«El independentismo necesita una mayoría social y electoral significativa... y reiterada»
Antón Costas, discreta diplomacia gallega colada en pleno pulso entre Catalunya y España, calla más de lo dice, y aun y todo dice mucho. Tan pronto explica momentos cruciales del proceso como aborda «el contrato social español del 78», que considera roto.
«Está confuso el momento», empieza el entrevistador. «Está interesante», corrige Antón Costas (Matamá, Vigo, 1949). Defensor de una tercera vía entre el independentismo y la centralización política española, ve una puerta abierta a sus tesis tras las elecciones del 21D. Ni punto y seguido, ni borrón y cuenta nueva, defiende. Nos recibe en la sede del influyente Círculo de Economía, que presidió durante tres años y desde donde ha jugado un papel importante en los intentos por abrir vías de diálogo entre el Palau de la Generalitat y la Moncloa. Conoce bien, y de cerca, los poderes políticos y económicos, y da pistas sobre tendencias futuras en numerosos ámbitos. Tomen nota.
¿Qué errores cree que ha cometido el independentismo para llegar a tener a medio Gobierno en la cárcel y la otra mitad en el exilio?
Los mismos protagonistas los han identificado: la idea de que no había mayoría social suficiente para una apuesta de este tipo, el no estar preparados para sostener la apuesta y, en tercer lugar, según sus propias palabras, que no previeron una reacción tan fuerte del Estado y la total falta de apoyo de la Unión Europea. Se puede añadir que uno de los grandes problemas en Catalunya ha sido no diferenciar Gobierno y Estado. Es decir, creer que, cuando estás en la vía judicial, todo sigue dependiendo del Gobierno.
También habrá cometido errores el Estado.
Sí, pero haría una referencia más amplia, porque yo creo que lo que hay en la sociedad catalana, más allá del independentismo, es un apetito por un mejor autogobierno. Yo participo de esa aspiración. No ha habido inteligencia política para darle respuesta y abrirle cauces, y ese es uno de los motivos por los cuales el independentismo cobra una mayor fuerza a partir del año 2012.
¿Es la sentencia del Estatut el pecado original?
No solo. En realidad no somos tan raros. Si uno examina todas las democracias liberales occidentales, vemos un derrumbe de los partidos tradicionales y un aumento de voto de partidos alternativos, o populistas si se prefiere, sin demonizarlos. Pasa en Estados Unidos, en Grecia, en el Reino Unido y en Holanda. El pecado original en todo caso es la falta de lucidez política para percibir el sentimiento de inseguridad hacia el futuro que se ha ido inoculando en buena parte de nuestras sociedades. Veo a la ANC como la expresión específicamente catalana de un fenómeno mucho más global que tiene que ver con los movimientos de fuerte raíz populista.
¿Le adjudica al populismo el carácter negativo al que lo vemos asociado mediáticamente?
No tiene por qué. El populismo de Franklin Delano Roosvelt no fue negativo en modo alguno. La Ley Sanitaria de Obama, que abre posibilidades a 15 millones de personas, tampoco.
Se dice que usted jugó un papel importante en torno al 26 y 27 de octubre, cuando Puigdemont pasa de estar a punto de convocar elecciones anticipadas a impulsar la declaración de la República. ¿Qué pasó en esas horas?
Muchas personas se movieron para llevar al ánimo del presidente de la Generalitat la conveniencia de convocar elecciones. Había personas, entre las que me incluyo, que creíamos que era bueno porque impediría la reacción del Estado con el 155 y, además, era bueno también para los intereses políticos del que en aquel momento era el Gobierno de la Generalitat. Nosotros habíamos estado con él con anterioridad en el despacho de Girona, y yo creo que el presidente esa percepción la tenía.
¿Urkullu es el puente entre Madrid y Barcelona?
Sí. Tiene una disposición de ánimo muy importante para hacer ese tipo de papel, y lo hizo. El presidente de aquí se lo aceptó y le comunicó que iba a convocar las elecciones, pero sobre el mediodía [del 26] se vio incapaz de gestionar la reacción de una parte de sus fuerzas. Creo que falló el coraje para hacerlo.
¿Usted tiene constancia de que Rajoy no iba a aplicar el 155 si había elecciones? ¿Existía alguna garantía?
Nunca. Eso es lo que pedía el presidente de la Generalitat, pero creo que ya se ha publicado que por parte del presidente Urkullu se le dijo que ese tipo de condicionantes no se podían poner, que él tenía que tomar la decisión a pelo, sabiendo que las cosas se modificarían a partir de entonces. Pero para mí estaba bastante claro; además, había otra cosa que los juristas recordaban: desde el momento en que tú, con todas las capacidades legales, convocas unas elecciones, no hay en la Constitución española mecanismos para anular las elecciones legalmente convocadas. También se le dijo.
¿Le constan amenazas sobre violencia extrema como las que denunció Marta Rovira?
