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IKUSMIRA

Desde la distancia


Se tiende a pensar que un grupo humano, con posiciones comunes en una idea básica aunque diverja en todo lo demás, mantiene entre sí una comprensión mínima. De ahí conceptos como «mundo nacionalista» como si este fuera un todo. Y de ahí que se suponga que, al modo de las familias mal avenidas, ese lazo, digamos común, teje un sentimiento ante calamidades que afectan a una parte de ese todo. El alejamiento de los presos vascos lo hace. Afecta a una parte de ese mundo. Y podría pensarse que la otra parte de ese mismo mundo comprende lo que viven quienes se ven obligados a hacer y deshacer kilómetros de asfalto.

Siento decirlo, pero no es así. En esta cuestión no hay un mundo; hay, al menos dos, y no se tocan ni de refilón. Se observa al comentar situaciones que se producen en las cárceles con personas ajenas a estas vivencias. Sus muestras de extrañeza y estupor me han sorprendido más de una vez. Son dos mundos y lejanos. También lo observo ahora, cuando presentan como alternativa a la inhumanidad del alejamiento destinos carcelarios a 250 kilómetros. ¿Un alivio? Claro. Mejor 500 que 1000 kilómetros. En una evaluación matemática, la distancia es menor. No lo es tanto, si la evaluación es política y, sea como sea, 250 kilómetros es, simplemente, demasiado.

El planteamiento responde a la distancia. A kilómetros de distancia emocional, desde donde se lanzan estas miradas que contemplan la realidad desde un lugar al margen, como si la situación no exigiera compromisos sin reservas.

Más cerca, mejor. Por supuesto. Pero no hablo solo de kilómetros. Ni solo de distancias. Que también.