APR. 27 2017 JO PUNTUA En Chechenia no habrá maricones Itziar Ziga Activista feminista Cuando el 26 de enero de 1945, las tropas soviéticas liberaban Auschwitz, no todos los supervivientes pudieron celebrarlo. Aquellos hombres que portaban el triángulo rosa con el que los nazis les distinguieron por ser gays, fueron conducidos directamente a cárceles y manicomios. En eso coincidieron todos, fascistas, capitalistas y comunistas: heterosexualidad o muerte. Pensar en esos maricones a los que se les dijo: todos libres, menos vosotros, me incendia el alma. Otro agravio histórico del fin de la Segunda Guerra Mundial fue que dejarán a Franco masacrando a lo loco cuando la lucha contra el fascismo había comenzado en España. Esa traición internacional que nos condenaría a casi cuatro décadas de dictadura no les cabrea a los españoles; que sus últimas colonias queramos recuperar nuestra independencia, sí. Claro que la mayor revolución libertaria de la Historia, emprendida desde el primer día de la guerra, les daba más miedo que una invasión alienígena: en eso también coincidían todos los bandos. Cuando pienso que todas las iglesias de Barcelona ardieron en un solo día, se me pasa un poco el disgusto por los maricones que sobrevivieron a Auschwitz. Dicen que Durruti salvó la catedral de la quema, para saquearla. En Chechenia no hay maricones, afirma su cretino presidente. ¡Ya me quedo más tranquila! Claro, que ha mentido en el tiempo verbal: quiere comenzar el Ramadán con la república depurada de gays, lesbianas y transexuales. Queda un mes, si se dan prisa lo mismo pueden. Ya ni niegan el exterminio. Los informes sobre torturas y ejecuciones a esos maricones chechenos que no existen confirman que se han puesto a ello. El ultramachismo de la Rusia de Putin se extiende por el este como un aterrador viento siberiano, una manera tan bonita como otra cualquiera de diferenciarse de Occidente. No hay siglo en que nos dejen tranquilas, ¡pero qué manía les entra siempre con aniquilarnos! El ultramachismo de la Rusia de Putin se extiende por el este como un aterrador viento siberiano, una manera tan bonita como otra cualquiera de diferenciarse de Occidente