Si esas denuncias no van con nombre y apellido, no me las creo. Deberíamos acostumbrarnos a trabajar y debatir con datos objetivos y contrastables. Un senador norteamericano de los años 60 decía que todos tenemos derecho a tener nuestras propias opiniones, pero no a tener nuestros propios datos.
A partir del 22 de diciembre, ¿punto y seguido, punto y aparte, o borrón y cuenta nueva?
Borrón y cuenta nueva seguro que no, porque la aspiración independentista no desaparecerá. Punto y seguido tampoco, por lo que están expresando los propios dirigentes independentistas. Creo que será un punto y aparte, y que la política catalana será diferente, pero me cuesta hoy por hoy anticipar en qué sentido lo será.
Se entiende que, al reconocer la legitimidad de un objetivo político, se admite también su naturaleza realizable. ¿Cómo cree usted que debe hacerlo el independentismo catalán?
Lograr una mayoría social y electoral significativa que, ante todo, sea reiterada. Cuando vea que los partidos que llevan en su programa electoral la independencia tienen una mayoría reiterada y significativa en sucesivas elecciones, no tengo ninguna duda de que, necesariamente, todos los ciudadanos deberíamos habilitar aquellos cauces legales para dar expresión a esa aspiración.
¿Con un referéndum?
Sí, aunque yo creo que hay otros pasos intermedios. En cualquier caso, yo ya expresé sin miedo, como presidente del Círculo de Economía en el año 2014, tanto ante Artur Mas como ante el presidente Rajoy, que no teníamos ninguna objeción a una consulta legal, acordada y bien informada.
«La desigualdad es el elemento más perturbador para una sociedad democrática»
Acaba de publicar el libro “El final del desconcierto”, en el que analiza lo que considera la ruptura del contrato social surgido de la transición. Me da la sensación de que, como a Unamuno, a usted le duele España.
No me lo habían dicho así, pero sí, me duele mi país. Mi patriotismo es constitucional y me duele que no seamos capaces de renovar un proyecto que sea válido para la mayor parte de la sociedad española.
Subraya insistentemente las graves consecuencias que acarrea la desigualdad, algo que choca con lo que uno puede esperar en entornos empresariales como el suyo.
Uno de los puntos por los cuales más me hostigan los míos es por darle tanta importancia a la desigualdad, es un término que toca una fibra sensible. Pero creo que la desigualdad, en sentido amplio, no solo en cuanto al reparto de la riqueza, es el elemento más perturbador que tiene una sociedad democrática, que debe apoyarse en el principio de igualdad de los ciudadanos. No encuentro otro criterio de filosofía política capaz de fundar una sociedad democrática. La desigualdad es el disolvente de ese pegamento que tiene que ser una sociedad para funcionar con un mínimo de armonía.
En el libro también deja una puerta abierta a la idea de la renta básica universal. ¿Qué acogida tiene la iniciativa en esta casa?
Creo que, dependiendo de los efectos futuros del cambio tecnológico, será casi un resultado natural. No ya solo por una razón de igualdad, que también, sino porque el capitalismo solo puede funcionar con clases medias y clases trabajadoras con una elevada capacidad de compra. El capitalismo no funciona con el consumo de los ricos y los acomodados. Por tanto, si la mitad de la población no llega a tener ingresos laborales porque los robots han sustituido sus puestos de trabajo, tendremos que hacerles llegar ingresos y rentas para que sigan teniendo una vida digna y para que el capitalismo pueda seguir funcionando. Técnicamente tiene sentido, aunque no creo que se dé en el plazo de una década. En cualquier caso, no me repugna la idea, tenemos que vender lo que producimos, tenemos que darles rentas a aquellos que han de comprar nuestros cachivaches.
No puedo acabar sin preguntarle sobre el Cupo, que en el libro critica más o menos claramente. ¿Por qué?
No tengo nada en contra del modelo, aun admitiendo que es un modelo peculiar sin parangón. Lo que cuestiono, de manera clara, es el Cupo. Simplemente no me creo ese cálculo, y nunca me han enseñado las reglas con las que lo calculan, y eso que lo he pedido donde había que pedirlo. Y cuestiono también el hecho de que las comunidades forales no entren en los fondos de solidaridad. Lo he dicho abiertamente también en Bilbao, y me acuerdo de una conferencia en la que, al acabar, al menos dos personas me dijeron «oye Antón, tienes más razón de la que te damos públicamente».
¿No teme las repercusiones políticas que podría tener tocar el Cupo en el País Vasco?
Lo que no espero son aplausos, pero ya está. Tampoco digo que haya que hacerlo de hoy para mañana. Este tipo de ajustes tienen que ser en un plazo muy largo que normalmente empiezan con un periodo de carencia en el que no se modifica nada y se dice «a partir del año X, comenzaremos a hacerlo». Prácticamente se desplaza en una generación el cambio.