EDITORIALA
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Del pluralismo a la ciudadanía, a través de la negociación

La defensa del pluralismo es un principio democrático básico que con el tiempo ha adquirido mayor peso en el discurso oficial, pero que social y políticamente tiene aún un largo recorrido por hacer. En principio todo el mundo alaba el pluralismo, pero la mayoría establece límites al mismo, algunos lógicos y otros en absoluto. Normalmente esos límites coinciden con la capacidad o incapacidad de tolerar a los otros, a los que piensan o sienten diferente, a quienes legítimamente desean otras cosas. Los límites también tienen que ver con los intereses. A veces, sencillamente, el pluralismo no beneficia a una de las partes o, dicho de otra manera, hasta cierto punto es lógico que el pluralismo interese menos al gato que al ratón.

Habitualmente, en las sociedades occidentales, ese límite se establece segregando política o incluso legalmente aquellas conductas, propuestas o comunidades que no se consideran sujeto de los mismos derechos que la mayoría. Esta es sin duda la trinchera más larga de la lucha histórica por la emancipación. En muchos frentes se han hecho grandes avances, como en los derechos de las mujeres o en los de la liberación sexual, aunque en muchos ámbitos el sistema siga manteniendo sus cuotas de privilegios de modo estructural.

Teóricamente, el valor positivo del pluralismo solo tiene un límite: no se pueden aceptar aquellas propuestas que tienen como objetivo central limitar o reducir la propia pluralidad. En un ejemplo medioambiental clásico, la existencia del mayor número posible de especies será un valor a preservar siempre y cuando la existencia de una de ellas no suponga la desaparición de otras. Por ejemplo, el mejillón cebra. Los totalitarismos y el autoritarismo son los mejillones cebra de la política.

Gestionar la discrepancia con compromiso

En política, además de porque en el mercado actual de las ideas cotiza alto, la defensa del pluralismo es importante porque tiene relación directa con el concepto de ciudadanía, que a su vez es uno de los elementos centrales de la democracia. Todo esto se traduce en la idea básica de «todos los derechos para todas las personas».

Aterrizando desde el mundo de las ideas a la Euskal Herria real, esa idea debería ser el principio rector de esta nueva fase histórica. Pasar de una fase de negación, de segregación, de violencia, a una de derechos y juego democrático. Y que gane el mejor, algo que los independentistas de izquierda deberán lograr con la misma perseverancia y compromiso que les han caracterizado históricamente pero con otras fórmulas y plazos. Por vías pacíficas y democráticas.

Es evidente que la democracia es una apuesta política arriesgada en nuestro tiempo, especialmente porque dentro de este sistema la democracia está devaluada, pauperizada, amañada. No nos engañemos, no hay «fair-play». El punto de partida no es igual para todos, la descompensación de medios y poder es bestial y, en consecuencia, la ventaja de quienes defienden este sistema y este estado de las cosas frente a quienes plantean un cambio político profundo resulta abismal.

El caso griego, tal y como resume muy bien hoy en las páginas previas el europarlamentario Josu Juaristi, es paradigmático en mostrar el escaso margen que tienen las fuerzas del cambio en este contexto. Pero, a su vez, mitad consecuencia de las derrotas del pasado, mitad convicción profunda de que solo con un apoyo popular suficiente los cambios serán verdaderamente revolucionarios, la apuesta de la izquierda europea es ganar elecciones, acordar programas entre fuerzas afines, concertar políticas y pasos con los movimientos políticos y sociales. Todo con el objetivo de revertir estas políticas suicidas e inhumanas que defienden los intereses de unos pocos, los patricios, restando derechos a la mayoría, la ciudadanía. O incluso negando esa condición de ciudadanía a grandes colectividades. Políticas suicidas por depredadoras e inhumanas por segregadoras.

Frente a esa segregación el pluralismo es un valor crucial. Su gestión, no obstante, es complicada a corto plazo pero fructífera a largo. Implica negociación, una dinámica de diálogo y acuerdos que transcurre en círculos, desde los más cercanos hasta los más lejanos. Implica aprender a gestionar la discrepancia, con compromiso y generosidad.

Aterrizando de nuevo desde el mundo de las ideas a la Nafarroa del cambio, este es uno de los mayores retos: cambiar la cultura política de todos, dejando atrás la segregación y los vetos, negociando y generando complicidades y predicando con el ejemplo, en clave de pluralismo, de ciudadanía, de derechos y de democracia. Ese es el mandato popular.