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DE REOJO

Crónicas


Nadie debería hacer bromas con la muerte del torero Iván Fandiño ni acusarlo de nada. Es tan asesino como el matarife que nos desolla las vacas que nos comemos en chuletones o en hamburguesas. Cada loncha de jamón exquisito viene de un acto mecánico de acabar con la vida de un cerdo criado en libertad y bellotas o estabulado y con piensos. Hay que reflexionar además con la estrecha relación ancestral de los toros y pueblo vasco. El pastoreo a pie de los toros bravos en Nafarroa es el inicio histórico de la actual tauromaquia. En las plazas de toros se ritualiza un acto violento, la vejación pública de un bello mamífero. Es discutible, abolible, lo que quieran, pero esos morlacos se pueden llevar en cualquier momento la vida de los jornaleros que están junto a él dando el espectáculo. Así se ha demostrado y esta es la crónica triste de un gravísimo accidente laboral.

Tras esta muerte o el incendio portugués, las crónicas se vuelven todas grises en su deriva hacia el negro. He tenido la oportunidad de estar la mañana de ayer viendo televisiones portuguesas que se han volcado en el suceso. Yo recomendaría que se estudiase de qué manera se deben contar estas desgracias. Durante horas no pasa otra cosa que el tiempo, la angustia y la reiteración. Domingo, pocos recursos técnicos, alguien en plató, dos o tres corresponsales in situ. No existen cámaras suficientes como para hacer una retransmisión en directo que produzca efectos de gran espectáculo. No es cine, no es ficción. Es una dura realidad que deja todo en el imposible de lo imprevisto. Las panorámicas aportan una visión periférica. A pie de carretera todo es una pura reiteración, una narración sin picos dramáticos. Hay que estar, pero ¿cómo se debería estar? ¿Cómo hacer una crónica de la desesperación, de la tragedia, del fuego desatado?