Un impacto que perdura en el tiempo
La Orquesta del Festival de Budapest es un conjunto familiar para los donostiarras, pues ha visitado la Quincena en el 2009, 2011 y 2014. El festival la ha nombrado “orquesta residente”, una fortuna si pensamos que la revista “Gramophone”, la más prestigiosa publicación dedicada a la música clásica, en 2009 la elevó al noveno puesto de las mejores orquestas del mundo, por delante de Filarmónica de Nueva York o la Gewandhaus de Leipzig. Pero por mucho que creamos conocerla, el primer impacto que nos produce esta orquesta húngara no se reduce lo más mínimo. Su sonido inconfundible, su nervio, el color intenso de la cuerda y de los instrumentos de viento, y las chispas que desprende en la sinergia con su director, Ivan Fischer, prueban que nos encontramos ante una orquesta excepcional.
El “Juego de cartas” de Stravinsky, una traslación sinfónica de tres manos de una partida de póquer, fue una lúdica demostración del virtuosismo de los vientos, del carácter vibrante y la marcada personalidad de unos músicos a los que Fischer, en vez de ordenar, invita a explayarse en los pasajes indicados. Esta gran energía fue un hándicap en la siguiente obra, el “Concierto para piano nº3” de Bartók. El pianista Dénes Varjón mostró un perfecto conocimiento del estilo, precisión y un lirismo embaucador en el “Adagio religioso”, pero en los movimientos rápidos le faltó músculo para imponerse a la orquesta. La segunda parte la copó una “Sinfonía nº8” de Dvorák original, arriesgada, danzante y humorística, con una calidad en la ejecución que superó el sobresaliente.