Surf
Nunca he practicado surf. Sí me he pasado muchas horas viendo en invierno unas moscas sobre la espuma del Cantábrico buscando una quimera, un reto, quizás una foto con su Instagram interior. Las películas de surfistas no me provocan otra cosa que envidia y sueños en retroceso. Hoy es una tradición y un gran negocio, por eso un documental en un canal de la televisión del hotel donde paso mis noches blancas sobre la vida de Abrahim, un surfista palestino nacido en Gaza he comprendido que las revoluciones, la solidaridad no solamente debe sustanciarse en las grandes ideas y los grandes objetivos, sino que a veces ver cómo un grupo de muchachos que quiere hacer surf en su ciudad y no lo puede hacer por la guerra impuesta por sus vecinos invasores, es motivo más que suficiente como para hacer una toma de conciencia sobre una tabla que surca las olas.
Un magnífico documental francés, “Gaza Surf Club” con uno de los protagonistas yendo a Hawai para aprender, para ver cómo se fabrican las tablas, cómo es el proceso, comprobando, como dice en un momento dado, que lleva cuatro días allí y no había visto todavía a ninguna mujer vestida totalmente. Porque en Gaza también hay jóvenes mujeres que quieren hacer surf y aparece una, vestida de arriba abajo para aprender a surfear. Y cuando acaba vuelve a vestirse totalmente de negro, porque ya es una mujer. Las niñas pueden bañarse, las mujeres no. Y nos muestran esa playa de Gaza, el único lugar donde sus habitantes pueden soñar, una playa que fue magnífica, pero hoy es un paisaje después de todas las batallas en una Gaza bombardeada y derruida. Una playa que renacerá y tendrá todas las tablas que ahora impiden importar. El surf como metáfora de la resistencia y motivo para colocarse del lado de los debilitados por el imperio.