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IKUSMIRA

Un espía en el bolsillo


Recuerdo el impacto de las primeras cámaras de videovigilancia policial en las calles. Fue a comienzos de los noventa, y la repentina aparición de esferas de cristal que escondían visores sacudió la conciencia hasta de los más cándidos. Era como si de repente se cumpliera uno de los presagios siniestros de “1984”. El Gran Hermano nos observaba. Sentíamos como agresión que alguien escrutara nuestras vidas. Y tras aquellos ojos sin brillo percibíamos el monstruo del totalitarismo.

Con el malestar se extendió la alerta y la prevención. No había que hacer fácil la información que necesitaba el ogro para ejercer su control.

Años después, aquella alarma es simple perplejidad. El Gran Hermano no solo ha inundado de teleobjetivos el espacio público; se ha infiltrado directamente en nuestros bolsillos: en los teléfonos y las redes que nos conectan y cautivan. Como un mando a distancia de la cámara espía.

Y hay quien lo da todo. Voluntariamente. Hasta que la bestia da el zarpazo.

Regalamos a desconocidos la información de nuestras vidas en mensajes, vídeos, fotos, opiniones, localizaciones... Todo cabe en el teclado de un móvil o un ordenador tras la engañosa apariencia de privacidad. O peor aún: a cambio de un minuto de gloria en terminales ajenos. Un autorretrato, una intimidad, un detalle traicionero que nos desnuda ante el observador... por pura vanidad o exhibicionismo. Como ratitas presumidas de laboratorio que tejen los eslabones de su cadena ante unos señores con bata.

Creíamos enfrentarnos a un monstruo; &dcTwo;en realidad, nos enfrentamos a nuestra propia banalidad.