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CRÍTICA «Shin Godzilla»

El viejo Gojira convertido en símbolo de Fukushima


La productora japonesa Toho hizo de Gojira el monstruo por excelencia del género “kaiju” con la película de Ishirô Honda “Gojira” (1954), y seis décadas después ha querido relanzarlo para convertirlo en el símbolo del Japón actual, devastado por desastres recientes como el tsunami de 2011 y la fuga nuclear de la central de Fukushima, en una concatenación de tragedia natural y tecnológica de la que apenas empiezan a recuperarse. No obstante, y a pesar de esa tradición de resistencia frente a las adversidades del pueblo nipón, tampoco olvidan el peligro representado por el enemigo bélico. El bombardeo de Hiroshima por los EEUU sigue estando presente en la memoria colectiva, y reaparece como un temor fundado en “Shin Gojira”, cuando Washington impone a la ONU y la OTAN un plan para volver a utilizar el poder radioactivo como medio para acabar definitivamente con la criatura de la posguerra que ha vuelto a reactivarse.

Toda la película es muy nacionalista, también en lo puramente fílmico, tratando de desmarcarse en todo momento de las versiones que Hollywood ha hecho bajo la denominación de Godzilla. Frente al típico héroe individualista de la cultura norteamericana, “Shin Gojira” propone un protagonismo coral, que conecta los despachos con el personal de salvamento, el ejército y la colaboración ciudadana. Se muestra como los planes de evacuación masivos son seguidos por millones de personas con una disciplina que revela una mentalidad organizada digna de un hormiguero.

Desde el punto de vista del coste de la producción, la narración en paralelo de la catástrofe provocada por el monstruo y las reuniones de las autoridades competentes responde a la vez a una medida de ahorro, pues permite dosificar las imágenes en las que Gojira entra en acción, midiendo su impacto espectacular, máxime cuando su diseño resulta más bien ingenuo a los ojos occidentales.