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MUSICAL

Haz el gamberro y no la guerra


Una mínima barricada domina el minimalista escenario con un absurdo soldado recibiendo órdenes en clave entre Pato 1 y Ganso Mareado. El espacio de fondo dibuja las coordenadas electrónicas que sitúan un punto de mira sobre una ciudad a la que se trata de rodear, aislar y atacar. El soldadito resulta ser Albert Pla y sus comunicaciones y reflexiones recuerdan al glorioso Gila de las conversaciones telefónicas entre morterazo y morterazo.

Es el arranque de la entente entre Pla, Fermin Muguruza y Raül Fernández ‘Refree’ en el musical “Guerra”, que arribó el viernes a un Victoria Eugenia a medio llenar. La obra es un personal alegato pacifista en el que, como suele suceder, el mejor es el malo. En este caso el cantante de Sabadell, que demuestra una habilidad teatrera que la afición local ya conocía desde “Cara cuero” o “Canciones de amor y droga”.

El de Sabadell se vuelve a auto parodiar, cruel y cínico, en el guerrero asesino que pide perdón por los daños colaterales de su cerco a una ciudad inocente con los fugitivos niña Verónica y osito Cuco como víctimas visibles. Pero tras el desalmado está lógicamente un aterrorizado hombre que sueña con las florecillas, los riachuelos y los valles de su tierra natal. Y que añora a su mamá y en particular las tartas de frambuesa de la abuelita.

Muguruza es la ciudad resistente. El irundarra es autor de sus propios discursos y parece interpretarse a sí mismo en su papel de concienciado e indignado ciudadano. Hasta el punto de ser divertidamente invitado por Pla a frenar su ardor militante y relajarse con una droguita. La dicotomía entre el bien y el mal de los dos personajes centrales y de algunos mensajes (“esclavo-patrón”, “SOS. La soga del tirano” y similares) camina por una resbaladiza línea cercana a ratos al maniqueísmo de panfleto. Pero esa parece ser la intencionalidad de la trama en la que el enmascarado músico Refree, autor de la parte musical, ocupa un papel más secundario, añadiendo su ruidismo guitarrero a unas grabaciones de fondo que acaban atosigando los tímpanos cuando la guerra entra en su máxima dinámica.

Pla se muestra impecable y maduro como actor y menos sorprendente ya en su conocido papel de cantante susurrador. Voluntarista y entregado parece Muguruza a ritmo de rock-rap, un punto desnudo sin banda instrumental de apoyo y que debe esforzarse en terrenos melódicos menos habituales en su repertorio autónomo. Y eficaz está Refree como ángulo instrumental del triángulo escénico.

Hay momentos álgidos como el Concierto Mundial por la Libertad, la sesión boxística o el denteroso efecto de un tenedor rayando un plato. Se hace hincapié en el papel del fútbol, la publicidad o las drogas, con llamada de Muguruza a abandonar la comodidad de espectador e implicarse en el compromiso. Sorprende el impactante momento final con el superviviente Refree grabado desde camerinos.

La propuesta escénica tiene el suelo más firme en el imaginativo trabajo audiovisual y de efectos multimedia. El juego de rejas-muros que divide el escenario o con las letras de la carta que escribe Pla y un sinfín de trucos ópticos dibujan una notable labor. Aunque se cargue tintas en el último tramo con una insistencia excesiva en explicar la crueldad de los ejércitos “pacificadores” o en misión “humanitaria”. Como dice el Sargento Mayor Hijo de Puta «la paz a veces tiene un alto precio». Una de hazañas antibélicas.