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Silenciar el silencio


El sistema tecnológico se ha zampado el sentido crítico. George Steiner habla de la “pesadilla” desencadenada por la tecnología de la información, que devora la memoria, la que preserva lo que fuimos y lo que somos. «En nombre de la eficacia clínica, de la seguridad nacional, de la transparencia fiscal, nuestra vida privada es escudriñada, grabada y manipulada. Al mismo tiempo, las artes de la soledad, de la comedida discreción, de ese inviolado silencio que Pascal sitúa en el centro de la verdadera civilización y de la edad adulta, ha sufrido una gran merma». Es de una ingenuidad suicida creer que las redes sociales fomentan la democracia o nos hacen más libres. Estamos perdiendo la capacidad de comunicarnos de un modo complejo, estamos perdiendo el peso de las palabras. Ramón Andrés dice: «Cada vez aceptamos más las opciones generadas desde medios de comunicación y redes sociales. Por eso es importante el silencio, porque nos permite escuchar otras cosas que no vienen de ese mundo atronador e impreciso. La sociedad no ha construido lugares de silencio. Hemos olvidado que el silencio es un arma. Es mucho más inquietante una manifestación multitudinaria en silencio que otra llena de tambores, gritos y megáfonos. No dar señales es el primer paso para no estar controlados, ni localizados. Nada inquieta más al poder, al sistema, que el silencio». A sus 83 años, Salvador Távora está estudiando la intensidad del silencio. «Muchas veces, de madrugada, he querido escuchar lo que nadie escucha, el silencio del cementerio. Cuando estoy montando un espectáculo, yo quiero ese silencio».