Una aventura rusa
Una idea de Rusia que mezcla imágenes congeladas de reportajes y documentales que acumulan espacios inabarcables, temperaturas extremas, poblaciones uniformadas, conceptos de vida que van solidificando tópicos que pueden acarrear una ideología que debe descodificarse o convertir en emociones, fotos fijas, iconografía identificativa que no acaba de solidificarse en un documento, sino en una inspiración para lo que casi toda obra de arte afronta: el ser humano ante lo imposible, lo desconocido, lo no tangible en una mirada superficial que parece inspirada en un folleto turístico. La Veronal, de la mano de su director Marcos Morau, tiene una trayectoria propensa a estas indagaciones en referentes abstractos, lugares geográficos extraños, lejanos, pero localizados en el mapa mundi, quizás porque el acercarse a ese otro sirve para expresarse mejor sobre el uno mismo. En este caso lo hace desde un uso de género cinematográfico, un viaje, un coche, una road-movie, en donde suceden todas las situaciones que se van produciendo con capas de danzas, coreografías, actuaciones, sensaciones plásticas o musicales, una iluminación que remarca, provoca, traslada la mirada desde un realismo casi grotesco a un impresionismo mucho más activo, mejor relacionado con la modernidad y que en su conjunto deparan un espectáculo casi operístico, un ballet con dramaturgia evidente y muy activada, una obra con mucho aparataje musical. Puesta en escena singular con todos los elementos en la misma clave estética, especialmente en los lenguajes físicos de los intérpretes, que conforman un espectáculo que escapa de lo habitual para convertirse en excepcional.