarte– . El 28 de junio de 1937 el Gobierno Vasco alquiló por 100.000 francos el complejo hotelero para convertirlo en un hospital dirigido a los combatientes vascos heridos.
Fotografía inédita del Hospital La Roseraie, en Ibarritz –Bidarte– . El 28 de junio de 1937 el Gobierno Vasco alquiló por 100.000 francos el complejo hotelero para convertirlo en un hospital dirigido a los combatientes vascos heridos. ( Fondo Federico González / A. Miñambres, M. Saravia)

La costa labortana aún evoca una ikurriña ondeando sobre un histórico rosedal de Bidarte y en su atalaya un edificio garante del cuidado de gudaris y milicianos enfermos o mutilados evacuados de Hegoalde a tierra en paz, a parvos 25 kilómetros de la aduana. La ciudadanía de la localidad atlántica con cinco kilómetros de arenales todavía se muerde los labios al rememorar que la Alemania nazi hizo desaparecer aquella bandera tricolor republicana vasca y la sustituyó por su espeluznante cruz gamada y aterradoras esvásticas. En aquel enclave, en aquel mueble tiempo antes del cambio en el mástil sanaron, murieron, nacieron, rieron y lloraron cientos de personas antifascistas en el trienio 1937 y 1940.

Todo ello fue causado por dos guerras: una militar, aunque denominada de forma errónea civil y con generales españoles que dieron un golpe de Estado contra una república legítima que Hego Euskal Herria también sufrió. Y, por otro lado, la Segunda Guerra Mundial, conocida como total porque en ella no cupieron paces parciales debido a que las ideologías pretendían aniquilar los sistemas políticos y económicos opuestos a sus intereses.

«Como consecuencia de la Guerra Civil en Euskadi, miles de hombres y mujeres de toda edad y condición se vieron abocados a una verdadera odisea que les llevó hasta lugares totalmente inesperados», valoran el investigador Aitor Miñambres y el fotógrafo Mauro Saravia, comisarios de la exposición memorialista organizada por la dirección de Derechos Humanos de la Diputación Foral de Gipuzkoa que albergó recientemente el Photomuseum de Zarautz.

Enfermeras en el barco Habana.

Aitor Miñambres Amezaga (Bilbo, 1969) es Licenciado en Máquinas Navales y director del Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango. Ha investigado y publicado trabajos sobre la Policía Motorizada (Ertzain Igiletua) de 1936-1937; sobre el Ejército de Euzkadi; sobre el Cinturón Defensivo de Bilbo; sobre los bombardeos en Legutio; sobre el batallón Gernika; y sobre el frente de guerra de Enkarterri en 1937. Asimismo, ha impartido incontables conferencias sobre la Guerra del 36 en los territorios vascos, en diversas localidades y jornadas.

Mauro Saravia (Viña del Mar, Chile, 1982) es periodista, fotógrafo, profesor del Centro de Fotografía Contemporánea de Bilbo y especialista en memoria histórica y Derechos Humanos. Ha realizado diversas exposiciones tanto a nivel nacional, estatal, como internacional y su trabajo ha sido reconocido en numerosas ocasiones, siendo recientemente galardonado con el Fotopress, 44º Salón de Fotoperiodismo de Chile.

Ambos estiman que una de las personas que formó parte de aquella odisea histórica fue el combatiente Federico González Santiago, de Erandio, Bizkaia. «Fue protagonista de una de estas adversas vivencias y conservó para siempre una completa colección de documentos y fotografías que ahora salen a la luz, por primera vez, para conocimiento de la ciudanía y ejercicio de Memoria Democrática», valorizan.

Herido el 15 de junio de 1937 durante la defensa de Bilbo ante el avance del gigante fascista español, González fue trasladado primero a Santander y después a Asturias, lugar desde donde consiguió hacerse precariamente a la mar para alcanzar la costa francesa, huyendo del avance del ejército franquista.

Allí, cientos de gudaris y milicianos vascos fueron atendidos por los servicios sanitarios del Gobierno Vasco, primero en Burdeos, en el vapor Habana habilitado como barco-hospital, y después en Bidarte, en la residencia La Roseraie -La Rosaleda-, convertida en hospital para personas heridas y mutiladas de guerra.

Residentes de la Roseraie en un día de ocio en una de las playas de Biarritz.

