¿Otra humanidad?
HAM se llamaba el chimpancé lanzado en el vuelo suborbital, un acrónimo de la institución científico-militar Holloman Aero-Medical. Pasado medio siglo, y unos cuantos viajes semióticos y culturales, el primate homínido ha sido rem(des)plazado por el cyborg, definido en el Manifiesto de Donna Haraway como «un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, criatura de realidad social y de ficción». Esos aparatos de producción corporal, llamados robots, humanoides o autómatas tienen nombres como: Pepper, Nao, Asimo, Emiew, Wakamaru, Otonaroid o Kodomoroid.
El nuevo big bang está produciendo ciertos desajustes en mi circuito de competencias, debido a que no estaba programada para soportar una contestación tecnocientífica como la actual. Tengo establecido un fuerte vínculo emocional con Lucy, el fósil perteneciente a la especie llamada australopithecus afarensis, considerada como la madre de la Humanidad. Ese apego me da seguridad emocional.
Soy incapaz de vislumbrar un escenario de camaradería entre cyborgs similar al de la salida de las obreras de la fábrica Lumière. No creo que Dante pudiera amar a otra Beatriz cibernética y, a pesar de “Blade Runner”, siento zozobra al imaginar un “Angelus novus” replicante. W. Benjamin no llamaría progreso a la tempestad que arrecia.