«‘Oro Verde’ es una novela de ruptura y transformación sobre el final de una época»
Inma Roiz retrata en «Oro verde» la vida de los serrones, leñadores como su propio aita, que llegaron a lugares como el Valle de Aiara o el Goierri procedentes de las montañas de Liébana (Cantabria), para trabajar en montes y serrerías y tallar, a menudo en unas condiciones durísimas, su propio destino.
“Oro verde” es la segunda novela de la escritora de Okendo, tras el éxito de “Manuela”, y esta vez transcurre a mediados del siglo XX, una frontera en el tiempo que marca el final de una época y un modo de vida que parecen muy lejanos, pero que en realidad fueron los de nuestros padres o abuelos. El frío, el hambre, la llegada de las nuevas herramientas y métodos de trabajo (del hacha a la motosierra)… impregan las páginas de esta obra recién editada por Ttarttalo.
De la nota de agradecimientos del libro, en la que menciona a su aita, se deduce que en esta novela hay vínculos familiares o el deseo de indagar en sus orígenes.
Sí, mi aita fue uno de aquellos chicos de Liébana que se vino al País Vasco a cortar madera, a trabajar en los montes, primero a Gipuzkoa y luego aquí en Okendo, y en cierto modo el libro está inspirado en eso, en los recuerdos de la historias que nos contaba él cuando yo era pequeña. Pero no es una biografía, mi aita falleció y también he entrevistado a otras personas, a algunos que vinieron de Cantabria y se quedaron, a otros que volvieron a Liébana, también a maderistas de aquí…, y con todo ello he recreado “Oro Verde”.
Es curioso cómo historias que son las de nuestros padres parece que pertenecen a otra época mucho más lejana.
A mí también me pareció alucinante que hace cincuenta años se viviera de esa manera. Creo que es el final de una época. La novela viene a reflejar ese tiempo que se muere, y que se abre a otro momento. Yo suelo decir que ‘Oro Verde’ es una novela de ruptura y transformación, una frontera temporal, algo que se ve muy bien en la novela, por ejemplo, en el cambio de herramientas de trabajo, cómo pasan del hacha a la motosierra, o del carro de bueyes a sacar la madera con camiones y las grúas… Quería reflejar todos esos cambios.
Es una novela en la que además se pasa mucho frío, mucho hambre y estos se transmiten al lector, se recrea muy bien la época, las condiciones de vida de los serrones... ¿Cómo ha sido esa labor de documentación?
La parte de Liébana quizás es la que menos conozco, porque no hemos sido de los de volver al pueblo en verano, pero en estos dos últimos años he estado bastantes veces, he hablado con gente de allí, también he leído libros de los primeros alpinistas que estuvieron por esa zona, cómo subían a los montes, y de ello me han quedado muchas sensaciones. Por otra parte, yo soy del Valle de Aiara, y cuando era pequeña tengo la sensación de que hacía mucho más frío y llovía mucho más, así que me imagino que a la intemperie, o en una chabola en el monte, como estaban los serrones, la humedad, el frío, las condiciones debían ser extremas… Literariamente no he encontrado muchas referencias, me han sido útiles algunos libros como ‘Las ratas’ o ‘El camino’, de Delibes, o ‘Peñas arriba’ de José María Pereda, y también algunas, pocas historias de serrones, que se habían publicado en Cantabria. Por aquí encontré muy poquito sobre el tema.
La historia de Roque, el protagonista, es la de la búsqueda de un destino, de su propio destino, pero este casi siempre se frustra, sus relaciones amorosas, su deseo de estudiar…
Roque es un personaje incansable, con muchas esperanzas, siempre está buscando mejorar y crecer, y lo hace de forma honesta, pero yo creo que el personaje también refleja ese tiempo que muere. Por otra parte, en la vida siempre uno se va encontrando y deshaciendo de amores, de aprendizajes… Yo creo que inconscientemente me ha salido un personaje muy propio de aquella época, sí.
¿Qué es lo que podríamos salvar de aquel tiempo que muere, qué valores?
Yo creo que al menos no debemos olvidarlo, es lo que vivieron nuestros padres y al fin y al cabo nosotros venimos de allí. ¿Valores? Todas las personas con las que he hablado que vivieron en el monte, en aquellas condiciones que a mí me parecen tan terribles, recuerdan sin embargo aquella época con alegría. Es cierto que siempre nos quedamos con lo bueno, pero yo creo que aquellas generaciones han sido más capaces de adaptarse. Aquello era lo que tenían, tenían que salir delante de esa manera y no se rendían, trabajaban duro, siempre buscando un futuro…
Tanto «Oro Verde» como «Manuela» se han calificado como novelas costumbristas, un término que a veces se usa despectivamente.
Sí, tanto esta como la anterior, ‘Manuela’, son novelas costumbristas, describen una época, pero yo eso no lo veo como algo negativo. Otra cosa que tienen en común las dos novelas es que en ambas hay un proceso migratorio, un tema que me apasiona. Y, por otra parte, en cuanto a ‘Oro verde’, una cosa más que me gustaría destacar es que me da mucha pena toda la riqueza forestal que hemos perdido. Es cierto que en una época eso creó mucha riqueza, fortaleció la economía, pero a lo largo de todo el proceso de preparación y de escritura de la novela me ha apenado mucho haber descubierto todo lo que se tiró, saber por ejemplo que había serrerías que durante décadas trabajaron solo con madera de haya. Tenía que ser algo increíble, ver todos estos montes cubiertos de hayas y robles.