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JO PUNTUA

Humanismo navideño


Expresión que oí, por primera vez, a Alfonso Sastre a quien saludamos desde aquí. Una suerte de corchete temporal donde quedan suspendidas en el vacío las relaciones sociales (de producción) donde uno, se diría, está obligado a mostrar su mejor cara. O máscara.De un tiempo acá, no faltan los llamados «telemaratones» donde se ven en la pequeña pantalla figuras populares, políticos, deportistas, artistas, etc., que atienden solícitos llamadas de personas anónimas que participan con sus óbolos en la cuestación por causas nobles dizque enfermedades que llaman «raras», por ejemplo.

Su origen, como casi todas las modas, proviene de las clases altas neoyorkinas –de los WASP– que muestran su bondad y altruismo sentando –en estas fechas tan señaladas, como reza el tópico– un pobre, un indigente, en su mesa, como la película de Berlanga. Un albur expiatorio, un exutorio. Algo curioso en el protestantismo de corte calvinista norteamericano donde el «éxito» es un salvoconducto directo al reino de los cielos, una predestinación, mientras que los menesterosos lo son porque se lo merecen, sobre todo en el país de las oportunidades y de la filosofía pragmática. El catolicismo, mucho más sincero que el evangelismo, le llama a eso por su nombre desde Tomás de Aquino: caridad (cristiana). Incluso el mahometismo contempla –y obliga al menos en la letra y una vez al año–, dentro de sus cinco reglas inexorables, a los jeques a dar limosna a los más necesitados. Los romanos lo llamaban evergetismo.

Unamuno, con su vestimenta cuáquera, comparaba estas exhibiciones piadosas con un tenor de bonos celestiales que se «invierten» en una parcela celestial para merecer la salvación del alma. Ya Lutero abominó del tráfico de indulgencias con que «negociaba» el Papado romano en el mercado espiritual, digamos.

También el Estado tiene sus telemaratones «rescatando» a pordioseros como Bankia a costa de los –como dicen los seriales gringos– «contribuyentes». No se diga «justicia social» ni solidaridad, que es demagogia. No sé por qué me acuerdo del Domund y los chinitos cuando era un zascandil.