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CRÍTICA «La promesa»

Una historia de amor interrumpida por la Gran Guerra


Aestas alturas nadie le va a negar oficio al veterano Patrice Leconte, que se suele batir igual de bien en la comedia comercial que en el drama autoral, aunque también su ritmo de trabajo le lleva a proyectos que no llegan a calar en el público. Puede que esto haya ocurrido con “La promesa” (2013), realizada antes de la exitosa “No molestar” (2014), pero distribuida después. No seré yo quien rompa una lanza por este título más o menos maldito de su filmografía, que se corresponde con el afán del cineasta por reinterpretar el cine clásico, algo que nunca termina de lograr del todo. Mi escepticismo proviene del hecho comprobado de que resulta imposible superar al maestro Max Ophüls en lo que a adaptaciones de Stefan Zweig se refiere, teniendo como máximo exponente a “Carta de una desconocida” (1948).

“La promesa” adapta la novela corta de Zweig “Viaje al pasado”, por lo que la narración es obligadamente lineal y partida por unas elipsis temporales de auténtico vértigo, ya que el romance descrito pasa por la revolución industrial, la Gran Guerra y el ascenso del nazismo. Acontecimientos históricos que, dentro de la mecánica del relato, no son más que obstáculos que impiden a los amantes estar juntos. En definitiva, es el paso del tiempo el que juega en su contra, y no tanto la presencia del marido, entrado en años y con una enfermedad que deja el futuro bastante despejado.

La alternativa de Leconte consiste en hacer pura abstracción de la historia de amor, sin que la riqueza material que la rodea le robe su esencia sentimental. Y por ello renuncia a la elegancia ambiental propia del escritor centroeuropeo, y a todo lo relacionado con la nostalgia imperial. Por contra opta por una deliberada y calculada austeridad formal, dentro de un estilo naturalista que cuida el detalle, el gesto mínimo, el intercambio de miradas furtivas. Y ni siquiera los personajes hablan alemán, haciéndolo en inglés.