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EDITORIALA

El reto del entorno social para las personas mayores


Nuestra sociedad tiende a ensalzar las actitudes y los valores que normalmente se asocian con la juventud, como la energía, la audacia o el atractivo físico. Sin embargo, otras capacidades que no se relacionan tanto con esa etapa vital, como la reflexión, la templanza o la experiencia se suelen subestimar y habitualmente son relegadas a un segundo plano. Y lo mismo suele ocurrir con las personas mayores que encarnan ese tipo de competencias.

Esos modelos que ensalzan la juventud contrastan cada vez más con nuestra realidad social, donde gracias a los avances en salud y cuidados se vive mucho más tiempo y el número de personas mayores crece constantemente. Pero con la edad todo se vuelve más complicado: se pierde movilidad y también –lo más importante– relaciones sociales y afectivas. Todos esos cambios provocan que lo que se gana en tiempo de vida muchas veces se viva en una soledad no deseada que termina afectando a la salud física y síquica de las personas. Una vida más larga que poco tiene que ver con una mayor calidad de vida. Es por ello que iniciativas de voluntarios como Adinkide para acompañar a personas mayores que viven solas, además de ayudar directamente a esas personas a superar la soledad abriendo las puertas a nuevas amistades, sirven para que nuestra sociedad, tan centrada en lo inmediato, vuelva la vista y recuerde que, desde su experiencia vital, las personas mayores también tienen mucho que aportar.

Iniciativas de esta índole dejan al descubierto la grave carencia que nuestra sociedad tiene en este ámbito. Los avances en medicina, constante motivo de orgullo, permiten a las personas vivir mucho más tiempo, sin embargo, nuestra comunidad es incapaz de ofrecer un entorno social apropiado para que esos años ganados puedan ser vividos en plenitud. Y este es un reto que a medida que pasa el tiempo se vuelve cada vez más urgente afrontar.