MAR. 07 2016 Interview ADELAIDA ARTIGADO ESCRITORA «No me callaba ante nada ni nadie; por eso no me enseñaron a escribir» Adelaida Artigado aprendió a escribir con 27 años, pero es contadora de historias y sentimientos desde que nació. De las historias que otros profieren no contar y muchos no oír. En el colegio no consiguieron domarla y el castigo fue negarle el alfabeto. Su escuela fue la calle. Su primer libro lo escribió para no hacer daño a su madre. Last update: MAR. 07 2016 - 10:14h Patxi IRURZUN Adelaida Artigado (Valencia, 1966) es, además de escritora, limpiadora, pero, recalca, es la misma persona, igual de importante, con el bolígrafo que con una fregona entre las manos. “A un latido de distancia” es su tercer libro y está editado por Txalaparta, con prólogos de Lucio Urtubia y Fernando “Alcatraz” y epílogo de Irma Leites. En sus páginas la escritora valenciana recopila, entre otras, historias de presos vascos, tupamaros o panteras negras, en las que habla de tortura e injusticia, pero también de dignidad y libertad. Son como pequeños rayos de luz colándose y alumbrando las zonas más oscuras de las prisiones. Cuéntenos cómo empezó a escribir... Empecé a escribir por una mentira que le dije a mi madre. Yo había estado detenida en Marruecos por inmigración clandestina y cuando iba a viajar allí mamá se quedaba muy intranquila. Para evitarle preocupaciones me inventé que iba a viajar a París porque iban a editarme un libro. A mi vuelta y ante la insistencia a su pregunta, “¿Pero te van a editar?”, me vi en la obligación de escribir un libro para ocultar ese pequeño embuste. Escribí un libro con una ventaja; mamá no sabía leer. Lo escribí en quince días. Mi colega Fernando Alcatraz lo corrigió y lo maquetó. Lo metí en una web de autoedición y compré un ejemplar para mamá. Al estar en descarga gratuita lo leyó un editor e inmediatamente se publicó en Nueva York. De todas maneras, antes de aprender a escribir, usted ya tenía dentro muchas historias que contar, muchos sentimientos dentro que necesitaba expresar. A mí en la escuela no me querían por expresarme demasiado. Con siete años se me “diagnosticó” inteligencia deficiente. No sé quién hizo esa valoración pero los resultados fueron lo que a día de hoy se denomina Discapacidad Cognitiva Grave. Por supuesto nunca tuve un pelo de tonta. El problema era que siempre decía lo que nadie quería escuchar. Las injusticias las gritaba y no me callaba ante nada ni ante nadie. Por eso no me enseñaron a escribir. No tuvieron la ética de alfabetizarme. Mi rendimiento intelectual debía de ser nulo para que permaneciera en una categoría inculta e ignorante. Antes cantaba y contaba mis sentimientos de forma verbal. Ahora lo hago de forma oral y escrita. El problema es que digo lo que nadie quiere escuchar y escribo lo que pocas personas quieren leer. A un latido de distancia no es su primer libro. Mi primer libro fue el que escribí para mi madre. Ese libro fue, como te he dicho, una mentira. Yo no deseaba que se editara; al menos en Nueva York, pero me dejé convencer. Después escribí un segundo libro que le dediqué a un colega que se estaba muriendo. También fue algo muy rápido porque el tiempo apremiaba. Él tenía un cáncer terminal. Lo escribí en dos meses y artistas de muchos lugares el mundo lo ilustraron. Hice lo mismo que con el libro de mamá; lo introduje en la web y compré un ejemplar. Ángelo murió un mes después. Yo no quise publicarlo aunque se me insistió en ello. Se hizo una edición artesanal y limitada de 25 ejemplares que regalé a los colaboradores. Pero para mí “A un latido de distancia” es mi primer libro. La siento mi “obra maestra”. ¿Por qué decidió escribir un libro sobre las cárceles, influye alguna situación personal, conocía ya el mundo de las prisiones? La decisión de escribir un libro sobre prisiones no fue mía. Mi colega Fernando me lo sugirió a raíz de unas jornadas que se organizaron: “Cárcel = Tortura”. Fernando ha sido mi impulsor en el mundo de la escritura. Él me propuso escribir este libro porque considera que tengo una gran empatía con el sufrimiento ajeno. Plasmo muy bien los sentimientos y soy capaz de resumir en pocas palabras muchos sentimientos y sufrimientos. Sobre lo de conocer el mundo de las prisiones, mi hijo ha estado preso. Yo conozco la vida tras los barrotes, como te he dicho, por inmigración clandestina. Todos mis grandes colegas han pasado por la cárcel. Bien como presos políticos, bien como sociales. A las que nos parieron las calles siempre andamos entre vagos, maleantes e ilegales, lo mejor de cada casa. El libro es un recorrido por diferentes prisiones e historias del mundo y a lo largo de la historia. ¿Cómo ha sido la labor de investigación? Fernando es una de las personas más implicadas en la lucha anti prisiones que hay en el estado español. Él tiene dossieres desde el nacimiento de las primeras prisiones hasta el día de hoy. Otros documentos los busqué personalmente en archivos