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Interview
MARYAM FATHI
ACTIVISTA KURDA

«El Estado pierde su fuerza cuando el pueblo aprende a gobernarse»

Activista por los derechos de las mujeres en Kurdistán y el pueblo kurdo, tuvo que huir de Irán ante el riesgo de ser encarcelada. En 2010 llegó al Estado español, donde consiguió asilo político. Hoy reside en Euskal Herria. Forma parte de Newroz Euskal-Kurdu Elkartea.


La toma de Alepo ha dejado en un segundo plano las operaciones del Ejército turco tanto dentro de las fronteras de su Estado –en Bakurê, Kurdistán norte– como en Al-Bab, donde intenta impedir la unión física de los cantones de Rojava y Efrin.

Las fuerzas kurdas en Rojava están intentando unir los cantones de Kobane y Efrin. De conseguirlo, el ISIS no tendría ya ninguna frontera efectiva con Turquía desde Siria. Los kurdos, además de ganar bien estos territorios, operan junto a grupos árabes, circunstancia que no es del gusto de Turquía. Una de las razones para oponerse a estas alianzas es el mismo carácter fascista del Estado turco: no quieren, en modo alguno, que haya una autonomía o ente kurdo, tal como (Recep Tayyip) Erdogan ha manifestado en diferentes ocasiones.

¿Cree usted que la oposición a la existencia de un ente autónomo kurdo se debe a la amenaza que supone para los regímenes autoritarios de la zona el confederalismo democrático que ya funciona en Rojava?

Seguramente, porque es el mismo sistema que se estaba (y está) trabajando en Bakurê. Los autogobiernos proclamados en muchas de sus ciudades estaban dejando sin fuerza, sin autoridad, al Estado turco en estos territorios. Bajo un régimen fascista no es fácil poner en marcha un sistema así: no daba el resultado perseguido por los kurdos; es por eso que, al comenzar la guerra en Siria, se aprovechó para instaurar el autogobierno que se desprende del confederalismo democrático. Además, es un sistema que funciona porque no es solo bueno para los kurdos, es bueno para todas las etnias y naciones presentes en la zona.

Los estados-nación de esa zona, estados con regímenes autoritarios, como el turco, el iraní o los dirigidos por Saddam Hussein, en su momento, o Bashar al-Assad, ahora, se servían de la diferencia, la riqueza de culturas y naciones de estos territorios para, enfrentando unos a otros, impedir que llegaran a modelos de vida conjunta y, de este modo, poder seguir gobernando esos estados.

Cuando el pueblo aprende a cuidarse solo, a gobernarse, a vivir sin un Estado encima, el Estado, poco a poco, pierde su fuerza. Esto es lo que estaba sucediendo en Bakurê y, ahora, en Rojava. Es el poder popular, la ciudadanía gobernándose a sí misma. En Rojava, por ejemplo, los niños estudian en tres idiomas: kurdo, árabe y azadí, algo que el Estado turco nunca va a aceptar porque su ideología, su pensamiento, solo contempla un idioma, una bandera, una lengua, un país, una nación.

Solo un sistema como el confederalismo puede dar una respuesta democrática, un respeto mutuo, a este estado de cosas y para con las luchas feministas y ecologistas.

Erdogan continúa postulándose como caudillo autoritario. Se sirve para ello tanto del último golpe de Estado como del reciente pacto con la extrema derecha, MHP, para reformar la Constitución. Solo el HDP ha frenado sus intenciones, algo por lo que es golpeado. De hecho, el atentado frente al estadio del Beksitas ha propiciado nuevas detenciones contra cuadros y militantes de izquierda.

La entrada de HDP en el Parlamento con 82 diputados frenó los planes de Erdogan, que llamó a nuevas elecciones. Los atentados y el radicalismo de algunos grupos kurdos disidentes han llegado cuando Erdogan rompió el proceso de paz iniciado entre el PKK y el Gobierno turco, ruptura acompañada por el inicio de una nueva guerra contra Kurdistán que ha provocado grandes matanzas de civiles: si dejasen que los periodistas entraran en las ciudades, destruidas por completo, se vería qué es lo que en realidad sucede en Turquía. Pero Turquía utiliza a los refugiados como moneda de cambio.

No solo los atentados, también el golpe de Estado le ha dejado las manos libres para hacer una limpieza general. Toda la izquierda es objeto de los ataques de Erdogan. Más allá de la guerra contra los kurdos, Turquía está aquejada por un muy importante déficit democrático. Erdogan busca implantar un sistema de gobierno islámico y, en ese camino, tiene a la ultraderecha turca como compañera de viaje. Por otro lado, la mayoría del pueblo kurdo, hoy, apuesta por vías democráticas, no por la violencia.

Bilbo acogerá mañana una manifestación nacional en solidaridad con el pueblo kurdo. ¿Son útiles este tipo de actos?

Sin los apoyos internacionales con los que cuenta, Erdogan no podría hacer lo que está haciendo en Kurdistán: allí se está dando una lucha injusta y desigual; están matando niños en las calles desde hace más de año y medio. Nunca una ciudad destruida por las bombas turcas va a aparecer en los medios europeos. Esto es también un engaño a la ciudadanía.

La manifestación de Bilbo es importante para la ciudadanía vasca, europea y kurda, ya que significa que la información sale. Hay que romper el cerco informativo existente en torno a Kurdistán; si no lo hacen los gobiernos, debe hacerlo la ciudadanía. No debemos permitir que los refugiados o los intereses económicos y políticos se utilicen para atacar a la democracia y a pueblos como el kurdo.

Tenemos el deber de luchar contra el fascismo, sea donde sea. La calle es la puerta principal para que la ciudadanía pueda hacerse oír ante su clase política. Las bombas que asesinan niños y destruyen ciudades en Kurdistán están fabricadas en Europa. Manifestaciones como la de mañana son un mensaje para quien nos gobiernan y participan en este tipo de negocios.