Que la profecía de Aznar no triunfe
Del caótico pleno de ayer en el Parlament de Catalunya emerge una gran certeza, probablemente la única: la ciudadanía catalana está llamada a las urnas el próximo 1 de octubre para decidir el futuro político de su país. De aquí al 1 de octubre, Catalunya se ha declarado de facto fuera de la legalidad española. No es poco. Es importante remarcarlo e insistir, visto el empeño del unionismo en convertir ayer el pleno del Parlament en un circo de frustraciones e impotencias.
La de ayer no fue la mejor manera de aprobar la Ley. A nadie se le escapa que el reglamento se estiró hasta límites insospechados. Tampoco al independentismo, que ha buscado por activa y por pasiva otras fórmulas para tramitar las leyes de la desconexión. La fórmula escogida no sería aceptable en condiciones democráticas ordinarias, pero una situación en la que las urnas del 1-O son prohibidas y perseguidas es cualquier cosa menos democráticamente ordinaria.
Es importante desnudar el discurso de quienes, amparados en un reglamento, tacharon ayer de antidemocráticos a los grupos parlamentarios independentistas. Es importante recordar que han tenido meses para debatir leyes como la del Referéndum, pero que rechazaron tramitar la norma a través de una ponencia ordinaria en el Parlament –es más la llevaron ante el Tribunal Constitucional–. Es importante recordar que quienes clamaban ayer por la democracia son los mismos que insisten en prohibir las urnas el 1-O. Es importante subrayar que el independentismo no trata de imponer la República catalana, sino dar simplemente cauce a que sea toda la sociedad catalana la que tome la decisión. Es importante, en definitiva, denunciar la indigna sesión de cinismo y filibusterismo brindada ayer por Ciutadans, PSC, PP y el portavoz de CSQP –no todo el grupo parlamentario–.
Pero cuidado con magnificar el ruido del unionismo. Perdida la batalla electoral, el único camino que les queda a los adversarios al referéndum –además de las actuaciones de los aparatos estatales– es extender socialmente la crispación que ayer trataron –y lograron en parte– imponer en el pleno. Es decir, tratar de hacer buena la profecía lanzada por Aznar en un ya lejano 2012: «España solo podría romperse si Catalunya sufriera antes su propia ruptura como sociedad». La bronca y la mezquindad que el unionismo instaló ayer en el Parlament apenas se dan en el seno de la sociedad catalana. Pero ante las intensas semanas que se avecinan, que nadie olvide la profecía de Aznar.