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Interview
SANTIAGO ALBA RICO
ESCRITOR, FILÓSOFO Y ENSAYISTA

«Mientras los hombres destruyen el mundo, las mujeres lo sostienen»

Santiago Alba ha vuelto a la actualidad con su libro «Ser o no Ser (un cuerpo)» (Seix Barral, 2017). Un documentado trabajo sobre la pérdida de la corporalidad en la sociedad tecnológicamente manipulada del capitalismo global. En él ahonda en su preocupación en torno a la relación mercado-cuerpo.


Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) es un reconocido filósofo, escritor y ensayista, autor de “Las reglas del caos”, “La ciudad intangible”, “Capitalismo y nihilismo”, “Leer con niños”, “¿Podemos seguir siendo de izquierdas?”... y ha vuelto a la actualidad con su libro “Ser o no Ser (un cuerpo)” (Seix Barral, 2017). Un documentado trabajo sobre la pérdida de la corporalidad en la sociedad tecnológicamente manipulada del capitalismo global. Residente desde hace años en Túnez y cercano a Podemos, defiende una izquierda revolucionaria en lo económico, reformista en lo institucional y ecofeminista en lo ideológico.

Su libro «Ser o no ser (un cuerpo)», ¿es un ensayo filosófico, ideológico, antropológico…?

Continúa mi obra antropológica, que siendo política adquiere un formato más ensayístico y literario. Una vuelta más a la preocupación en torno a la relación mercado-cuerpo, con unas tecnologías de la comunicación que aceleran ese despegue respecto del cuerpo.

¿Vivimos más en la red que en nuestro cuerpo?

Hemos experimentado siempre la llamada realidad en nuestro cuerpo o alrededor de él. Pero la combinación capitalismo de consumo y tecnologías de la comunicación ha desplazado el centro antropológico. Con el acelerón tecnológico, el hecho antropológico de nuestra vida y relaciones ocurre lejos porque el cuerpo y alrededores se convierten en obstáculos culpables para acceder a los verdaderos flujos de la vida. Esos flujos activos en los que ocurren cosas mientras no estamos conectados compulsivamente.

¿Influyen en esa separación las nuevas formas de trabajo?

El trabajo desregulado, precario y hasta robotizado nos hace vivir el cuerpo no como recurso material y cultural sino como excedente. El mercado se estrecha y los procesos que nos acompañaban (embarazo, reproducción y mortalidad, fragilidad…) se ajustan menos a lo que exige. La autoestima que se forjaba en el puesto de trabajo se obtiene en el lugar de consumo. Los cuerpos son excedentarios y se empiezan a vivir como amenaza negativa.

Somos, sin embargo, la sociedad más ocupada en el culto al cuerpo.

Pero no pendientes de trabajar el cuerpo sino de liberarnos de él por la cosmética, la cirugía estética… La sociedad más narcisista en la historia ha renunciado culpablemente al cuerpo para producir imágenes emancipadas que circulan por ahí y sustituyen nuestra verdadera personalidad. Lo que antes eran las apariencias es ahora la realidad. Se trata de que los cuerpos se parezcan más a las imágenes que liberamos en las redes, combatiendo lo que pueden recordarnos las recaídas, del dolor al envejecimiento, incompatibles con el mercado y con la existencia digital.

¿Una metáfora sería la gente que corre estáticamente en un gimnasio-escaparate?

Así es. Lamento no haberme acordado de eso mientras escribía el libro. No es un culto al cuerpo sino a la imagen, a la falsa transparencia. El proyecto liberal decía cosas sensatas como dividir entre público y privado, exigía que lo público fuera transparente y derecho inalienable y que lo privado fuera opaco. Se ha invertido el modelo: las cuestiones públicas son cada vez más opacas y la esfera privada está bajo el foco.

Dice que esos cuerpos son los mismos que se acuclillaban al fuego en Altamira y ahora se sientan en un TAV.

Llamamos cuerpo a una fuga con distintos vectores, el primero el lenguaje, y hay una creciente separación. La continuidad de la corporalidad durante 40.000 años entra en contradicción con los veloces cambios culturales y tecnológicos y es un obstáculo al progreso, una culpabilidad. Se debilitan las fronteras antropológicas espaciales: ¿entramos o salimos, qué es antes y después? Un cambio muy importante.

Se refiere a una parte de la humanidad, porque hay mucha gente que no va en TAV.

El modelo imaginario es universal, pero el reparto de los cuerpos es aún desigual, hay gente con más cuerpo que otra. Donde el imaginario global impone una criminalización del cuerpo, los cuerpos aparecen entre los más vulnerables y de manera negativa y amenazadora: vallas y muros fronterizos, campos de refugiados, hospitales, guarderías… O en atentados donde a veces no solo los cuerpos occidentales aparecen vulnerables sino que los yihadistas se estallan y utilizan el cuerpo que negamos a diario. Lo convierten en imagen y nos recuerdan que ellos también tienen cuerpo, por muchas imágenes que repitan las redes para que los suplanten en la verdadera realidad.

Necesitamos el cuerpo para nacer-morir en una sociedad que «se promete la inmortalidad, pero sigue dependiendo del vientre de las mujeres para repetir la vida». Y para cuidarnos unos a otros en una sociedad insolidaria. ¿Dará la vuelta esta anomalía?

