OCT. 23 2016 EDITORIALA La debacle del PSOE como un síntoma más de la crisis del régimen del 78 EDITORIALA El Comité Federal de hoy supondrá un nuevo episodio en el esperpéntico espectáculo que está despedazando internamente –y en público– al PSOE. Llegados a este punto, solo aspiran a sobrevivir; no tienen plan, ni liderazgo, ni tiempo. La brecha entre su estructura y su base social parece crecer hasta rozar la rebelión, el cortocircuito con otras generaciones es cada vez más evidente, ni qué decir la distancia entre la cultura política reinante en el partido, institucionalmente metropolitana y simbólicamente andaluza, respecto a las de las naciones sin estado. Mientras tanto, con un PP que asiste impertérrito a esta descomposición, su credibilidad pública se desploma. Tras la nefasta gestión política de estos últimos meses, más allá de la fórmula que adopten para justificar la abstención, están en manos del PP sencillamente porque se han entregado. Han radiado sus miedos, sus limitaciones, sus rencillas, sus intereses, todas sus miserias… y así no se puede hacer política. Evidentemente, la crisis del PSOE no comienza hace unas pocas semanas. Tiene su origen histórico e ideológico en la Transición que arranca tras la muerte de Franco. Convertido en el partido catalizador de esta fase política, su decadencia es un compendio de la degeneración del régimen establecido en 1978. En el PSOE se concentran todas las taras de esos pactos de Estado –empezando por la unidad de España, la monarquía o su raíz militarista y alérgica a la pluralidad–, la deriva general de la socialdemocracia con su vertiente autóctona –en un país donde el estado del bienestar no había llegado cuando ya se empezó a desmantelar–, la corrupción económica y moral de los «nuevos ricos» –alimentada por el conglomerado neoliberal privatizado por ellos mismos–, además de una depravación interna galopante, promotora de la endogamia y la mediocridad. A la decadencia superlativa de sus dirigentes actuales –la gestora destinada a apuntalar el Gobierno de Rajoy ha roto todas las marcas–, se le suman líderes históricos como Felipe González, que simbolizan como nadie la depravación del PSOE en este periodo histórico. A su megalomanía hay que añadirle la desfachatez sobre su impunidad en la guerra sucia. Habiendo asumido el turnismo como modelo y el marco ideológico establecido por la derecha en todas las cuestiones estratégicas –desde los recortes hasta el derecho a decidir–, la crisis económica, el surgimiento de Podemos, los respectivos cambios de fase política en Catalunya y en Euskal Herria, sumado a sus inercias internas, han provocado una crisis demoledora. Si todas las renuncias históricas del PSOE tenían como fundamento retórico la estabilidad de los pactos de la Transición, su debacle es un síntoma más de la crisis que vive ese régimen. La incapacidad de regeneración del partido evidencia la imposibilidad de reconfigurar ese sistema. Si en esta situación, con este PP y con Ciudadanos, no son capaces de postularse como una alternativa progresista real, España no tiene solución posible en clave democrática. Este diagnóstico no es nuevo. Particularmente en Euskal Herria tienen una larga tradición vertebrada bajo los ejes de ruptura con el franquismo, soberanía y radicalización democrática y un proyecto independentista y socialista. Esa perspectiva de izquierda no ha logrado imponerse, pero ha sido capaz de encaminar a la sociedad vasca hacia posiciones que han forzado al PNV a postulados socialdemócratas, mucho más cercanos a los que tras la escisión defendió EA que a la tradición jelkide. Y que han dejado a un PSOE centrado en lo identitario a la derecha de todo el nacionalismo vasco, muy alejado del carril central de la sociedad. Esta es otra visión sobre qué es hegemónico en Euskal Herria y cómo ha llegado a serlo. Otro tema es quién es capaz de capitalizar estos desarrollos sociopolíticos y cómo lo hace. Precisamente la crisis del PSOE tiene expresiones particulares en tierras vascas. Los dirigentes de PSE y PSN se posicionaron mal en las pugnas internas de principio, saben qué supone el abrazo del oso de la derecha y, aunque miren a Madrid constantemente, provienen de una sociedad radicalmente distinta. Una sociedad donde su crisis quedó al descubierto mucho antes.