Fede de los Rios
JO PUNTUA

El catolicismo marcó y Marca España

La rojigualda monárquica, símbolo de todas las Españas, luce a media asta por orden de María de los Dolores de Cospedal, es decir que medio luce, mostrando el dolor de sus representados por la tortura y la breve muerte (apenas tres días) de un tal Jesucristo que después subió a los cielos y, por lo que se ve, después de la experiencia, ya no ha bajado más. Su madre, otra María, que optó por la trompa de Eustaquio frente a la de Falopio para concebir al no hijo del carpintero José (ya ves, querido lector, José tenía pene y María tenía vulva y total pa ná pues un ángel carente de vulva y pilila, mandado por Yavhé según cuentan las sagradas escrituras, la preñó (“anunció”) por la oreja. Su madre, digo, que también ascendió a los cielos, acostumbraba a bajar más a menudo y a aparecerse, ora en la campiña, ora en grutas a pastorcillos y pastorcillas preferentemente de la cabaña ovina. A quienes se les ha aparecido la virgen en forma de fiscal es a los llamados Romanones, el mayor caso de pederastia eclesial marca España hasta ahora conocido. Lo que juzgó turbio hasta el Papa de los católicos sin embargo para la magistratura española no pasa de ser un reparto de amor cristiano y caritativo a diestro y siniestro a los jóvenes que ansían tomar el camino de la salvación. Y qué mejor que salvarse entre gestos de amor y cariño de sus guías espirituales. La experiencia es un grado.

Andan revueltas las procesiones por temor al camión yihadista. No es de buen católico ese empecinamiento en rechazar un posible martirio en manos del infiel moro que se inmola como mártir de Alá en su lucha con los infieles cristianos. El martirio santifica a todos por igual. Como el deseo de muerte que los caballeros legionarios transmiten a los niños con leucemia; los mismos que pasean el Cristo de la buena muerte y que a algunos nos cause extrañeza que estos novios tarden tanto en matrimoniar.