APR. 24 2016 EDITORIALA De Maroto a la AGI, la inhumanidad hecha campaña política EDITORIALA Hace menos de un mes, el Observatorio Vasco de la Inmigración, Ikuspegi, difundió su Barómetro de 2015. Los datos reflejaban distorsiones considerables en la percepción ciudadana sobre la inmigración en Euskal Herria. Empezando por su volumen: se cree convivir con un 18% de personas de otros lugares del mundo cuando en realidad no son ni la mitad, el 8,4%. Y siguiendo por todos los perversos tópicos al uso, demostrados falsos por los datos oficiales periódicos: el 57,7% cree que los migrantes «se aprovechan excesivamente de la RGI, llegando a acapararla». Lo que cabría esperar de gobiernos mínimamente responsables tras este Barómetro serían campañas informativas que combatiesen estos estigmas. Sin embargo, las últimas semanas han traído varias iniciativas en la dirección absolutamente contraria: la llamada del ex diputado general alavés Javier de Andrés (PP) a retirar la RGI a quien no aprenda el idioma en cinco años, la impresentable encuesta del portal Irekia, y sobre todo, por sus graves efectos, la ofensiva de la Diputación de Gipuzkoa contra la Ayuda de Garantía de Ingresos (AGI) forman una misma secuencia, un lodazal común en el que chapotean por igual las dos derechas del país, más explícito el PP, más sibilino el PNV. Los propios autores se delatan a sí mismos: De Andrés es consciente de que la hipótesis de desconocer la lengua en cinco años es manifiestamente absurda; Lakua no sostuvo la encuesta de Irekia, sino que la retiró inmediatamente; y en la Diputación de Gipuzkoa consta el dato de que las demandas de AGI no han ido creciendo con el tiempo desde su implantación, sino al revés. Espesando el caldo de cultivo El tan invocado «efecto llamada» es una excusa falaz. No está lejos el caso de esos tres refugiados kurdos interceptados en un camión en Hernani, que primero se lamentaron de haber caído en el Estado español y semanas después se marcharon del albergue de Donostia a otros lares en que tuvieran mejores condiciones. El número de inmigrantes en Euskal Herria lleva tres años de bajada, como es lógico y previsible por la dificultad extrema para encontrar trabajo. Y ¿quién puede creer que alguien abandone su país, su familia, su entorno, todo para afincarse en un país remoto malviviendo con 600 euros, 20 al día? Solo el hecho de presentar la RGI y la AGI como un privilegio repugna al sentido común y a un concepto básico de la dignidad humana. Todo esto lo saben mejor que nadie los impulsores de estas campañas políticas, porque disponen de los datos oficiales antes y mejor que nadie. Y esto hace más escandalosa su apuesta por estas políticas y estos discursos. Ante un caldo de cultivo envenenado, estos partidos no solo han declinado la responsabilidad de disolverlo, sino que ejercen como auténtico espesante, en la convicción de que el potaje posterior les será rentable en las urnas. Es más que irresponsable políticamente e impresentable éticamente; es sucio, muy sucio, e inhumano, muy inhumano. Y de paso, refleja la hipocresía suprema de quienes se declaran compungidos ante dramas lejanos, pero actúan feroces ante situaciones humanas similares en la puerta de casa. Cuando ya no son Idomeni o Calais, sino Hernani o Gasteiz. Ideología y acción, y también reflexión ¿Y la izquierda? El reto de esta crisis humanitaria resulta también decisivo para ella. Estas políticas tienen que ser confrontadas con ideología pero también con práctica, sin perder un horizonte de justicia con sus dosis de utopía pero también con acción cotidiana que alivie la situación de quienes lo sufren, aquí y ahora. Se encontrará ahí con mucha gente que, sin esperar consignas de partidos ni sindicatos, en la mejor tradición solidaria y de auzolan vasco, está llevando a cabo un sinfín de iniciativas que aportan. El ejemplo de la red social improvisada en Baigorri para ayudar a medio centenar de refugiados llegados a fines del año pasado, desde en lo más material como la alimentación hasta en lo más reconfortante como hacer deporte o aprender el idioma, no solo resulta emotivo; es de esas cosas que han convertido a Euskal Herria en referencia de solidaridad durante mucho tiempo y que no se pueden perder. Más allá de la respuesta puntual a esta crisis humanitaria brutal iniciada en Irak o Siria, a la izquierda le toca igualmente una reflexión de futuro sobre la inmigración. No debería ser un trabajo especialmente difícil en este país que ha generado históricamente tantos inmigrantes económicos y huidos políticos. Una reflexión alejada de miedos infundados pero también de simplismos buenistas, que afronte con realismo los beneficios y las dificultades de la multiculturalidad, que hablen menos de inmigrantes y más con inmigrantes.