EN LA ROSERAIE

Según cifras aportadas por Aitor Miñambres y Mauro Saravia, por La Roseraie pasaron más de 1.600 combatientes y civiles. Los primeros también tuvieron ocasión de aprender un oficio. «Comenzada la Segunda Guerra Mundial, el 1 de septiembre de 1939, estos hombres colaboraron con el esfuerzo de guerra francés en fábricas y arsenales, hasta que sobrevino la derrota y la ocupación alemana del territorio», ilustra Miñambres, y va más allá en su análisis: «A muchos de ellos les esperaba un futuro oscuro, en cárceles españolas o francesas, o en el exilio americano. Hasta años después de la muerte del dictador Francisco Franco, estos mutilados no verían reconocida y compensada su condición. La de Federico González Santiago es una de esas historias».

Enfermeras de La Roseraie y civiles posan en las inmediaciones del recinto.

UN TIPÓGRAFO DE ERANDIO

Situamos a su persona antes de la Guerra Civil y Segunda Guerra Mundial en Erandio, municipio de la margen derecha colindante a Deusto. Era tipógrafo de oficio. Había llegado al mundo el 10 de abril de 1917 «de forma circunstancial», precisan, «en un pueblo de la provincia que entonces se llamaba Santander, aún no era Cantabria». Con dos décadas de vida a sus espaldas, el Gobierno vasco lo llamó a filas y lo inscribió en el batallón número 48 ‘UGT - 8 Jean Jaures’ del Ejército vasco espontáneo que el Ejecutivo creó y único que ha tenido en su historia.

Durante la batalla de Artxanda en la que gudaris y milicianos defendían Bilbo, fue herido por una bala que le entró por la muñeca izquierda, pasó por el antebrazo y salió por el codo. Conservó la extremidad, pero «colgando», pormenorizan, «por ello, en las fotos en las que aparece él vemos que se tuerce un poco su cuerpo para no mostrar el brazo».

En el momento que ocurrió la desgracia fue trasladado con urgencia al hospital de Basurto y, como la guerra, replegado a Santander -acogido en el Hotel Rhin convertido en hospital- y, a continuación, a Asturias. Ante la inminente caída de Gijón en manos del enemigo, González consiguió junto a otros compañeros subirse a un bote de pesca y hacerse a la mar anhelando llegar a territorio francés, país en paz en ese momento. Sin medios, consiguieron, sin embargo, bordear al mítico crucero ya entonces franquista Cervera, y quedaron perdidos en el golfo de Bizkaia. En esa tesitura, según narra Miñambres, un pesquero galo consiguió arrastrar la embarcación hasta la bahía de Arcachón, comuna de Las Landas.

Retrato de Federico González, combatiente del Ejército vasco, quien fotografió y conservó durante años este archivo personal.

En aquel momento la delegación vasca en Ipar Euskal Herria destinó al socorrido a Burdeos y en aquella ciudad fue auxiliado en un curioso ‘hospital’, en el histórico buque Habana que hizo las veces de centro sanitario de urgencia. De allí, fue internado en La Roseraie. Miñambres y Saravia ponen en valor que las instantáneas son inéditas. «Las sacamos a la luz por primera vez en la exposición del Photomuseum de Zarautz -único centro de cinco plantas dedicado a la fotografía y el cine que hay en el Estado español- y, como vienen documentadas en sus reversos, permiten a muchas personas identificar a familiares suyos en ellas citados, así como a completar el escaso patrimonio fotográfico existente de este periodo. La odisea de Federico González fue la de miles de vascos y vascas atrapados en el torbellino de las guerras, los exilios y las dictaduras», complementan.

Saravia abunda que las instantáneas y los documentos son «gracias al ejercicio periodístico que Federico hizo hace casi 80 años, comprendiendo el valor que tendría en un futuro, preservándolos con un cuidado único que se manifiesta en la conservación de las imágenes».

Consultados a ver cómo y cuándo se fraguó este proyecto, los impulsores echan la vista a 2022. «Todo comenzó hace dos años cuando el hijo de Federico González, homónimo, vino al Museo Memorial del Cinturón de Hierro de Berango para hacer entrega de documentos y fotografías del periplo de su padre cuando estaba convaleciente en Bidarte, nos explicó que específicamente en el hospital del Gobierno de Euzkadi en el exilio La Roseraie», glosa Miñambres, persona encargada del centro memorialista.

Pacientes en las inmediaciones del Hospital La Roseraie.

