Todos somos parte
La capacidad de trabajo en común, el espíritu de participación en un proyecto colectivo son rasgos de identidad que desde siempre se han destacado en el carácter del pueblo vasco. En nuestra personalidad histórica se combina una formidable facultad para el desarrollo individual unida a la predisposición al trabajo en grupo y la toma colectiva de decisiones.
No podrá decirse que nuestros ancestros inventaran la democracia, pero lo que si se puede afirmar es que en esta nuestra tierra vasca siempre ha existido un peculiar concepto de lo que ahora se entiende por política y gestión de los asuntos de la comunidad.
Y como la idiosincrasia y la historia de los pueblos acostumbran a definir las características de su organización social y política, creo que coincidiremos en que la democracia vasca no podrá ser ni lo uno ni lo otro si no fija sus raices en la más amplia y profunda participación de la ciudadanía en la toma de decisiones.
Estamos en un proceso para la recuperación de nuestra soberanía nacional en el camino a la independencia y la reconstrucción del Estado de Euskal Herria. Esto significa necesariamente poner todas las herramientas de las que disponemos en la actualidad al servicio de ese objetivo, al tiempo que vamos haciendo fermentar el concepto de democracia participativa sobre el que deberán asentarse las futuras estructuras nacionales.
La cuestión no es teorizar hoy lo que será desarrollado el día de mañana sino ir definiendo desde ya mismo los comportamientos políticos que más tarde serán ley. Porque no es la ley la que hace la democracia; es el ejercicio de ésta lo que va tejiendo el traje de la ley. Es por ello por lo que debemos asumir la responsabilidad de establecer, extender y ejercer el concepto de democracia participativa como algo que partiendo de nuestra tradición como pueblo se proyecta hacia esa nueva Euskal Herria que aspiramos a colocar en el concierto internacional.
Queremos que Euskal Herria sea algo que sintamos profundamente nuestro, para que su desarrollo se traduzca en un compromiso común con el fin de alcanzar los mayores niveles de bienestar y solidaridad, de libertad y democracia en nuestro país. La fórmula infalible para ello es la participación en ese proyecto común, ser actores protagonistas de las decisiones que se vayan tomando, desde los pequeños temas domésticos hasta las de más entidad. Si el país avanza teniendo en cuenta la palabra de sus ciudadanos, esos ciudadanos se sentirán país y se responsabilizarán personalmente respecto al futuro colectivo.
Nuestro pueblo necesita asentarse sobre un concepto de democracia que supere la inercia perversa de la urna cada cierto tiempo para elegir a los representantes que ejercerán de presuntos delegados de la voluntad popular hasta unos nuevos comicios.
Porque ése es el tipo de democracia que queremos para Euskal Herria; la de ciudadanos libres que se comprometen personalmente con su país tomando parte de las decisiones y la vida política sintiendo que pertenecen a una comunidad, a un pueblo dueño de su destino. Eso es patria.
No nos sirven los modelos en los que el voto es la licencia para que élites políticas conduzcan los destinos del país no en relación a la voluntad popular sino a los intereses de lobbys que miran al Estado con óptica empresarial.
El nivel de participación de los miembros de un país en la toma de decisiones que afectan a todos es lo que establece la calidad de la democracia. A mayor participación, más democracia. La participación es el eje.
Este nuevo tiempo que vive Euskal Herria nos reclama nuevas formas políticas para, como ya he señalado, ir materializando logros en el recorrido al tiempo que vamos definiendo las características de nuestra futura estructura estatal.
La democracia participativa es así una herramienta fundamental en estos días, y la izquierda abertzale debe ser el motor para el desarrollo real de ese propósito de llevar a cabo la política al servicio del pueblo y sus ciudadanos.
Partiendo de esa idea, los abertzales de izquierda tenemos que extender la práctica de la participación popular desde todos los niveles y convertirla en centro de nuestra acción política e institucional. Hay que conocer lo que quiere la gente de nuestro país, y para ello tenemos que ir, persona a persona, hasta la consulta popular promovida por las instituciones en las que nos encontramos.
Facilitar el ejercicio real de la democracia participativa, escuchando la opinión del pueblo y respetando su voluntad no sólo enriquece la democracia sino que también aporta legitimidad a la fuerza política que lo hace posible y lo garantiza.
Así pues, tenemos la responsabilidad y el compromiso de ser herramienta clave para garantizar la participación popular, en todas las instituciones en las que nos encontramos. Debe de ser el elemento vertebrador de la democracia participativa. Porque el derecho a decidir que reclamamos para Euskal Herria como nación también lo revindicamos para los ciudadanos como tal; y que puedan decidir siempre, desde los pequeños asuntos hasta lo más importante.
Es también fundamental que ese ejercicio se visualice debidamente, por lo que tiene de exponente de nuestra forma de hacer política desde la propia base de la voluntad popular.
La participación popular en el tratamiento de las situaciones y en el propio desarrollo de este proceso soberanista hará que la sociedad sienta el pulso político como algo en lo que es agente activo, y no un simple observador de polémicas, en la mayoría de las casos partidistas, en las que se acaba resolviendo sin tenerle en cuenta, cuando no pasándole por encima.
Sentir que la democracia no es una coartada para blanquear intereses políticos sino una vía de participación popular que hace que los ciudadanos sientan su voz escuchada y su voluntad respetada, genera ganas de mayor participación y responsabilidad en los asuntos políticos y, sobre todo, ilusión para ser más protagonistas del porvenir.
Y es que eso es lo que ahora mismo necesitamos con particular énfasis: ilusión. Estamos en un camino hacia la libertad como pueblo soberano. Simultáneamente, estamos también afirmando los cimientos del edificio nacional que será la futura Euskal Herria.
Implicarnos y participar en la ruta y el proyecto es un compromiso no sólo ilusionador sino apasionante. La participación en esta tarea genera ilusión que, nadie lo duda, motivará a más participación y responsabilidad. Esa es la clave para la victoria.
Los abertzales de izquierda tenemos la obligación de nutrir esa ilusión y fomentar la participación popular.
Debatir, escuchar, opinar, entre todos… decidir. Tenemos que ser como el aire fresco.