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Interview
IñAKI OLAIZOLA
DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA SOCIAL

«El derecho a la muerte voluntaria es otra versión del derecho a la vida»

Es una de las personas que más ha estudiado un tema que todavía es tabú en la sociedad, apenas roto en este día anual de difuntos. Iñaki Olaizola (Donostia, 1944), antropólogo además de ingeniero naval, es doctor en ambas disciplinas. La primera la obtuvo con la tesis titulada “Transformaciones en el proceso de morir: la eutanasia, una cuestión de debate en la sociedad vasca”.


Iñaki Olaizola no solo ha reflexionado y estudiado a fondo todo el proceso que rodea a la muerte (enfermedad, dependencia, agonía y ritual posterior) sino que, además, responde con claridad y precisión poco habituales al abordar una cuestión sobre la que todavía cuesta hablar.

La muerte es todavía tema tabú en la sociedad. ¿Por qué?

Como resultado de los cambios culturales y sociales, el contexto de la enfermedad, la dependencia y la propia muerte está muy presente, tanto en el ámbito de lo público como en el privado. Como consecuencia, no es posible sustraerse al influjo de la muerte. Cada vez es mayor el número de personas que se interesa por gestionar su propio proceso de morir y que desea tomar decisiones en relación con el momento y las circunstancias de su muerte, y del ritual funerario que desean para sí mismas también.

De hecho, nunca como ahora se habla tanto de la muerte, del proceso de morir, debido a que se han creado situaciones, inéditas hasta ahora, que impulsan la formulación de nuevos postulados en relación con la definición de la muerte de calidad. Actualmente, la muerte de calidad incorpora postulados muy distintos a aquellos recogidos en los Ars Moriendi de la Iglesia católica, que hasta hace no muchos años tanto constreñían la libertad de las personas para morir con estándares de calidad, y que valoraban en positivo el sufrimiento y la muerte larga, para disponer de tiempo para el arrepentimiento y lograr el supuesto perdón.

¿Antes se vivía la muerte de una forma más próxima, menos aséptica y fría que ahora?

Posiblemente, en tiempos pasados la muerte se desarrollaba según el modelo acuñado de «la muerte del otro», donde la persona realmente afectada apenas tomaba decisión alguna, porque se suponía que se sabía lo que había que hacer. Actualmente, por el contrario, muchas personas, más exigentes con desarrollar mayores cotas de libertad, estructuran su proceso de morir en torno a lo que se conviene en llamar «la muerte propia». En mi opinión, esta manera de afrontar la muerte es más humana, en cuanto que es más reflexiva, más racional, más acorde con la propia biografía.

Una novedad que surge de la opción por la muerte propia consiste en que, en tanto que fenómeno cultural, el proceso de morir está sometido al cambio y, por lo tanto, incorpora el descubrimiento de que «se puede aprender a morir», en condiciones de más calidad, por supuesto. Todo esto hace más humano el proceso de morir, y la muerte también.

Nuestra sociedad ha alcanzado cotas de mayor esperanza de vida. ¿Prolongar la vida a cualquier precio implica una condena al sufrimiento?

El incremento de la esperanza de vida es, sin lugar a dudas, un logro social. No obstante, en determinadas ocasiones, el envejecimiento conlleva una vida menos placentera e incluso dura de sobrellevar.

Consecuentemente, no resulta extraño reconocer que muchas personas, más que miedo a morir, tienen miedo a morir mal. Por esto resulta conveniente poder garantizar a esas personas el que nadie les pueda obligar a vivir una vida que no desean vivir, y, por lo tanto, reafirmar el derecho a una muerte voluntaria, respetuosa con la libertad y autonomía de todas las personas. Esto es un derecho fundamental, pues no es sino otra versión del derecho a la vida. Pero esto, tan básico, no está realmente garantizado en nuestra sociedad, donde, por cierto, la calidad de la muerte es mala, claramente mejorable.

¿Qué peso tiene la religión a la hora de la consideración social de la eutanasia?

La oposición a la muerte voluntaria ancla sus principios en la religión. Controlar la muerte otorga poder y dinero, pues modela las conciencias y capta recursos económicos en base al miedo o pavor que las narrativas del infierno y el purgatorio incardinaron en gran parte de la población. Sin embargo, la eutanasia y el suicidio asistido son prácticas que, realizadas en libertad, son dignas, son éticas, y merecen el apoyo social. Pero desde el poder de la Iglesia, y del Estado también, la muerte voluntaria es una muestra de rebeldía que merma su poder.

A modo de ejemplo, para enfatizar en el deseo de control de las conductas, tomemos la reciente declaración de la Iglesia católica acerca del tratamiento que los creyentes deben dar a los restos de la incineración. Con esta obligación pretenden incorporar la idea de comunidad de creyentes a esa hipotética idea de comunidad de difuntos en espera de una promesa ilusoria, como la llamó Victor Hugo, al referirse a la promesa de la otra vida.

Holanda prepara una ley que permitiría el suicidio supervisado a quienes no necesariamente están desahuciados por enfermedad. ¿Qué opina al respecto?

Resulta esperanzador constatar la existencia de otros sistemas jurídicos que vuelcan sus esfuerzos en agrandar el bien común. La propuesta holandesa tiene pleno sentido, y supone, además, un paso adelante para reconocer el pleno derecho de todas las personas para ejercer una muerte voluntaria, incluso sin que medie una situación de enfermedad terminal.

En tanto que personas somos seres sociales, y cuando la interacción social se interrumpe, cuando una persona vive una situación de muerte social, cuando vivir se torna en sufrimiento más que satisfacción, esa persona tiene legítimo derecho a morir en condiciones óptimas, y toda sociedad cultivada le debe ayudar para que su muerte se produzca con los mejores estándares de calidad. Eso se llama civilización.