FEB. 27 2016 EDITORIALA Si hay premio de la paz, será para este país gara, donostia Con el escenario sembrado en los cuatro días de octubre de 2011 que encadenaron la Conferencia de Aiete y el fin de la lucha armada de ETA, cualquier analista de cualquier parte del mundo debió vaticinar que a estas alturas los gobernantes españoles, y quizás hasta los vascos e incluso los franceses, habrían cosechado el Nobel de la Paz por haber acabado con el último conflicto armado de esta parte de Europa. (Pese a su iniciativa unilateral, a la izquierda abertzale nunca se lo habrían dado, como ocurrió con los republicanos irlandeses, pero ese es otro tema). El caso es que esos pronósticos erraron de plano; lejos de aprovechar la oportunidad, para lo que disfrutaban del amplio margen dejado por el grupo de Kofi Annan en Aiete, los gobernantes de Madrid se han dedicado a torpedearla con un catálogo de acciones impensables por lo retorcido: encarcelar a los líderes políticos que crearon la oportunidad, expulsar de Oslo a los delegados de ETA, llevar a los tribunales a verificadores del desarme, trampear leyes para estirar condenas hasta el infinito, retener incluso a presos con enfermedades graves... No hay duda, no habrá Nobel de la Paz, y seguramente no sea casualidad que ningún español lo haya ganado en más de un siglo, al contrario que los de Literatura o Medicina. Cuatro años y medio después, la moraleja más clara es que rematar la paz pasa por la iniciativa y el impulso de Euskal Herria, de su ciudadanía, de sus instituciones. Es aquí donde se han conseguido grandes avances, a veces muy desapercibidos, como en la convivencia. Es aquí donde se pueden lograr las movilizaciones, acuerdos y estrategias que terminen arrancando a Madrid y París las llaves de las cárceles. Y es aquí también donde el Foro Social toma la iniciativa para afrontar el tema del desarme. Las dificultades para ello son evidentes en cuestiones operativas, pero lo realmente imposible sería seguir confiando en que los estados cierren estos temas por voluntad propia. Y sellar la paz tiene un gran premio, más aún que el Nobel: sería el mejor regalo para las futuras generaciones vascas.