7 de mayo, un escenario electoral más abierto de lo que muchos confían
Las encuestas auguran una diferencia superior en veinte puntos de Macron respecto a Le Pen. No obstante, el análisis de la primera vuelta apunta a un resultado que podría ser más ajustado
No cabe duda de que la primera vuelta de las elecciones francesas ha supuesto un vuelco del escenario político francés. El 23 de abril se abrió una nueva página de la historia de la V República al apear por primera vez desde los años setenta de las presidenciales a los dos grandes partidos, la derecha gaullista y la socialdemocracia del PS. Todo apunta al final agónico del sistema mayoritario y bipartidista que hemos conocido.
Entre los analistas se ha popularizado la expresión de que estamos ante un «42 de abril», una suerte de 21 de abril pero por partida doble, en referencia al seísmo que supuso la derrota en primera vuelta de Lionel Jospin (PS) en la primera vuelta de las presidenciales que se celebraron ese día en el año 2002.
Como entonces, el Front National (FN), esta vez liderado por la hija del clan Le Pen, llega a la segunda vuelta. Lo que no deja de ser un nuevo hito para la extrema derecha francesa, pese a que esta vez había sido anticipado por todas las encuestas.
A pesar de que con un 21% de sufragios queda varios puntos por debajo de los resultados que obtuvo en las europeas (2014) y en las regionales (2015), lo que le ha impedido liderar la primera vuelta, la estrategia de Marine Le Pen de limar las aristas más extremas de su discurso (banalización) le ha dado frutos y 1.200.000 votos más que los que cosechó en 2012.
Y su decisión a última hora del lunes de dejar temporalmente la Presidencia del partido ahonda precisamente en ese intento de homologación.
Así, los análisis triunfalistas que, poniendo el acento en la irrupción del socioliberal Emmanuel Macron, minimizan el alcance del éxito de la ultraderecha deberían echar un vistazo al mapa de los resultados por departamentos para constatar el crecimiento en hasta diez puntos de la candidatura de Le Pen en el norte y nordeste del Estado (ver la página siguiente). El país está partido en dos, con el norte, el este y la fachada mediterránea entregadas a la extrema derecha y el oeste, el suroeste, Rhône Alpes y la región parisina (Île-de-France), que optaron preferentemente por Macron.
No obstante, esa distribución por departamentos incluye y explica otras claves de estas elecciones que están quedando subsumidas en los análisis.
Por orden de resultados, y pese a que es la primera vez desde 1958 que la derecha no pasa a segunda vuelta, el 20% cosechado por un François Fillon hundido por el escándalo del «Penelopegate» le acercó a poco más de un punto de Le Pen (ahora estaríamos hablando y escribiendo de otra cosa) y confirma la fidelidad del voto de la derecha.
En ese sentido, el desastre de Les Republicains no tiene nada que ver con la hecatombe del PS y de su candidato oficial, Benôit Hamon (6,3%). Aquí el término histórico no es una exageración y se explica por los cinco años de gestión desastrosa de la Presidencia de François Hollande, sin olvidar la decisión del propio Hollande y del ex primer ministro Manuel Valls de traicionar a su partido y al vencedor de las primarias en venganza por la oposición de este al sesgo abiertamente socioliberal, cuando no neoliberal, de la legislatura.
Y es ahí donde se inscribe, en segundo lugar pero en primero en importancia, el éxito electoral de Jean-Luc Mélenchon y de su France Insoumise, que con un 19% de votos reedita la pujanza electoral que en su día tuvo el histórico PCF, cosechando un récord histórico del 34% en Seine-Saint Denis (suburbio poblado mayoritariamente por inmigrantes en la periferia parisina). Eso sin olvidar sus victorias en las colonias de Ultramar.
Todo ello, empero, no oculta la evidente desilusión de Mélenchon –quien tras un ascenso fulgurante estaba convencido de que iba a disputar la Presidencia– y, sobre todo, el hecho de que la izquierda, en todas sus marcas y candidaturas (incluidas las trotskitas), no suma más del 27% de votos. Demoledor.
Frente a ello, un «enarca» (alumno de la ENA), funcionario metido a banquero multimillonario y exministro de Economía personifica el «frente republicano» para parar a Le Pen. Y un vistazo al programa económico de ambos, neoliberalismo matizado por medidas keynesianas el del primero, proteccionismo paternalista el de la segunda, abunda en la segregación electoral reflejada el domingo. La Francia urbana (Macron) frente a la Francia rural y periurbana (Le Pen), la gente con estudios e ingresos (Macron) frente a los empleados y obreros (Le Pen). Y todo apunta a que la sima se agrandará porque Mélenchon captó el voto juvenil y pugnó con éxito con la ultraderecha en el voto de la gente con pocos ingresos y de los parados.
La prensa francesa equipara estos días sus resultados con el famoso big bang. Y no es para menos. Pero el alcance de ese giro sería copernicano en caso de que, improbable pero no imposible, ganara Le Pen.
Necesitaría para ello doblar su número de votos (7 millones largos el domingo). O forzar la desafección del electorado de izquierda, tentado por la abstención y de la derecha católica respecto a un candidato centrista, Macron, quien haría mal cantando ya victoria. Ayer mismo, una exministra de Nicolas Sarkozy, la presidenta del Partido Cristiano Demócrata, Christine Boutin, anunció que votará a Le Pen contra Macron, quien a su juicio representa «el liberalismo libertario, la globalización, el dinero, la banca...».
El debate del 3 de mayo se perfila decisivo y Macron no puede permitirse un error, que sería prácticamente imposible de corregir a tiempo. La amenaza de atentados yihadistas está ahí y los doce días pueden ser largos.
Del desenlace el 7 de mayo dependerá que estemos ante un verdadero giro copernicano. Si, como presagian (casi) todos los analistas, el adalid de la UE se impone pese a que la mitad del electorado apostó por candidatos euroescépticos, no se descarta que la derecha e incluso, por que no, el PS se recompongan de cara a las legislativas de junio y puedan encarar el futuro.
De ahí a augurar, como han saludado los medios financieros, que en el duelo Macron-Le Pen estamos ante un «escenario perfecto» va un trecho de optimismo que recuerda anteriores seísmos.
Igual no estaremos ante la «tormenta perfecta», pero se anuncian nubarrones.