Luego llegó la exposición de Zarautz titulada “Odisea 1937” y con 24 fotografías por una razón tan literaria como filosófica e histórica. Hacen referencia a “La Odisea”, poema compuesto por 11.600 versos y dividido, como la “Ilíada”, en 24 cantos, y atribuido al vate griego Homero. «Decidimos este nombre por la travesía y aventuras que tuvo que afrontar Federico para resguardar todo este material para no ser destruido», enfatizan.

Saravia -profesional de este arte y profesor del mismo- hace un análisis del discurso fotográfico de estas imágenes en blanco y negro. «En este caso en particular el mérito como testimonio visual, se antepone a la composición, al encuadre o al foco, ya que su valor gráfico está en las y los retratados, su forma de establecer los cánones de la época y cómo se configuran en una pieza fundamental para armar un puzzle que no estaba completo para conocer la vida de quienes residían en este hospital de heridos y mutilados».

Las imágenes originales que preservó el entonces socialista y que ha seguido custodiando su familia no superan los 15 centímetros por su lado más amplio. Por ello, «fue todo un desafío ampliarlas en un tamaño de 50x70 centímetros. Sin embargo, conservamos su trama original y los detalles propios de la fotografía analógica para no intervenir en el paso del tiempo», subraya este vasco-chileno asentado en Bilbo.

Un médico junto a residentes y mutilados del hospital La Roseraie.

IDENTIFICAR A LOS PROTAGONISTAS

Las personas que aparecen retratadas forman parte del personal sanitario, personas en reinserción laboral, sacerdotes católicos, y otra serie de personas heridas o mutiladas. «A su vez, no se puede dejar de lado un aspecto fundamental, ya que, en seis de estas fotografías, los reversos detallan de puño y letra de su protagonista quiénes estaban presentes, sus apodos y el lugar de donde provenían, entregando un aspecto muy importante para la recuperación de la memoria histórica», vuelven a incidir en ello.

A juicio de Federico González hijo, es relevante «la importancia de entregar estos materiales para que salgan a la luz, para conocimiento de la ciudadanía y memoria de las personas que sufrieron esta etapa».

Sabido esto, el lector se pregunta cuál fue el devenir de aquel mozo de Erandio. Tras su paso vital y documental por La Roseraie, el vasco que debiera tener una cámara de fotos y sensibilidad al respecto, comenzó a trabajar en una fábrica militar en el entorno de Aquitania hasta que en mayo de 1940 las tropas alemanas nazis se aproximaban a la zona. Fue entonces cuando González logró que unos franquistas «le escribieran un aval en el que dejaban constancia de que, aunque no era de su bando, su conducta era positiva».

Vista desde la costa de Ipar Euskal Herria en dirección a Hego Euskal Herria, en donde se detallan diferentes lugares.

Con ello en su poder, cruzó la aduana de Irun, pero fue hecho prisionero y enviado al campo de concentración burgalés de Miranda de Ebro. Sobrevivió a ello y fue puesto en libertad en 1940, aunque debía presentarse en la Guardia Civil de Erandio cada cierto tiempo. Federico -casado con María Luisa Fano Iribar- acabaría logrando que el Gobierno español le pagara, por derecho, una pensión por mutilado de guerra como también hicieron uso de ello los del bando golpista y ganador de aquella guerra que, a pesar de su denominación, tuvo poco de civil y mucho de militar. El bizkaitarra del UGT 8 acabó simpatizando con el PNV, según ha podido saber 7K.

Por La Roseraie pasaron más de 1.600 combatientes y civiles. «A muchos de ellos les esperaba un futuro oscuro, en cárceles españolas o francesas, o en el exilio. Hasta años después de la muerte del dictador Francisco Franco, estos mutilados no verían reconocida y compensada su condición. La de Federico González Santiago es una de esas historias», apostillan.

Por su parte, Federico González hijo hace un llamamiento con el objeto de que «otras familias también saquen a la luz fotografías, documentos y objetos que puedan ser conocidos por la ciudadanía y contribuyan a la recuperación de nuestra memoria histórica».

Aunque los griegos estaban convencidos de que Homero fue un poeta ciego nacido en Jonia, los historiadores modernos han puesto en duda su existencia y que fuese el autor de la “Ilíada” y la “Odisea”. Ciego fue también el amor por el archivo personal y colectivo que González fue guardando paso a paso en su búsqueda continua de la libertad.