Hollande da en Colombia la talla que no da en casa

Dentro de la visita que realiza a Colombia, el presidente francés, François Hollande, visitó ayer una de las zonas veredales transitorias en las que se están concentrado los miembros de las FARC como paso previo a su desmovilización. Con este gesto mostraba su apoyo al proceso de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC y, al mismo tiempo, ofrecía su «ayuda y experiencia» a la implementación de los acuerdos. Cualquier ayuda internacional a un proceso de paz resulta siempre bienvenida, aunque no sea precisamente de falta de respaldo internacional de lo que más adolece el proceso de paz colombiano.

La visita del actual inquilino del Elíseo, la primera de un presidente francés en más de 28 años a Colombia, conviene vincularla más con la imagen del actual jefe de Estado que con el proceso de paz. Hollande afronta la recta final de su mandato con un récord de baja popularidad que le ha llevado a renunciar a la reelección, situación inédita en la V República. Posiblemente este viaje no sea más que un postrero intento de mejorar su deteriorado perfil público. Aunque si ese era su objetivo bien podía haber enfocado sus esfuerzos a realizar una aportación positiva mucho más cerca: en Euskal Herria. Precisamente donde las constantes interferencias de los estados español y francés –las detenciones de Luhuso son el último ejemplo– no hacen más que obstaculizar cualquier avance. Y por si quedaba alguna duda de la voluntad de paz del Gobierno que preside, su ministro del Interior dejó claro en respuesta a una pregunta formulada por un senador vasco que «nadie puede interferir» en el desarme. Ni hacer, ni dejar hacer.

Los políticos hispanos eran especialistas en apoyar lejanos procesos de paz mientras se mostraban beligerantes con los conflictos cercanos. Parece que el hábito se está popularizando también entre los mandatarios galos. Hollande mejoraría su imagen si fuese capaz de estar a la altura de los acontecimientos, pero allí donde gobierna.