Pablo CABEZA
BiLBO

«En busca de aquel sonido», conversaciones con Ennio Morricone

Uno de los compositores más fértiles de música para el cine, tuvo que esperar a cumplir 87 años para recibir su segundo Óscar, primero por una película, «Los odiosos ocho», de Quentin Tarantino. Cabe recordar que en 2007 se le concedió el Óscar por su trayectoria. «En busca de aquel sonido» puede que no sea un título atractivo, pero recoge más de cuatrocientas páginas de conversación adictiva junto a Alessandro de Rosa, también músico y discípulo.

«Conocí la música de Ennio Morricone hace muchos años –explica Alessandro de Rosa, el músico y discípulo de Morricone que mantiene esta larga conversación con el maestro a lo largo de más de cuatrocientas páginas–. No recuerdo el momento exacto, porque en 1985, el año en el que nací, muchas de sus composiciones ya habitaban el planeta desde hacía tiempo, pero sí me acuerdo que de pequeño veía con mis padres en televisión “Il segreto del Sahara” o “Dos granujas en el Oeste”, con Bud Spencer».

También recuerdo –continúa Alessandro Rosa– algunas imágenes de “La Piovra” (“El pulpo”), así que estoy seguro de haber escuchado las bandas sonoras de esas producciones. Más tarde descubrí que aquellos temas musicales los había compuesto Morricone y a saber cuántos más ya se habían filtrado en mi mente antes de poder asociarlos con su nombre».

Rosa estudia guitarra, el colegio le aburre. Va de profesor en profesor. Un día de 2005 su padre llega a casa con un periódico donde se anuncia una charla de Ennio Morricone. El joven músico acude a su cuarto y graba un cedé con música propia. Lo introduce en un sobre y se lo dirige a Morricone con la intención de dárselo mientras este firma discos. En la charla, el ya famoso compositor había comentado que solía tirar todo lo que se le enviaba. No obstante, y por las casualidades que brinda el destino, el músico romano le llama por teléfono y le cita. Le dice que observa que tiene grandes dotes, pero que es autodidacta. Le aconseja que busque un maestro y estudie composición, que él no puede darle clases. Le aconseja que no vaya al conservatorio y le pasa el nombre de algunos profesores adecuados.

Rosa llega a colaborar, con el paso del tiempo, con Jon Anderson, de Yes. Está en el camino de convertirse en un músico apreciado. Su relación con Morricone continúa y en 2013 se inician “las conversaciones” (en realidad un larga entrevista) sobre uno de los compositores más importantes de la historia del cine, Ennio Morricone, que las concluye en mayo de 2015.

“En busca de aquel sonido” (Malpaso ediciones) es una charla sobre música, pero muy amena, ágil y de sobrio interés. Si se busca una biografía, mejor se ojea Wikipedia o se busca el libro apropiado, porque este no es el lugar. Más que las gracias del autor a María, la esposa de Morricone, pocos nombres ajenos aparecen, salvo referencias. Sí se descubre desde el inicio que Morricone es un gran jugador de ajedrez y que asemeja el juego a sus batallas con la música. Explica que el ajedrez es pariente de las matemáticas y, como afirmaba Pitágoras, «las matemáticas lo son de la música».

«He de confesarte –le cuenta Morricone a Rosa– que, cuando componía la música de la última película de Tarantino, “Los odiosos ocho”, y mientras leía el guion, iba descubriendo la tensión que silenciosamente crecía entre los personajes, pensaba en el estado de ánimo que se experimenta durante una partida de ajedrez». También sentencia que si no hubiese sido compositor, «me habría gustado ser ajedrecista, pero de alto nivel, un aspirante al título mundial».

La obra cinematográfica de Morricone es inmensa, no cabe en las conversaciones ni un diez por ciento del todo, además de su faceta de músico vanguardista, experimental. Pero obviamente se habla de sus obras claves, de su relación con Sergio Leone y el spaghetti western. Sí de piezas como “Por un puñado de dólares” (1964), “La muerte tenía un precio” (1965), “El bueno, el feo y el malo” (1966) o “Hasta que llegó su hora” (1968). Pero esto es solo el aperitivo, lo más popular de Morricone. Restan centenares de páginas con diálogos severos sobre música, personajes, testimonios... Todo ameno y magnético.