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DE REOJO

Las guerras


Las mujeres organizadas son una de las pocas luces que se encienden en este peregrinar por oscuros laberintos hacia la nada. En medio del ruido políglota con tendencia a la afasia ideológica, encontrarse con una manifestación de mujeres en el puerto de Santurtzi para denunciar el envío de material bélico desde esos muelles, me parece un acto de lucidez. Sus menajes, dentro de una candorosa ingenuidad, son de una clarividencia absoluta, porque las guerras se hacen con armas, y las armas se hacen en fábricas cercanas a nuestras tabernas, se venden en ferias internacionales con presencia de altos cargos gubernamentales y militares y se embarcan hacia sus lugares de destino desde muelles con olor a sardina donde al lado existe un campamento de refugiados que son producto directo de las mismas guerras a las que se alimentan con ese comercio de material de muerte y desolación. Las mujeres han estado siempre al frente de las movilizaciones más pragmáticas, más significativas e importantes. El estereotipo de la clase patriarcal dominante hace siempre una caricatura de las reivindicaciones feministas. Y han sido la verdadera evolución, el auténtico cambio social y se espera que lo sigan siendo, pese a todos los condicionantes que todavía imperan, como la ofensiva desigualdad en salarios y tantas otras. Recordaba ahora cuando las mujeres anarquistas proclamaron una huelga de vientres caídos al grito de «que paran las ricas», con el objetivo de que no fueran los hijos de los pobres quienes tuvieran que heredar siempre la miseria y los trabajos más duros o en Lisístrata de Aristófanes cuando las mujeres atenienses se declaran en huelga de sexo para presionar a sus maridos con esta abstinencia para intentar acabar con la guerra del Peloponeso. Lo malo es que ahora hay un gran negocio de la guerra con muchas franquicias.