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IKUSMIRA

Vaya cristo en Donostia...


El que corona el monte Urgull, un mamotreto de casi 30 metros de altura que, desde su atalaya privilegiada, se adueña de la fisonomía de la ciudad. El Sagrado Corazón de Jesús preside –sería mejor decir vigila– la vida de donostiarras y visitantes como si correspondiera por orden divino a sus secuaces invadir el espacio público y emblemático de una sociedad aconfesional.

No puedo evitar soliviantarme cada vez que topo visualmente con ese gigante intruso en el paisaje. Por eso me llama la atención el desinterés de las pías instituciones locales y hasta de la ciudadanía ante una ocupación del espacio colectivo a la que no se pone fin. Ha habido intentos loables pero infructuosos para derribar el monumento, pero a día de hoy sigue marcando la línea del horizonte por la desidia y la intromisión sectaria de quien se arroga la potestad de asediar la vida ajena.

La decisión de erigir el cristo se adoptó en la Donostia de 1938 asaltada por los fascistas, aunque fue en 1944 cuando las autoridades civiles, militares y religiosas encargaron su construcción a Pedro Muguruza, arquitecto de cabecera del franquismo y diseñador del Valle de los Caídos, y al escultor Federico Coullaut, especializado en santos, vírgenes y generalísimos a caballo. Se inauguró en 1950. Anteayer...

El hecho de ser semejante «regalo» de la dictadura debería ser argumento suficiente para demoler ese vestigio del nacionalcatolicismo oficial de aquella época, pero hay una razón más poderosa aún: ningún grupo confesional tiene derecho a usurpar con su iconografía, y menos aún de manera tan obscenamente ostentosa, el espacio público común, visual y simbólico de una sociedad.