Mikel CHAMIZO
QUINCENA MUSICAL

Un supervirtuoso en un mundo de virtuosos

Esta mañana he visto en redes sociales un vídeo que comparaba los tiempos de una carrera de 100 metros braza en las olimpiadas de Río de Janeiro con una prueba de la misma especialidad de natación celebrada en 1932. La diferencia era de algo más de ocho segundos. Una evolución lógica si pensamos en cómo se ha profesionalizado el deporte en estos últimos ochenta años. Con los instrumentistas, en general, y con los pianistas, en particular, sucede algo parecido: siempre ha habido grandes virtuosos –Paganini o Liszt son los más famosos– pero el nivel técnico general ha evolucionado muchísimo en las últimas décadas. Las orquestas suenan mucho mejor ahora que hace cien años y la mayoría de pianistas profesionales pueden abordar obras que antes estaban reservadas a unos pocos.

En este panorama de excelencia técnica –la artística ya es otra historia– el ruso Nikolai Lugansky sigue sobresaliendo entre sus semejantes. Esta vez no trajo a Donostia piezas tan extremas como aquellos Liszt que tocó en 2013, pero su rendimiento en los “Momentos musicales” de Rachmaninov fue epatante. Que pueda tocar obras tan difíciles a tal velocidad, con un dominio tan preciso de las dinámicas y el legato, y además con la calma absoluta reflejada en el rostro, mirando distraído al techo, es algo que no deja de sorprenderm. Magníficas fueron también sus “Estaciones” de Tchaikovsky, que expuso con la dosis justa de subjetividad y melancolía. En sus versiones de Schubert, por el contrario, pareció que estuviera controlando muy conscientemente el fraseo y las dinámicas, aplicando a rajatabla una concepción estilística. Fue similar a ver trotar a un caballo de carreras.