Raimundo Fitero
DE REOJO

Café soluble

El café se convierte en una marca, las cafeterías son una franquicia multinacional, pero el precio del café recién cosechado se decide cada mañana en una sala de reuniones en la zona financiera de Londres por media docena de personas influyentes que dominan el mercado. Lo que dictan esos seres rutinariamente y de acuerdo a unos datos secretos puede condenar a la miseria a unos millares de campesinos de cualquier parte de la Tierra. Es un ejercicio de poder llevado al extremo. Una fluctuación del precio puede desestabilizar una zona, un país, unas vidas.

Las materias primas tiene un precio de mercado que estipulan los compradores. Las manufacturas de esas materias primas son productos con un valor añadido que puede rondar el mil por ciento. Cuando nosotros tomamos una taza de café humeante, el trabajo de varias docenas de personas se han concentrado en esos pocos gramos de un mezcla molida de cafés, aromatizantes, azúcares y aguas. El que menos gana es el que lo recoge, el que carga esos bellos granos en laderas, en pequeñas terrazas en los montes colombianos o en las llanuras vietnamitas. Un kilo de café recogido manualmente no puede competir con el de recogida mecanizada.

Por eso ver algunos anuncios de marcas de cafés o de sus subproductos que tiene esa retórica tan canalla, la de mentir, la de hacernos creer que su labor es filantrópica, que crean un modelo de vida no solamente en nuestras casas con espíritu de Ikea, sino que hacen en las zonas cafetales proyectos de ayuda a los campesinos. No puedo admitir esa utilización de la supuesta solidaridad como mensaje publicitario. En Catalunya no hay cafetales, pero sí reconocidas multinacionales. Según algunas tertulias, los catalanes si se independizan no van a poder tomar café. Ni soluble.