Mikel CHAMIZO
MÚSICA CLÁSICA

A la hoguera por hereje

La tercera actuación de la Orquesta del Festival de Budapest probó de nuevo que se puede ser original, y hasta iconoclasta, también con el repertorio más sagrado del repertorio clásico. El programa, dedicado al último año de vida de Mozart, iba a abrirse con el aria “Per questa bella mano”, para cantante bajo y contrabajo, pero la enfermedad del bajo Neal Davies obligó a sustituirla por la celebérrima obertura de “La flauta mágica” de Mozart. Sin embargo, en medio de la obertura Fischer paró y pidió al contrabajista que tocara parte de su solo, como un recuerdo de lo que debía haber sido y no fue. El grado de herejía que supone pausar la obertura de “La flauta mágica” para incrustar en medio otra cosa completamente distinta es inenarrable, y aún así un bonito guiño al compañero ausente.

Esto no pasó de ser una anécdota, pero lo que Fischer hizo con el “Réquiem” de Mozart, al parecer, y a tenor de los comentarios posteriores, sí que molestó a mucha gente. Fischer contaba con un coro magnífico, el Collegium Vocale Gent, pero en vez de colocarlo de forma tradicional, al fondo del escenario, decidió repartir a los cantantes entre los músicos de la orquesta. También colocó los instrumentos de una manera extravagante, con fagotes y corni di bassetto en primera fila, los trombones uno en cada punta y la cuerda extendiéndose por toda la superficie del escenario. Podría parecer demencial, pero el resultado fue un extraordinario híbrido de coro y orquesta, del que surgían colores y voces sin que supiésemos muy bien de dónde. Así acentuó al máximo la idea de canto común, de lamentación colectiva que está en la base misma de esta misa de difuntos de Mozart.

Por supuesto que se perdió precisión y el equilibrio acústico fue mucho peor que con la disposición orquestal tradicional, pero la idea de Fischer fue tan bella y emocionante que la reacción purista de tanta gente solo evidencia cuánto melómano hay sordo a lo verdaderamente importante tras la música.