históricos, hemerotecas… También he recurrido a muchos testimonios personales que para mí han sido los más interesantes. Este fue un trabajo de tres años y medio de investigación. Creo que hice una buena labor en cuanto a recopilación e información. Es más «fácil» hablar de la situación y de las injusticias de presos cuando estos están lejos, pero no tanto en casos más cercanos como el de los presos vascos, que usted sí ha abordado en alguno de los relatos… Titular el libro “A un latido de distancia” es por la proximidad que he sentido con cada una de las personitas que en él describo. Sin ponerme fronteras ni distancias. De hecho, te diré que si he de hablar de dificultades, para mí unos de los relatos más difíciles ha sido el de un ciudadano vasco: Joseba Arregi, del que por cierto, este mes de febrero se cumplen 35 años de su asesinato. Con Joseba me cerraban todas las puertas a las que llamaba y nadie quería darme información; al menos información que a mí me pareciera fiable. No por ello me aflojé. Todo lo contrario, me dio más fuerza para escribir y describir las tortura y la ejecución del muchacho. Afortunadamente, Fernando Viñuelas, de KM Luburutegia de Donostia tuvo la amabilidad de buscarme, escanearme y enviarme todos los artículos de “Egin” que hacían mención a Joseba. Como él diría después de recibir las torturas y antes de morir: “Oso latza izan da”. Y sí, con Joseba fue muy difícil. Literariamente algunos de los relatos tienen cierto tono a lo Galeano, a quien usted además conoció. Es normal que esté influenciada con Galeano. El primer libro que yo leí fue “Días y noches de amor y de guerra”. Me lo regaló una colega cuando cumplí 30 años. Con él aprendí a leer porque antes no sabía. Para mí Galeano fue mi maestro. Yo le admiraba y sus palabras me encandilaban. El mensaje del libro es claramente abolicionista. ¿Qué papel cree que cumple en las sociedades modernas la cárcel y cuál sería la alternativa a ella? Las cárceles son las cloacas para pobres y rebeldes. Y cada día un negocio más rentable. Como describo en el libro, Cobi, la mascota olímpica, la hicieron los presos. Multinacionales como Adidas han tenido concesiones en prisiones con mano de obra barata. Toda una organización burocrática-administrativa de asistencia judicial, social…genera grandes beneficios. Empresas como Hidroeléctrica, Telefónica, Banco Santander, Fomento de Construcciones y Contratas, El Corte Inglés… ganan millones en las cárceles. El negocio penitenciario es un entramado muy productivo. Aquí voy a citar a la tupamara Irma Leites, que ha participado en este libro con su experiencia tras ocho años de torturas en las cárceles de la dictadura uruguaya: “Deseo que la libertad esté por encima de la propiedad”. Porque, por ejemplo, de ser libre Euskal Herria, ¿cuántos presos políticos habría? Y si no existen codiciosos, ¿quién se va a rebelar? Y si no hay propiedad, ¿quién iba a robar? Por último, el libro de Txalaparta, ¿que aporta de nuevo respecto al original, editado por Tokata? Me gustaría explicar la gestación de este libro: como he dicho fue una sugerencia de Fernando que sería mi primer editor (Tokata). Para él escribí lo que sabía que le iba a gustar porque le conozco bastante bien. Cuando se acabó el libro, como soy bastante osada, le envié el libro a Txalaparta (hay que reconocer que es el sueño de todas las escritoras de izquierda radical). Esperaba un no por respuesta. Mi sorpresa fue que a Jon Jimenez (mi editor) le gustó bastante y me habló de la posibilidad de editarlo. Tuve dos sentimientos muy contradictorios; me sentía feliz a la vez que desleal. Me disculpé con Jon por mi impulsividad, pero yo me había comprometido con Tokata y mi palabra tiene un peso. Jon no puso objeción; “Edita con Tokata y el año que viene con nosotros”. A Fernando también le pareció buena idea y así se hizo. Gesto que le agradezco a Fernando y nunca olvidaré. Fíjate; de ser analfabeta, pasé a tener dos editores para una misma obra. La edición de Tokata tiene relatos que no aparecen en la de Txalaparta y viceversa. Jon me sugirió añadir para Txalaparta más relatos de presos vascos. Y a mí, solo tienen que decirme que quieren que escriba que yo lo plasmo en pocas palabras y con mucho gusto. Yo conozco la vida tras los barrotes por inmigración clandestina. Todos mis grandes colegas han pasado por la cárcel. Bien como presos políticos, bien como sociales. A las que nos parieron las calles siempre andamos entre vagos, maleantes e ilegales, lo mejor de cada casa. Titular el libro ‘A un latido de distancia’ es por la proximidad que he sentido con cada una de las personitas que en él describo. Sin ponerme fronteras ni distancias. De hecho, te diré que si he de hablar de dificultades, para mí uno de los relatos más difíciles ha sido el de un ciudadano vasco: Joseba Arregi. No tuvieron la ética de alfabetizarme. Antes cantaba y contaba mis sentimientos de forma verbal. Ahora lo hago de forma oral y escrita.