Victor ESQUIROL
TEMPLOS CINÉFILOS

La verdad oculta

Cuando ya teníamos casi cerradas las maletas y nos abrazábamos con los compañeros de batalla que llegaron a la línea de meta, se manifestó la Mostra veneciana una vez más como una entidad cruel y nos recordó que nada es lo que parece. Que las apariencias engañan, vaya, y que detrás de estas existe una verdad que si se esconde, es porque tiene algo a esconder. Suena a obviedad pero en serio que no lo es.

Así, mientras ya dábamos por cerrado el concurso por el 74º León de Oro, salieron los programadores y se sacaron de la manga dos películas que a más de uno, seguro, le trastocó los cálculos de cara al palmarés que se va a anunciar hoy. Parecía que todo estaba bien amarrado para Frederick Wiseman, Andrew Haigh, Martin McDonagh o, quién sabe, Darren Aronofsky... Solo que al final, resulta que tendremos que esperar. Dos autores prácticamente desconocidos entraron en liza, y a pesar de su falta de pedigrí, dejaron constancia de un talento que, por lo menos, augura unas carreras a las que, sin duda, habrá que seguir muy de cerca.

El primer turno fue para el italiano Andrea Pallaoro. “Hannah” es su segundo largometraje... pero como si fuera el vigésimo. Con un control casi magistral tanto del tempo narrativo como de todo lo que la cámara ve y no ve, el director y coguionista firma un perturbador estudio de personaje, sumido este (esta, en realidad) en una rutina cuya apacibilidad se va destruyendo: la vida de una mujer (genial Charlotte Rampling) da un vuelco cuando su marido ingresa en prisión. Este es el punto de partida; aún queda hora y media de acoso “hanekiano”. La soledad como catalizador; la verdad oculta (la cual, por supuesto, no se muestra en ningún momento) como tormento horroroso pero nada estridente, que se contagia. Que cala. Que ensucia.

Sin tiempo siquiera para pedir piedad, apareció Xavier Legrand con su ópera prima, “Jusqu’à la gare”, y nos acabó de hundir. El film empieza con una tensa pero a la vez muy civilizada audiencia judicial en que un padre y una madre a punto de divorciarse, establecen los términos y condiciones de la custodia (a partir de ahora, compartida) de sus hijos. Pero Legrand, que no se fía, sigue escarbando, y claro, da con el monstruo: la verdad oculta. La que se esconde por el miedo que despierta su naturaleza animal. En un acto de clarividencia y sinceridad reivindicables, Legrand convirtió, a partir de un grito, el drama familiar en una película de terror. Con un monstruo terrible y una colección de víctimas que igualmente pusieron los pelos de punta. Tan poco sutil como esa escoria humana cuya autoridad se basa en el abuso. Tan insoportable como esa verdad que ya no puede disimularse.

Por suerte, cuando ya no podíamos más, llegó John Woo y nos rescató. Fuera de Competición vimos “Manhunt”, alocado thriller aparentemente fallido en su constatación de lo viejo que se está haciendo su director. Solo que superado este primer chasco, salió a relucir la verdad, la de un divertidísimo auto-homenaje de un maestro aún ágil en el suministro de adrenalina, y aún más inspirado a la hora de juntar, desenfrenada y alegremente, el melodrama y la action movie. Un placer irresistible.