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El proteccionismo toma carta de naturaleza


La última cumbre del G20 en Hamburgo dejó muchas noticias pero, quizás, la más relevante para la economía fue el comunicado final en el que se recogía una concesión a Donald Trump al apuntar la posibilidad de que los estados puedan recurrir al uso de «instrumentos legítimos de defensa comercial». En realidad siempre los han utilizado. La diferencia es que esta vez ese concepto tan poco determinado recoge implícitamente el proteccionismo que reivindica el presidente de Estados Unidos con su America first. Trump parece haberse salido con la suya, y aunque se le ha acusado repetidamente de ser contradictorio en sus declaraciones, en cuestiones comerciales lleva defendiendo el proteccionismo desde hace cerca de 30 años por lo que en esta cuestión no se le puede acusar precisamente de falta de coherencia.

Resulta que tampoco es el único dirigente que matiza el concepto de libre comercio. El nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, también se ha pronunciado por limitar las inversiones extranjeras en empresas francesas con la vista puesta, sobre todo, en China. Por su parte, la canciller alemana, Angela Merkel, explicó en una entrevista reciente a un diario económico alemán que no le parecía aceptable que se concendan ayudas para I+D a empresas alemanas para que luego vengan inversores extranjeros —hablaban de capital chino— las compren y se lleven los resultados de las investigaciones.

Es evidente que el auge de China en el mercado mundial está modificando la relación de fuerzas. Mientras era una potencia débil, las reglas del libre comercio jugaban a favor de los países que han dominado el comercio mundial. Pero a medida que China ha acumulado músculo económico, esas misma reglas que benefician a los fuertes han pasado a beneficiar al país asiático, que se ha quedado como principal defensor de las mismas, mientras los poderosos reciclan su doctrina.