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JO PUNTUA

No aprenden


No aprenden. La gestión del 11M les costó unas elecciones y la gestión de los ataques en Catalunya les puede acabar ayudando a parir una Catalunya independiente. A menudo aprovechamos estas líneas para meter el dedo en aquellas llagas propias que nos duelen especialmente por aquello de la proximidad, pero en nombre de la salud mental, no está de más pararse de vez en cuando a deleitarse con los errores ajenos.

La gestión institucional ha sido desastrosa. Rajoy, que llegó tarde, ha dejado la voz cantante en manos de un incompetente ministro de Interior que dio por desarticulado el grupo responsable de los ataques cuando ni siquiera se había identificado al conductor de la furgoneta que irrumpió en la que algún día fue «la calle más alegre del mundo» (García Lorca). El intento de mejora a cargo del Borbón no ha hecho sino agravar el ridículo, después de que se filtrase que la Casa Real presionó para poder fotografiarse junto a víctimas en el hospital. El Estado no solo ha desaprovechado la ocasión de hacerse notar en Catalunya, también ha conseguido dar buena cuenta de su mediocridad.

Dejando al margen el despropósito mediático de las principales cabeceras españolas, la guinda al ridículo la pusieron los sindicatos de la Guardia Civil y la Policía española, que lamentaron que «la debilidad» de las instituciones españolas haya permitido proyectar la imagen de un Estado catalán «autosuficiente». Lejos de conformarse con divulgar a los cuatro vientos el gol en propia meta, denunciaron también que las autoridades catalanas desconocían que el imán de Ripoll fuese «discípulo» de un yihadista detenido en 2007. Un desconocimiento del que, evidentemente, los principales responsables son las FSE, que disponían de una información que no trasladaron a las autoridades catalanas.

La gestión catalana ha sido espectacular, pero lo cierto es que tener a Madrid como medida de comparación ayuda, y mucho. Claro que –volviendo a la llaga propia– la otra cara de la moneda bien puede ser nuestra incapacidad para elevarnos por encima de la mediocridad de las instituciones españolas.