La está dando. Pero en perspectiva, en este contexto globalmente tecnologizado en el que quienes son conscientes de su cuerpo están encerrados cual vampiros en su solo cuerpo y apenas tienen imagen, lo viven con culpabilidad. Si no pensamos en modelos de protección de los cuerpos asociados a derechos humanos, igualdad, democracia, no exclusión, no al neomachismo o la xenofobia, se reproducirán fenómenos tipo Trump o Le Pen. Son los únicos que ofrecen protección, aunque sea selectiva y por lo tanto derechista y autoritaria, a cuerpos que en el marco de la crisis redescubren su fragilidad con culpabilidad. Las revoluciones árabes, de manera positiva aunque fracasada, o la victoria de Trump, se explican por esas recaídas en los cuerpos por hambre, enfermedad, dolor, aburrimiento o vergüenza. Por nueva que nos parezca la vida en la red acumulamos 40.000 años de humanidad.

Teoriza que frente al carácter «revolucionario» del capitalismo, con su renovación y transformación ininterrumpidas, deshaciendo relaciones y vínculos, los progresistas deben ser conservadores en lo antropológico.

Cada vez lo dice más gente. Hay una fuerte corriente ecofeminista que defiende que hay que conservar las condiciones mismas de la vida y también los vínculos que tradicionalmente se han asociado al patriarcado y que se han conservado en condiciones desiguales y desfavorables para las mujeres. Hay que ser conservadores, lo que implica desmasculinizar el poder y feminizar los cuidados. Citando a Silvia Federici: podemos mantener relaciones volátiles en las redes y puede que alguien lo encuentre liberador, sobre todo si vive en una pequeña aldea, pero no sirven para reproducir y cuidar los cuerpos, pivote invisible sobre el que se levanta la sociedad misma.

Hablando de ecofeminismo, dice que el optimismo está asociado a lo que de modo convencional llamamos «mujer».

Es una constatación: el pesimismo cósmico y el capitalismo son solteros y machos. Lo recordaba Yayo Herrero, referente del ecofeminismo, en la presentación de mi libro: en las ruinas de la guerra lo primero que se tiende es una cuerda para colgar la ropa lavada. Mientras los hombres destruyen el mundo las mujeres lo sostienen. Hay una utopía macha presente en los grandes textos y mitos griegos y judeocristianos que consiste en “cuánto mejor estaríamos sin mujeres”. El optimismo femenino consiste en reconstruir lo que los hombres destruyen. Las mujeres no son solteras, aunque no estén casadas ni tengan hijos, mientras que buena parte de los hombres son solteros, aunque casados y con hijos.

Defiende el heroísmo de quien se desconecta de las redes sociales tras probarlas.

Frente a quienes sostienen que las redes nos dan más libertad hay que recordar que lo que debe interesarnos de la tecnología no es tanto lo que nos permite hacer sino lo que nos obliga a hacer. Y una de las obligaciones es estar conectados hasta el punto de que la única decisión libre y moral que podemos tomar es desconectarnos. Y como ya no es una herramienta sino un órgano, como tenemos unos nuevos órganos (tarjeta de crédito, móvil…), esa desconexión tiene casi un carácter biológico agresivo. Es como practicar la eutanasia a alguien o salir de casa sin un riñón o tu hígado: no puedo vivir sin él, pero tampoco controlarlo. Para desconectarnos tendríamos que violentarnos y esa violencia heroica es la única que tenemos frente a las redes. Una renuncia que te dejaría fuera de este modelo cultural tecnológico donde se libran muchas batallas que también hay que librar...

Proclama que hay que ser revolucionario en lo económico y reformista en lo estructural.

Para ser reformista en lo estructural la condición es haber hecho una revolución económica. Hay que preguntarse entonces qué condiciones tenemos para acometerla, que hoy son malas. Pero en términos teóricos me importa mucho, como hace Carlos Fernández Liria, insistir en la idea de que en cualquier otro mundo posible mejor que este habrá buenas ideas que debemos conservar. La rueda es una gran idea, aunque la utilice la industria del automóvil para contaminar. Y también los derechos humanos, la división de poderes, las instituciones que llaman burguesas… El uso que el capitalismo ha hecho de ellos los ha erosionado hasta el punto de no ser creíbles: capitalismo y democracia no van juntos. Pero hay que apropiarse de ellos y reformarlos a la medida de los cambios que se logren a favor de las necesidades humanas.

Señala al capitalismo como gran responsable, pero ¿y la responsabilidad que ha tenido la propia izquierda, en especial la socialdemócrata?

Ese ha sido el problema: la socialdemocracia le ha hecho el trabajo sucio al capital y la izquierda llamada radical nos habíamos quedado fuera de juego para intervenir y transformar el mundo, prefiriendo ser una especie de élite mística y no un instrumento de intervención en la realidad. Es necesario que inventemos una alternativa que consiga vincular la protección de los cuerpos a la democracia, derechos humanos, igualdad, feminismo, conservación ecológica del planeta…

«Mientras haya vida hay esperanza y la historia no termina nunca», dice usted.

No hay que parar, pero la diferencia entre tiempo e historia es que esta es tiempo desigual y el geológico es más o menos homogéneo. Hay que distinguir momento, época y proceso. El proceso está abierto mientras haya vida, pero hay que reconocer la época para saber si estamos en el momento de dar un zarpazo electoral o resistir, organizar comunas o preparar un partido de masas.

En sus tesis se echa en falta la relación de los cuerpos con la naturaleza en la que podemos recuperar la corporeidad. ¿O le parece una elucubración?

De elucubración nada, es aceptar que en tu cuerpo y sus alrededores ocurren cosas, es un acontecimiento. ¿Para quién son ya un acontecimiento una montaña o un árbol? Para cuatro vascos chalados que sois una resistencia milenaria a esta locura de la liberación del cuerpo entendida como un liberarse del cuerpo y no como un liberar el cuerpo para que abrace montañas.